Señor director:
Para la Policía, los focos de posibles desórdenes son los pobres y los jóvenes, y especialmente los jóvenes pobres.
La lucha contra el abuso policial es una medida del grado de conciencia que toman los sectores populares en la formación de organización.
No es solamente que se quiera mitigar un exceso de celo. La denuncia contra la Policía apunta a desarmar en la práctica social, en los hechos y con el cuerpo, a la imposición por la fuerza del estado de iniquidad, consecuencia de la desigualdad.
No es una queja del consumidor la lucha contra el abuso policial; si lo fuera, sería más de lo mismo. En cambio, organizar frente a la intimidación, oponiendo a cada golpe que recibimos una manifestación colectiva, es una manera propositiva solidaria.
La instancia judicial misma, más que una acción civil resarcitoria del derecho vulnerado, propone desnudar al estado de derecho mismo en su contradicción original; esto es, en la pretensión de que puede administrarse igualdad ante la ley en un marco de extrema desigualdad social.
Por un lado, la feroz embestida de las clases privilegiadas que han mercantilizado la vida y que tienen comprados los medios de comunicación y alquilados, a suerte de gerentes, a gobernadores como el de nuestra provincia de Córdoba, y por otro lado la extendida mayoría del pueblo sometido a la existencia desnuda.
No se trata, entonces, de reclamar nada que las instituciones no sepan que le deben a la sociedad. Por el contrario, la organización popular deja de lado la tónica del reclamo al derecho individual o, como mucho, corporativo, para fundarse constitutiva de poder legítimo. Poder popular organizado que se contrapone a la legalidad estructurada la dinámica social emergente de la crisis de las representaciones.
La estructura de nuestra legalidad, a partir del criterio progresista que la funda, es la creencia de que los avances de la ciencia, más el desarrollo de la iniciativa privada, pudieran satisfacer los postulados de bienestar general. Luego, y considerando que ha quedado suficientemente demostrado que esta fórmula acrecienta la brecha social y concluye en un estado de injusticia de hecho, tal legalidad no tiene vigencia de legítima representación soberana.
Hoy la ley se apoya en la mitad de la mitad de la biblioteca que sujeta la razón de derecho a la posibilidad de coerción.
Cuando desde una asamblea popular avanzamos organizadamente a favor de los derechos de los pibes, a favor de la equidad social, a favor de la vida amenazada por el abuso policial, estamos formando un nuevo poder de democracia directa. Una constitución desde la sociedad, que es el embrión del nuevo modelo imponiéndose lentamente, llegados los límites del capitalismo.
Estamos escribiendo en el sueño colectivo de las asambleas populares, una verdadera constitución popular, sin jerarquías carismáticas, sin libreto estricto, sin el cepo de la tradición del complejo de inferioridad cultural.
La base social de un nuevo Estado, o debiéramos decir un anti Estado, ya que desde su origen y a través de todo su desarrollo, el Estado consolidó y perfeccionó la administración del privilegio, acrecentando la brecha social.
La idea de un Gobierno del pueblo (no para el pueblo, típico de la demagogia) menos monstruoso (al estilo del Leviatan de Hobbes) en su posibilidad de convertirse en terrorismo de Estado cuando el privilegio es puesto en jaque, y a la vez tampoco tan idealizado (al estilo del Contrato Social de Rousseau) que se convierta en la figura laxa del dejar hacer al privilegio lo que le conviene.
Cuando nos organizamos contra el abuso del poder de coerción, y lo hacemos a la manera de asambleas populares, escépticos de las herramientas tradicionales como el recurso de amparo judicial o la denuncia a la prensa, estamos desarmando ese poder, quizás más efectivamente en la proyección del nuevo modelo que en las sórdidas estadísticas del abuso policial.
Aún así, y a pesar de que nos siguen pegando donde más duele, nuestros jóvenes pobres, a su vez, la organización popular asamblearia, soberana y plural, se presenta como un atractivo foco de participación para ese horizonte de jóvenes alejados de la educación y el trabajo digno.
Una nueva educación, la educación popular, solidaria y liberadora, está en juego en la asamblea que organiza la vida desde el barrio y hacia el conjunto, no hacia una supuesta movilidad que lo saque del barrio y lo individualice. Y a la vez, la militancia social como aporte de dignidad al trabajo; incluso, un nuevo tipo de ocupación para los jóvenes que cooperativice la sobrevivencia primero, para colectivizar después la puesta en marcha de un nuevo modelo de relaciones con el ambiente y entre nosotros.
Ahora la consigna es “que vengan todos”, especialmente los jóvenes, particularmente los jóvenes pobres, a construir las asambleas soberanas de un pueblo constituido “de abajo a la izquierda”, hombro a hombro, gorra a gorra.

Jorge Torres
jorgetorresrc@yahoo.com.ar
Río Cuarto