|
|
|
|
|
|
|
El elenco cabralense Kronos Teatro montó la clásica obra de Samuel Beckett |
|
|
|
|
|
Apreciar una obra de Beckett es como ver el fondo de la condición humana. Así de profundo y de descabellado. La pluma del dramaturgo irlandés se hunde poquito a poco en nuestra miserable escencia, en el llano deambular sobre la nada ante la fatalidad de la muerte y en la imposibilidad concreta del entendimiento vincular.
Su fabulosa poética arroja a los protagonistas a la eterna intrascendencia, deconstruyendo el lenguaje y despedazando la linealidad del proyecto textual. Mediante la estructura del absurdo, Beckett nos interpela como sujetos pasivos (inactivos, en recurrencia a la no-movilidad), ante la aletargada marcha de la humanidad hacia su propio ocaso. En "Esperando a Godot", su obra cumbre, nos grita desesperada y paradójicamente con una frase sutil, susurrante, esgrimida desde una sensibilidad devastadora: "¿No será que he estado dormido mientras los demás están sufriendo?".
Dichas palabras fueron deslizadas el domingo pasado por Gustavo Mariscalchi (encarnando a Vladimir), uno de los integrantes del elenco Kronos Teatro que arribara de Arroyo Cabral para presentar la clásica pieza en la Sala Mandra. El grupo se completó con Raquel Ambrosino (en el papel de Gogó, remplazando al personaje original Estragón) y Raúl Mariscalchi (Pozzo) con dirección de Julio Rodríguez.
Con la característica escenografía despojada, el vestuario estrictamente andrajoso y el exquisito vals de Yanns Tiersen (Amelie) como adecuada música incidental, los actores representaron la tragicomedia de dos actos con sustanciosa entrega, desmesurada o minimalista cuando se lo requería. La trama, una pareja de harapientos lunáticos y deshauciados cuyo único propósito es esperar a un tal Godot, se va componiendo a los ojos del espectador a medida que transcurre la misma. Ateniéndose al libro, los personajes abonan, en esa exaperante no-acción, el despiece argumental traduciéndose en una situación lúdica con reminiscencias a rutinas de clowns y circenses. Pozzo, el personaje que irrumpe en medio de la escena, explota su condición bidimensional: aparece en el primer acto como el brazo despótico del poder (un supuesto mandamás que lleva del cuello a su criado, que en esta versión es invisible, sumando puntos a la fantasía) y en el segundo como la propia humanidad, padeciendo la ceguera y el tormento del insalvable vacío. El pie apoyado de Vladimir sobre la espalda de Pozzo, mientras explica que el suplicante desea pararse pero no puede, es una perfecta denuncia a la retórica del sistema.
Por eso, de vez en cuando, viene bien verse en ese espejo retorcido en el cual nos convertimos y aceptamos, esperando lo inevitable.
Juan Ramón Seia
Repiten: el viernes a las 21.30 en Buenos Aires 472.
Otras notas de la seccion Culturales
Analía Rosso mostrará sus cuadros en el Favio
Inscriben en escuela de modelos
Un humor sin red
"Hago bailar cuarteto a americanos y extranjeros en mis clases de Nueva York"
El PEUAM obtuvo un premio en Ausonia
|