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22 de Septiembre de 2008
Opinión
La debacle del imperialismo
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No creo que sea un título exótico. A través de la Historia Universal comprobamos la secuencia fatal del ascenso y descenso de los grandes imperios.
Por ejemplo, con la colonización de América, Europa se agranda con las nuevas conquistas portuguesas, españolas, holandesas y sobre todo, inglesas. A Latinoamérica la descubren y colonizan españoles y portugueses, bajo las respectivas monarquías y con una visión católica definida. A Norteamérica irrumpen y colonizan ingleses en su inmensa mayoría, en nombre de su Reina Isabel I y de la religión cristiana no católica.
La nueva colonia inglesa se expande por la fuerza y por adquisiciones contractuales hasta tener el inmenso territorio actual. La Declaración de su Independencia en 1776, está basada en la libertad de cultos con privilegios a los cultos cristianos no católicos. Los principios cristianos fueron y son el fundamento de su Constitución y de sus leyes.
Ese nuevo Estado se atribuye el nombre de "Estados Unidos de Norteamérica", nominación que ya pretendía la unificación de toda la geografía del Norte de América sin importarle ni Canadá ni México. Ya en forma explícita y por parte del ejecutivo, se publica la conocida "Doctrina Monroe" en 1823, con la implícita determinación de que toda América fuera para los autotitulados norteamericanos. Esta nueva Nación cobró inmenso impulso gracias a su rica y amplia geografía y a la tenacidad e inteligencia productiva de tantos millones de inmigrantes a los que se les concedieron libertades individuales y religiosas como todavía no se daba en la vieja Europa. De las declaradas libertades y derechos ciudadanos que configuraban la opción por la democracia en contra de todos los sistemas monárquicos absolutos, provino la llamada Revolución Francesa de 1789, que cambió el mapa de Europa. Toda nuestra llamada civilización occidental y democrática se inicia con el impulso norteamericano.
Y la historia sigue con nosotros y a veces contra nosotros. Por primera vez interviene Norteamérica eficazmente en las guerras europeas. Fue al final de la Primera Guerra Mundial de 1914. Triunfaron "los aliados" gracias a Norteamérica que no necesitó desangrarse. Y fue el presidente Wilson el que se constituye como factor de victoria contra Alemania. Y establece una dura paz como reparación militar. Es él quien más que ningún otro líder mundial, pregona la abolición de la guerra, instituyendo para eso la "Liga de las Naciones". La Segunda Guerra Mundial, con sus decenas de millones muertos, evidenció el fracaso del ideal pacifista de Wilson.
Nuevamente, los Estados Unidos sin entrar en la guerra, ayudan económica y materialmente a los aliados en contra de Alemania, Italia y Japón, hasta que encuentran el pretexto para declarar la guerra al Eje. Finaliza la cruenta guerra con las bombas atómicas norteamericanas sobre Hiroshima y Nagasaki.
Ahora sí que Estados Unidos se va constituyendo, velis nolis, (quiérase o no) en poderoso árbitro nacional, americano e internacional. Nunca en la Historia Occidental una Nación llegó a tanto poder, prestigio y supremacía en nombre de la civilización cristiana. Tiene mayor capacidad económica que toda Europa. Ha sabido atraer y dinamizar a los mejores inmigrantes de todo el mundo, con sólo la condición de que triunfen y hagan triunfar al país receptor.
Ha formado las Naciones Unidas y la OEA para mantener la paz y seguridad de todos los habitantes de la Tierra. La Historia reconocerá tantas merecidas glorias.
Pero ya vienen en tropel los datos sintomáticos que presagian la caída fatal del "imperio americano".
Los pueblos orientales surgen vigorosos y disponen de todos los medios más actualizados de realizaciones técnicas y de elementos de destrucción masiva. ¿Quién los detiene? ¿Y con qué argumentaciones? ¿Y con qué armas? En el corazón mismo del imperio americano, unos aviones "norteamericanos" dirigidos por organizaciones llamadas "terroristas" hicieron trizas el orgullo nacional con la destrucción de las torres gemelas un histórico 11 de setiembre. Es el principio del fin. El presidente Bush pretende combatir contra el "imperio del mal" anticipándose a nuevos ataques suicidas justificando la "guerra preventiva", propio imperio en contra de todas las leyes internacionales, en contra de la ONU y de todos los pactos internacionales "quia nominor leo".
Y allí vienen los ataques a Iraq, las amenazas a Irán y a Corea, porque se atreven a tener las mismas armas de destrucción masiva que ellos, por ser norteamericanos, pueden y deben tener en exclusividad, ellos y sus restringidos aliados, para defender el imperio del bien.
Todos los imperios han caído cuando ya han llegado a su máxima comprensión y extensión. El ideal que dinamizó a millones de norteamericanos que exultaban bajo la consigna del "Destino manifiesto", gritando "La América es para los americanos" ya se ha quebrado.
Hay un nombre significativo y una fecha activa: Ben Laden y 11 de setiembre. "Sic transit gloria mundi", (así pasa la gloria del mundo) habrá de decir algún religioso cristiano.
Conclusión: mucho, muy mucho le debe nuestra historia al gran pueblo norteamericano. Pero ya ha llegado a su máxima expresión, y su colapso es inevitable. Europa unida por un tiempo podrá remplazarlo. Y vendrán las grandes naciones del Lejano Oriente que sin duda recuperarán el prestigio de milenios atrás.
José Amado Aguirre, presbítero

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