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Una escena en la sala local |
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Un papá y una hija que se reencuentran luego de un extenso distanciamiento. Un militante socialista aferrado a los ideales de los años sesenta y setenta y una periodista pragmática y ambiciosa que trabaja en una editorial exitosa. Un líder de antaño convencido de la emergencia definitiva del "hombre nuevo" y una profesional descreída de toda ideología revolucionaria que utiliza su descarado cinismo para ocultar un profundo pesar: el no haber cerrado cuentas pendientes con su padre.
En base a estos ejes se vertebró la obra "Cuestión de principios" (ganadora de dos premios ACE 2009) del genial Roberto "Tito" Cossa y dirigida por Hugo Urquijo, presentada el viernes pasado ante una sala La Panadería repleta. Con las destacadas actuaciones de Víctor Hugo Vieyra (una construcción impecable del personaje) y Adriana Salonia (precisa, categórica y versátil), se recreó una pieza reflexiva pero intensa que interpela constantemente los intersticios del relato idealizado de aquel espíritu de lucha contra el imperialismo. Y a la vez, desnuda la retórica individualista y apolitizada de la sociedad contemporánea como vómito de resentimiento y rabia por las batallas perdidas y la sangre derramada.
La hija le insiste a su padre que "se equivocaron" y él retruca: "Erramos en la estrategia, pero no en los principios". La trama prosigue en discusiones sobre los personajes y datos que formarán parte o no de las memorias del militante, escritas por su hija. En polos opuestos, tan propios de Cossa, se hallan la ética a rajatabla y el compromiso de la palabra empeñada versus los gestos acomodaticios y el baño de flagrante realidad: la hija le recrimina que la ha creado para una ficción y como muestra le señala que aquel sindicato ahora es un nido de burócratas.
Al final, el viejo no acepta las condiciones de la editorial "burguesa" y ella, que ha vivido en aquella "pobreza con dignidad", termina por confesar su pedido atragantado desde la adolescencia: "Sólo quería que me pidieras perdón". Ambos actores enfrentándose al público, con las luces enfocando en sus rostros, sintetizando con el silencio el gesto de piedad.
Juan Ramón Seia
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