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Irónicamente, el músico fue abatido por uno de sus seguidores más fanáticos |
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En Nueva York era poco más de medianoche. El asesino y su víctima se hallaban en manos de la Policía. A esa hora la gente ya se congregaba en un ambiente de aturdido silencio, frente al viejo e inmenso pórtico neogótico que daba acceso al edificio Dakota, a la altura del 72 de West Side (la parte oeste de la ciudad).
El hecho, increíble por cierto, había ocurrido en pocos segundos con el Parque Central como espectador obligado. Inglaterra, con cinco horas de adelanto sobre la hora de Estados Unidos, ignoraba todavía el desenlace mortal. Sólo los adormilados vigilantes nocturnos y algunos viajeros matutinos oyeron, a través del servicio de ultramar de la BBC, la lectura de un cable informativo en la voz entrecortada y solemne del locutor de turno, que apenas alcanzaba a autentificar.
John Lennon había sido asesinado cuando intentaba ingresar al edificio en el que residía con su esposa. La conmoción, cuando Inglaterra despertó, trasuntaba un panorama de incredulidad: algo irreal y misterioso se apoderaba de los diferentes ámbitos.
El tiempo se había detenido de repente. Daba la sensación de que se hubiera hecho un inmenso vacío. En los estudios de radio y televisión, los cables esparcidos sobre mesas y escritorios, intentaban establecer puntualmente la veracidad de la noticia. Habían transcurrido un par de horas desde que Mark David Chapman, utilizando sus datos completos, como en el caso de los asesinos famosos, entregara su cuaderno de autógrafos firmado, su pila de casetes de Los Beatles y su pistola calibre 38, a las autoridades.
"Mimi" Stanley, la tía del infortunado líder de los "fab four", la mujer que se encargó de su crianza en ausencia de su madre, se despertaba ese 9 de diciembre de 1980 y al encender la radio oyó que en el informativo hablaban de su sobrino famoso. No la tomó por sorpresa, en principio. Sólo atinó a pensar lo que tantas otras veces, cuando John era un adolescente y estando en la escuela, el director del instituto, la citaba a su despacho para advertirle sobre el comportamiento inapropiado del "insolente" jovencito a su cargo.
En ese instante pensó: "¡Santo Dios! ¿Qué habrá hecho ahora?".
Lejos estaba de imaginar semejante tragedia. El 8 de diciembre de 1980, cinco disparos efectuados, cuatro de ellos impactados sobre la humanidad del músico, ponían fin brutalmente al episodio más apasionante del espectáculo popular. John Lennon, fortuito fundador y rebelde líder de Los Beatles, había sido asesinado frente a un viejo y tranquilo edificio de pisos en Nueva York. El forjador del conjunto de música pop de Liverpool que ejerció una verdadera dictadura sobre dos generaciones, era abatido irónicamente por uno de los anónimos millones de jóvenes a quien sus canciones habían excitado, fascinado e inspirado.
Así, en estas circunstancias, Lennon pasaba a convertirse en mito indiscutible en el campo de la música.
Hasta la próxima
Atilio Ghezzi
(Especial para EL DIARIO)
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