Marcos Filardi está sindicado a nivel internacional como una de las personas que más saben en el mundo sobre la problemática de los refugiados. Este funcionario de la Comisión para la Asistencia Integral y Protección del Refugiado, que depende de la Defensoría General de la Nación, está tan compenetrado con el tema que usa sus vacaciones para viajar y conocer de cerca la problemática de los países africanos de los que llega a la Argentina el mayor porcentaje de refugiados. La Comisión de las Nacionales Unidas para los Refugiados (ACNUR) considera sus programas de tutoría e integración como “modelos a seguir”.
La semana pasada llegó a Villa María y un periodista de EL DIARIO tuvo la oportunidad de entrevistarlo.

- ¿Desde dónde llegan generalmente al país?
- Llegan huyendo de una realidad tremenda, en la mayoría de los casos marcada por la guerra y el hambre y, generalmente, de los países del golfo de Guinea, desde la misma Guinea hasta Camerún, pasando por Liberia, Ghana... Se embarcan como polizontes sin saber hacia dónde...

- ¿No saben hacia dónde va el barco?
- No, para nada. Caminan por el puerto hasta que eligen el barco y por el agua se introducen por la cadena del ancla y allí se quedan, en un espacio reducido. A veces llegan a esa especie de cubo y ya hay otro u otros, entonces viajan de pie o hacen turnos para que uno pueda descansar... Hay casos terribles, como el de un chico que ha visto cómo una ola le ha llevado un hermano...

- ¿Qué edades tienen, en promedio?
- Suelen ser chicos de entre 10 y 20 años... El primer rezo es para que el barco no vaya a otro puerto de Africa.

- ¿Cuánto tiempo pasan, entonces, escondidos en ese lugar del barco?
- Si el barco viene hacia América, un mínimo de trece días.

- ¿Y cómo sobreviven?
- Usan una harina de mandioca (ellos le llaman “gari”), para hacer un amasijo, una especie de engrudo con leche condensada y azúcar. Comen un poquito y una vez por día. Eso no solamente que los sacia, sino que les tapona el estómago, con lo cual no defecan. Al no haber excrementos, hay menos probabilidades de que la tripulación los pueda descubrir.

- Llegan en un estado de salud muy delicado...
- ...y con mucho miedo. Llevamos unos 700 chicos recibidos desde que pusimos en marcha el programa, en 2007. Enseguida que son detectados por Prefectura o Gendarmería se contactan con nosotros, que trabajamos con un equipo interdisciplinario, integrado por psicólogos (uno de ellos es el villamariense Ernesto Fernández Núñez), trabajadores sociales, antropólogos, abogados...

- Esta situación de los refugiados, tan común en el norte de Africa con destino en Europa, es nueva para América y para la Argentina?
- No, pero el fenómeno fuerte arrancó en 2005 y el Gobierno se dio cuenta y para 2007 ya teníamos el programa, que se fue mejorando hasta llegar a ser completo como es ahora.

- ¿Cómo funciona el programa?
- Se aborda cada caso como particular, los profesionales van haciendo el seguimiento mientras se le tramitan los papeles que legalizan su situación en el país, y se les eligen centros educativos, también para el aprendizaje del idioma. Luego se les designa una suerte de hermano mayor, para que tengan a quién recurrir en caso de estar ante una situación para la cual no están preparados. Igualmente, el equipo interdisciplinario evalúa caso por caso cada semana.

- ¿Qué hacen estas personas cuando tienen los papeles en regla?
- Cuando tienen el documento como refugiados nos piden que les tramitemos la nacionalidad argentina.

- ¿No regresan?
- Sólo conozco dos casos que quisieron regresar a su país, anhelaban estar nuevamente junto a sus familiares.

- ¿O sea que prácticamente todos se integran?
- Sí, son muy trabajadores. Trabajan, trabajan y trabajan, muchas veces más de la cuenta. Y, aunque no lo dicen, los vemos ir a las oficinas de Wester Union a enviar dinero para sus familiares que quedaron en el infierno. Ustedes mismos tienen acá en Villa María un ciudadano keniata que hace su trabajo cerca de la plaza. Se integran, trabajan. Están saliendo de una situación de violencia y sólo necesitan una oportunidad para crecer. Son supervivientes, tienen empuje, incluso, para aprender el idioma. No hay uno sólo de ellos en la cárcel. Son agradecidos y llegan a tener gestos que asombran y que llenan de orgullo.