Escribe: "Pepo" Garay
(Especial para EL DIARIO)
Durante enero, las calles de Montevideo se convierten en un desierto. Los locales le escapan al asfalto humeante, buscando calmar la sed de verano en otros horizontes. El comportamiento resulta natural, casi instintivo.
Así, la capital uruguaya adquiere un aspecto fantasmagórico, signada por el vacío que dejan sus habitantes en atolondrada huida. Las huellas humanas señalan un destino evidente: el oriente. Un desfiladero de automóviles en la autopista. Muchos van para el lado de Rocha.
Sin encasillar
La provincia es famosa por sus playas: San Ignacio, Aguas Dulces, Cabo Polonio, Valizas y Punta del Diablo son algunos de los puntos turísticos más conocidos. Y dentro del cúmulo de destinos, uno en particular conquista voluntades con cada vez mayor éxito. Dueña de una costa privilegiada, La Paloma es un balneario plural. Jóvenes y viejos, de clases medias y altas, trabajadores y aventureros de profesión. La diversidad se palpa en cada rincón del poblado.
Será por eso que resulta tan difícil ubicar a los visitantes de La Paloma en un casillero específico. A diferencia de otros sitios, no hay un segmento social concreto exclusivo para los encantos de la localidad. Ni hippies ni burgueses. Más bien todo junto.
Pero mejor concentrémonos en los puntos álgidos de esta villa charrúa. Desde la cabaña, el cámping o el hotel, no hará falta caminar demasiado para encontrar la dorada arena de las playas.
En ese sentido, resaltan paradores como Anaconda, La Balconada y Los Botes, entre otros. Cada uno se distingue por un tipo de veraneantes en particular. Pero todos coinciden en algo: desde sus contornos el viajero accede tanto a amaneceres como a atardeceres prodigiosos. El Atlántico, supremo e implacable, se extiende hacia el infinito. La mirada tiende a perderse en el marco de semejante visual.
Fuera del agua
Antes o después de disfrutar del día de agua y sol, el modesto centro de La Paloma invita a acercarse a sus comercios y restaurantes. Guiados por el eterno y gigantesco faro, el símbolo del pueblo, los visitantes acuden a disfrutar de la gastronomía uruguaya y de espacios como la feria artesanal, la plaza, el casino o las salas de cine.
A la medianoche, una muy buena cantidad de boliches y confiterías abren sus puertas para delirio de los miles de jóvenes que copan la parada. La fiesta no culmina sino hasta bien entrada la mañana, en un raid de excesos que se extiende de lunes a lunes.
Olvidada y fascinante
Olvidada por la masa, la ciudad de Rocha envejece a sólo 30 kilómetros de La Paloma. La capital departamental pasa desapercibida. Visitantes cargados con sombrillas y reposeras, apenas la pispean de reojo en su afán por llegar a la costa.
Lo cierto es que este alicaído municipio poco tiene para ofrecer, al menos turísticamente hablando. Desde otro punto de vista, la urbe plantea la fascinante posibilidad de conocer más a fondo las formas de vida en Uruguay. La inteligencia, el respeto y el sentido del humor de los rochenses, se corresponde con el carácter de la mayoría de los hermanos del país vecino. Mate en mano, el dialogo con los personajes locales es sencillamente imperdible.
Luego de las tertulias, volveremos a la playa para sumirnos nuevamente en el relax. Después del paso por Rocha, el descanso tendrá otro sabor. Mucho más uruguayo que de costumbre.
Otras notas de la seccion El Diario Viajero
Una alternativa a Puerto Madryn
Lo árido y lo verde haciendo magia
Mortadela estaba el mar
La gran maravilla de Oceanía
Ver, sentir y admirar
|