Escribe: Benjamín Parra
"María. Nombre de mujer, niña, madre, amiga, hermana.
María de la Villa que se vino a mi mundo tardío. A mi sol de otoño.
La puerta grande de tu corazón cordobés se abrió para mi pregunta, para mi búsqueda infinita de nombres, de rostros, de palabras, de bulevares rumorosos, de calzadas estalladas de luces al atardecer, de vidrieras iluminadas.
Besaste mis pasos con un cariño inaudito. Me ofreciste consuelos de río y algarrobos. Me regalaste generosa el abrazo cordial de tus hijos. Me otorgaste la verdad sin caretas de tus luces y sombras.
Andando los tiempos, en el trajín de las alegrías y las tragedias que vinieron a componer la química de mis años marrón, quisiste ser el puntal, mi lugar en el mundo.
Yo no sabía que te buscaba hasta que te encontré, en el espacio inverosímil de la llanura salvajemente horizontal del centro.
Villa que te quise. Villa que me quisiste. Gracias por abrir tus brazos para contener esta ansia de ser, de volver a vivir, de volver a encontrarme en el rumor placentero de tu nombre, Villa María…".
Estas palabras fueron compuestas una tarde de abril para una presentación de música y palabras en un restó al final de la costanera. Intentaba confesar a un grupo de amigos el sentimiento que no encontraba aún la prosa o la poesía que aclarara cuál era el asunto que me traía una y otra vez a esta ciudad que aprendí a amar entre un invierno y un verano en el trajín de dos años.
Hoy, cerca del día en que cumplo como mil años, me pregunto cómo fue que vine a dar aquí, a enamorarme de esta ciudad donde ya en los tramos finales de una decisión institucional he resuelto residir sin cláusula de término...
Porque, a pesar del tiempo, no llegamos al conocimiento perfecto. Navegamos a veces en aguas profundas, otras apenas nos movemos en los vados del alma. Buscamos, como las mariposas, la luz...
Extendemos nuestra ingenua pregunta en el Universo y, aunque sabemos que ella llega al puerto seguro del Otro personal infinito, no siempre regresa una respuesta inteligible. A veces, sólo son retazos de una verdad perfecta que intentamos colocar en nuestros espacios como trozos de tela en los cubrecamas de nuestras abuelas...
Nunca pensé en emigrar. Siempre pensé que me quedaría en mi Chile natal. Pero diversas circunstancias me fueron acercando a esta ciudad y hoy virtualmente es mi lugar en el mundo. Mi historia se entretejerá con lo que sean la historia y los días futuros de Villa María.
Qué contenga ese tránsito vital en los próximos años, prefiero dejarlo a la imaginación. Tengo la esperanza de que sean días mejores, que abran las puertas de nuevas vidas, nuevos proyectos y nuevas esperanzas en este tiempo ya casi vespertino de mi propia historia.
Hasta ahora, he encontrado el corazón abierto de cientos de personas que me hacen creer que mis anhelos no serán defraudados. Así que, como los chicos enamorados, disfruto este primer amor que tengo por Villa María; llegarán realidades propias de la vida, como cuando el amor madura y contiene también las naturales desavenencias de los seres humanos; todavía la pasión por vivir aquí superará los desencuentros.
Viajo mucho por el mundo, por razones profesionales. A pesar de lo atrayente y exótico que tiene el viaje, siempre tengo el anhelo de llegar a un lugar donde se estacionen todos los quehaceres, todas las ansiedades, todos los cansancios y simplemente dejarse ser, al abrigo de los espacios y los amigos amados. Hoy, Villa María es ese lugar para mí…
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