Escuela Industrial, por Alejandro Schmidt, Recovecos, Córdoba, octubre de 2008, 51 páginas.
Segunda edición aumentada y corregida de aquel libro que Schmidt publicara en 1996. Del prólogo, a cargo de la narradora cordobesa María Teresa Andruetto, reproducimos: “El hombre que escribió este libro ha dedicado su vida a ese fervor y da cuenta de ello en poemas reveladores de la condición existencial, tan conmovedores como desolados. Escepticismo cubierto por fino sentido del humor. Comprensión del mundo dolorosa y resignada, frente a la corrosión, la descomposición de lo humano. Notas de ternura o de ironía que acompañan la soledad de una hombre extraño frente al mundo. Poemas extraídos de lo cotidiano, puestos para hacer pasar por esas comunes cosas las cuestiones esenciales, hacer poesía con lo que los otros esconden o desechan, porque él ha querido que entrara en el poema todo aquello que para otros no ha tenido lugar. La escuela en este caso. Leyéndolo, releyéndolo, no puede uno sino recordar que escribir poesía significa sobre todo un modo de ser y de vivir.”
Filemón, por José Young, Ediciones del CC, Villa Nueva, noviembre de 2008.
Un estudio de este libro de la Biblia para grupos pequeños. Esta carta trata de hacernos reflexionar sobre cómo vivir en forma práctica y concreta lo que significa haber aceptado la fe en Cristo. Tanto para Onésimo, un esclavo que se dio a la fuga, como para Filemón, su amo, ha sido difícil este desafío. Es interesante ver también la forma en que el apóstol Pablo maneja el tema entre ambos. José Young nació en Estados Unidos. Radicado durante los últimos 40 años en América Latina. Es ingeniero y misionero, dedicado durante más de 25 años a la tarea editorial. Es autor de más de 40 libros y estudios. Actualmente sirve como director y editor de Ediciones Crecimiento Cristiano.
La experiencia de la belleza en la literatura y el arte, por Ana Galimberti, Daniel Teobaldi y Cristina Gonzalo Canavoso, Ediciones del IAPCH (UNVM), Córdoba, marzo de 2008, 271 páginas.
“La experiencia de la belleza es, ciertamente multívoca, lo cual significa que está hecha de un drama que es necesario no ignorar: el drama que transcurre entre la libertad y la necesidad. En efecto, se trata, por un lado, de la libertad creadora, formadora de cada hombre artista, y, por otro, del límite necesario que impone la realidad de cada material como parte todavía muda del mundo físico.
La voluntad artística que llamamos estilo y obra a la vez, existe en la profunda tensión dramática de una forma que se forma en un material elegido. Se trata, así, de una verdadera formación que no es, sin embargo, imposición despótica o esquemática sino adhesión libre a lo que es, a fin de suscitar en cada material al menos una posibilidad de ser inédita: el silencio, auscultando no tanto palabras o sonidos nuevos cuanto reclamos nuevos, posibilidades que abren a itinerarios desconocidos, distensiones y contradicciones del sentido en el poema y en el relato, en la piedra y en los colores, en el sonido y sus tonalidades inesperadas, o en el instante único del más humilde cuenco que, al ser configurado como logro, exalta el barro a la altura de ‘un día libre como un pájaro en la rama más alta’.
La literatura y el arte son una invitación a esta peculiar experiencia de la belleza que, en su ser más secreto y a través de las cosas, espera siempre ser expresada, ser oída, ser exaltada en la gratitud asombrada de las generaciones y en la encendida gratuidad de una razón ardiente.”
Detrás de las máscaras, por Susana Cabuchi, Ediciones del Copista, Córdoba, octubre de 2008, 74 páginas.
Ricardo H. Herrera estampa en la solapa: “Creo que la lección fundamental que Susana Cabuchi ha asimilado de esos grandes habitantes del silencio que fueron Basho, Dickinson y Ungaretti, es la de aprender a distinguir la distancia que media entre la descripción y la sugerencia, entre lo accesorio y lo esencial. En cada una de las composiciones (...) encanto y desencanto se entrelazan de un modo sutil, suscitándose mutuamente, como si fuesen realidades inseparables: el sonido y el eco, la evidencia y el espejismo de la vida del sentimiento. Las palabras se desprenden sin énfasis de la experiencia vital, de lo gozado y de lo padecido, y descienden sigilosas sobre la página trazando el dibujo de un vuelo sesgado.”
Un avión de papel y caña, por Carlos Antonio Hernández, Ediciones del Boulevard, Córdoba, setiembre de 2008, 204 páginas.
“¡…Olor a loco…! Conjunto privativo de aromas encontrados que emanan de nuestra piel, de nuestros pulmones, de nuestras excretas. Ellos nos envuelven en una mezcla mágica de limpieza dulzona que evoca las enormes varillas de pan fresco que nos alimentan, los litros de mate cocido rebosante de azúcar que nos calman la sed y la ansiedad del alma, el jabón fuerte que nos mantiene limpios… olor a picadura de tabaco cultivado en el jardín, a tierra llovida de la quinta, a guano de paloma prendido a nuestra ropa gris mientras buscamos pichones de paloma en los altillos, para calmar nuestra bulimia ancestral y así dejar pasar la eternidad...
Nacido en 1935 en el asilo de Oliva, Hernández nunca fue un autor literario propiamente dicho, aunque la descarga de furia acumulada durante el decenio 73/83 le permitiera escribir su dramático libreto para ‘Los chicos de abril’, una ópera dedicada a los jóvenes que lucharon durante el otoño de 1982 en las Islas Malvinas. Como médico dedicó su vida a la cirugía, a la docencia universitaria y a la investigación clínica aplicada. Escribió y publicó una decena de trabajos científicos más que aceptables sobre enfermedades del páncreas. A los 73 años despierta una mañana y, sin saber cómo, sobre el escritorio lo espera terminado el manuscrito de ‘Un avión de papel y caña’… ¡había escrito su primer libro!”
Letras modernas, por David Voloj, Recovecos, Córdoba, noviembre de 2008, 110 páginas.
La narrativa inaugural de David Voloj pertenece a la estirpe de algunos notorios desencantados de la historia literaria, como Rabelais, Swift y Arno Schmidt, quienes desde la lúcida periferia generada por las insólitas asociaciones del humor han visto la realidad como instancia monstruosa y cambiante. Con un estilo impecable, mejor dicho, implacable, Voloj exhibe una voz desinhibida, propia, ratificada por una finalidad elusiva aunque comprometida con los objetivos que cambian de escena, incluso de dicción. Librado del síndrome del advenedizo, esto es, de activar una corrección textual ‘elegante’ (porque aquí no es el caso), Voloj pone a la escritura a pensar en lo que desea después de que el deseo ha sido cumplido, exacerbado en su necesidad posterior y analógica. Con un estilo ilícito, a contracorriente, accede por méritos propios a un estado de diferencia en la narrativa argentina y auspicia una literatura somática en el extremo de lo establecido, la cual arranca al lenguaje de cualquier plan previo (lo desarraiga) y acentúa con esto su epifánica condición sobre aquello que por añadidura termina siendo el cuerpo. Voloj impone pues una nueva mecánica formal para articular las maneras varias de decir y de desdecirse del deseo, y a partir de ahora habrá que prestarle atención.” Palabras de Eduardo Espina.
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