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19 de Abril de 2009
ENTREVISTA CON Gonzalo “Pichi” Ramírez
Tallador de pieles
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Lo espero a las cuatro de la tarde, con un sol radiante que hunde su calor en la fuente sin agua. Allí estoy sentado, observando los pequeños locales del Paseo de la Villa, en ese lugar estratégico en el que los transeúntes van y vienen. Aunque a esta hora son pocos. Mi corazón late más fuerte de lo normal, es que quedamos en que hoy sería el día y la expectativa y la espera me pone más nervioso.
Siempre dije de hacerme uno, más aún en la adolescencia, aquella que debe haber quedado quién sabe dónde; pero nunca me animé, por los prejuicios, por el temor al dolor, por el qué dirán… por todas esas cosas que uno se plantea cuando se dispone a tomar una decisión en serio.
Lo cierto es que acá estoy, mirando cómo llegan los empleados a abrir los comercios, cómo levantan o bajan los toldos de acuerdo al ensañamiento del sol.
De repente allí viene, caminando con su gorrita en blanco y negro “no logo”, su remera negra con la estampa “enjoy punk rock”, su pantalón estilo militar y sus extremidades ilustradas por pigmentos y dibujos que cobija bajo su piel.
El es Gonzalo Ramírez, pero lo conocemos por el apodo de “Pichi”. Treinta y cinco años, acuariano, nacido el primer día de febrero de 1974 en Villa María.
Junto a su compañero Gerardo “Metal” Aballay son los propietarios de “El Tajo Tattoo”, un local donde se colocan piercing y sobre todo se realizan tatuajes desde 1993.


—“Yo arranqué un poco más tarde, mi compañero ‘Metal’ estaba de antes”, rememora Gonzalo. Yo había empezado con “Monky” en un local en el centro, atrás de un quiosco, que tenía una pieza bastante grande. Antes de eso estaba sólo, pero era impresentable (risas).

—¿Cómo te conociste con “Monky”?
—Teníamos gente común, pero no me acuerdo bien, la verdad. Una vez me vino a preguntar qué hacía, le mostré lo que sabía y él me preguntó si quería que hiciéramos algo juntos.

—¿Hay mucha demanda para tatuarse?
—Sí, de la región hemos tatuado mucha gente de Marcos Juárez, Oliva, Oncativo, Arroyo Cabral a todos, muchos. Ahora con la llegada de la Universidad Nacional creció mucho más por la cantidad de gente que llega. Muchos vinieron a estudiar a Villa María y se quedaron acá, por ejemplo, gente de Buenos Aires que se vino porque encuentra más tranquilidad.

—¿Los jóvenes son los que más se tatúan?
—Vienen a tatuarse de edades muy diferentes, inclusive también gente grande. Otra cosa que sucede hoy es que como Marcelo Tinelli se tatuó el brazo, es como que la gente ve al tatuaje de otra manera, lo ve más natural, le agrada.

A medida que intercambiamos las primeras palabras, Gonzalo va preparando el lugar, deja las agujas a mano, se coloca los guantes de látex negro y desparrama una minúscula gota de tinta en la base donde las agujas beberán el pigmento antes de trasladarlo a mi piel.
El motivo elegido ya está calcado, lo contorneó apenas llegamos luego de ampliarlo para poder trabajar más los detalles. El dibujo no es cualquier dibujo, quería que tuviese algún sentido. Días antes me llegué a la casa de Nancy “La Roja” Camandona (la señora del recordado “Monky”) y le expliqué mi intención. Gustosa aceptó y una noche revolvimos entre los originales de Sir Tieffemberg.
Elegí dos, pero me incliné por uno…

—“Esto es el transfer, que es pasar el dibujo a la piel.” Posa la imagen en mi brazo derecho con un líquido especial para que se adhiera. Respiro hondo en varias oportunidades.

—¿La gente que viene trae un motivo o ustedes pueden hacerle un original?
—También hacemos algunos diseños. No cobramos más por eso, lo hacemos porque nos gusta y porque es nuestro trabajo, no da para hacernos la estrella en Villa María. Si traen algo te facilita más el trabajo porque ganás más tiempo, pero somos bastante abiertos. Pero por ahí tenés que ser muy groso para estar creando cosas originales.

—¿Y cuando te piden los motivos, generalmente son los clásicos de siempre?
—Sí, estrellitas, letras chinas, letras góticas, son lo que la mayoría piden; es muy raro que alguno venga como vos y traiga un dibujo así.

La tatuadora ya está surcando la superficie cutánea, Gonzalo despliega la máquina cual si fuera un lápiz y me pregunta durante los primeros minutos si estoy bien antes de seguir. Le doy el OK y el ruido de esa chicharra de metal retumba en la planta alta del local, opacando muchas veces la música, que no está a la altura acostumbrada, para que sea posible registrar las opiniones del artista.
De todas maneras no puedo decirle que apague su equipo, ya que los acordes y distorsiones de Metallica, The Ramones, Deep Purple, AC/DC, Limp Bizkit, System of a Down, The Rolling Stones y otros, sirven de elixir para su inspiración. Tararea sus canciones y se anima escuchándolas.

—Cuando te haga el sombreado la vas a sentir menos, porque se trabaja más suave con la aguja.

Ahora me pasa vaselina y me limpia con paños de papel.

—¿Para qué es la vaselina?
—Para que corra mejor la aguja y también para ir limpiando al periodista extremo (risas). Sos como un Rolando Graña, ese loco que no sé qué tomaba, pero era la excusa justa para ponerse de la cabeza (más risas).

—¿Toda tu vida hiciste esto?
—No, trabaje cinco años en una estación de servicio mientras hacía esto como hobby. No terminé el secundario, lo dejé en cuarto año cuando eran cinco los años de cursado. Trabajé en otras cosas y me mantuve hasta vivir de esto.

—¿Siempre tatúas con música?
—Siempre. Te ayuda a no aburrirte, pero además porque el ruido de la máquina te deja el oído loco, yo creo que estoy medio sordo por ese motivo.

Además, pienso, resulta ser una combinación indivisible, la que se da entre el rock y los tatuajes. Mientras, el brazo va tomando cada vez más calor y lo va desparramando por todo el cuerpo. La vaselina actúa además como calmante en este caso.

—¿Es complicado aprender el oficio?
—Depende… lleva su tiempo, yo empecé sin saber dibujar y aprendí a tatuar. Hay gente que sabe dibujar pero no tatúa. No es lo mismo, te tiene que enganchar.

—A medida que la tecnología avanza ¿va cambiando el método o siempre se utilizó el mismo?
—La tecnología avanza con respecto a los productos, a los pigmentos, las agujas. O es a mano a golpecitos como los maoríes o los japoneses que son más tradicionales, pero con máquina eléctrica no ha cambiado ni creo que vaya a cambiar por mucho tiempo. La gente siempre va a preferir este tipo de cosas porque es como más artístico, si no sería un bajón, a no ser que no duela. Pero no es dolor, es como una sensación y es muy superficial porque no sangra.

—¿Qué tinta usás?
—Son pigmentos orgánicos.

Y hace recambio de la aguja que usó para contornear la figura, por otras tres que sirven para sombrear. Me asegura que la sensación será más suave, debido a que penetran menos. Mientras se ocupa de esa tarea se encuentra con unos lunares en los que no puede pasar, ya que podría estimularlos y generar un tumor maligno, dice.

—¿Y alguna vez tuviste que tatuar algo raro?
—Una vez le tuve que tatuar el párpado a un perro, porque le hacía mal la luz del sol, el veterinario propuso esa como una de las soluciones.
El tatuaje lo usaron en todas las culturas y por distintos motivos, los indios en Sudamérica… el otro día estuve leyendo que el hombre de hielo, que era un cazador que encontraron en no sé dónde, estaba congelado y se mantuvo muy bien. Era más antiguo que Cristo y le encontraron como 17 tatuajes con todas figuras de animales. Como era cazador, tenía esos dibujos para atraer la suerte.

—¿Cómo ves a la gente que se hace los tatuajes?
—Hay un poco más de conciencia en la gente. Pero hay otra gente que se tatúa en las peñas, en los encuentros de motos o en cualquier lado y eso, a veces, no es bueno. Pasa por una responsabilidad nuestra de aclarar estas cosas que hacen a la salud, están los que no tienen idea de nada. Hay gente que está tatuando y se está fumando un pucho, las cuestiones de higiene no las tienen en cuenta. El uso de material descartable es fundamental.

—¿Hay algún dibujo que no harías?
—No, por lo general hago de todo; no haría algo que sé que al cliente le va a quedar mal, aunque insista en hacérselo.

La puerta expele un chirrido y se escucha la voz dulce de unas jóvenes que preguntan los precios para hacerse unas letras chinas. Gonzalo, detiene el trabajo, me hace una seña y me recuerda: “¡Viste que no te miento, Darío!”

—¿Qué es para vos el tatuaje como sentimiento?
—Principalmente es un estilo de vida, porque estoy todo el día consumiendo tatuajes, dibujos, tengo muchos amigos en Córdoba, en Buenos Aires, en el sur y están todos en la misma. Es una pasión, una adicción... Para mí es eso, una adicción.

—¿Te imaginás algún día sin hacer esta actividad?
—No me lo imagino, y me asusta mucho pensar en eso. Yo ya me hice tan dependiente, es como si de un día para el otro te cortarán una pierna; podría sobrevivir, pero no me veo nunca alejado de esto.



El tatuaje reluce luego de una hora y media de trabajo, me lo envuelve en un celofán, me lo pega con cinta y me recomienda que me lo deje así dos horas; luego que lo lave con jabón neutro y mantenga el área humectada con crema durante dos semanas. Me cuenta sobre la formación de una cascarita y la picazón que sentiré cuando la piel vaya curándose.
Gira hacia un costado y toma una pinza, llama mi atención y delante de mis ojos dobla las agujas usadas que descienden al tacho de los residuos.
Me pide que vuelva en unos días para controlarlo, me da su tarjeta para que lo llame por cualquier inconveniente y se muestra interesado en imaginarle, más adelante, un fondo a ese ser que toca el violín mirándonos fijamente a los ojos.

“Pichi” Ramírez talla historias en la piel, ésta es la mía.

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