Escribe: Jesús Chirino

En aquella Villa María de principio de la década de los años ‘30, del siglo pasado, no era raro ver que la prensa local reflejaba casos en los cuales las discusiones originadas en mesas de juegos, bares u otros lugares de la ciudad terminaban en peleas donde los contrincantes se defendía y atacan con sus cuchillos. Recordamos aquí la noticia de una pelea publicada por el diario “Tercero Abajo”, entonces dirigido por Salomón Deiver, el sábado 18 de noviembre de 1933. El titular decía que en la ciudad se había producido “Un duelo criollo de fatales consecuencias”.

El clima social

Más allá de las circunstancias en las que los sujetos se ven implicados en casos puntuales de violencia, sin lugar a dudas que existen determinados climas sociales que favorecen más que otros esas conductas. En 1933 la violencia de la crisis económica mundial había llegado a nuestro país. Villa María no escapaba a esa realidad, en numerosos hogares se vivía el drama de no conseguir trabajo. Aquellos que tenían trabajo sufrían lo poco que se les pagaba por sus labores. Las crónicas policiales de publicaciones como “Heraldo”, “Reflejos”, “El tiempo”, “La Palabra”, “Acción”, “El momento” y “Doctrina Radical” también daban cuenta de numerosos suicidios, generalmente asociados a situaciones de indigencia. A todo esto se sumaba la violencia política que venía agudizándose desde el golpe de 1930 y la simpatía fascista de los hombres del poder.

El 18 de noviembre de ese año el periódico “Reflejos” hacía un llamado a sumarse “…a los cordobeses de la Acción Nacionalista Argentina” como manera de luchar contra el fascismo. En la tapa titulaba “Todos deben apoyar la acción antifascista de Córdoba”. Los adeptos locales al fascismo realizaban manifestaciones públicas, en apoyo a su ideología, que solían terminar en hechos de violencia.

En una esquina de la ciudad

Era la tarde del día 15 de noviembre, cuando en la esquina de Carlos Pellegrini y calle Mendoza “por cuestiones del momento, entrelazado con un visible estado de beodez, se trabaron en riña” dos ciudadanos argentinos. Los relojes habían superado las 17 horas cuando dos carreros de la ciudad, hombres de trabajo, se trabaron en lucha. Los brazos se prolongaron en el brillo del filo de cada cuchillo, buscando el cuerpo del que por una diferencia se había convertido en enemigo.

Los contendientes eran Ramón B. González y Cecilio Garay, de 28 y 35 años de edad respectivamente, hombres que de manera diaria transitaban las calles de la ciudad con sus carros, tirados por caballos y mulas, azotando los animales para que avanzaran con la pesada carga de arena. Diestros en el manejo del látigo, aquella tarde de primavera también usaron ese elemento para la pelea.

Duelo criollo

Los motivos del enfrentamiento entre estos dos “carreros” villamarienses se perdieron en los caminos de la historia. Iniciada la disputa, comenzaron a aglomerarse las personas. Según la crónica el triste espectáculo llegó a contar con un público compuesto por más de doscientos vecinos que, con gran atención, siguieron las alternativas del duelo gaucho. “Tercero Abajo” se refirió a ese gentío como de “…crueles y brutales sentimientos”. Los hombres pelearon, cuchillo y látigo en mano, más de veinte minutos. En ese lapso de tiempo, nadie del público trató de interrumpir el duelo. El periodista que cubrió la noticia señaló que “…ninguno de los inhumanos espectadores… -atinó- … a llamar por teléfono a la Policía o ir cualquiera personalmente o intentar separarlos, ese público cobarde, que sirvió de espectador, hizo vivir a Villa María la época del Circo Romano, cuando el público con frenético entusiasmo veía que las fieras devoraban a las personas”.

Fatalidad

La fatalidad llegó a la esquina de la calle Mendoza y una certera puñalada abrió el pecho de Ramón B. González, quien cayó muerto en el lugar. Por su parte Cecilio Garay resultó herido con varios tajos de cuchillo y latigazos en su cuerpo.

Las otras
víctimas

La crónica de la época destacó que Garay vivía “…en concubinato con una mujer, con la que tiene siete hijos, el mayor de 9 años, niños éstos que los mantenía con su trabajo, y que –quedaban- en la mayor indigencia”. La compañera de este carrero entonces gestaba el octavo hijo de la pareja. Decía el cronista que los integrantes de esa familia eran “… las verdaderas víctimas de un público espectador cobarde, y de un padre que perdió el control de sus nervios, por mantener la tradición de nuestros gauchos, le tocó la buena en la carrera del cuchillo, falta ahora ver la inexorable ley, que no conoce más tradición ni nobleza, que la de los largos años de presidio”.


Con esa estela de dolor terminó aquel duelo criollo en una esquina de la calle Mendoza. No fue éste el único caso de reyerta con resultados trágicos que se produjo en ese tiempo. La violencia, de mano de una situación social altamente injusta, caminaba por las calles de la ciudad inundando todos los ámbitos.