La historia nos revela que la humanidad siempre estuvo rodeada de conflictos, celos, vejámenes, anarquías, esquizofrenias, delitos y delincuentes. ¿Qué nos hace pensar que males de siglos, de los cuales el hombre jamás se pudo librar, hoy los podamos desarraigar de un plumazo?
Los congresos, seminarios y reuniones en busca de aunar criterios entre juristas, filósofos y políticos son muy positivos. Toda la sociedad brega por el cambio. Es más, necesitamos abrir la ventana para que entren aires renovadores, estamos frente a un desafío de grandes proporciones y para una puesta al día debemos rever paradigmas reformistas.
Y en esta cruzada, tenemos una situación frente a la sociedad, esa misma que, lapidariamente, deja al margen al propio hombre.
En el artículo 1º de la Declaración Internacional de los Derechos Humanos se lee: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad de derechos, están dotados de razón y de conciencia y deben obrar los unos para los otros con espíritu de fraternidad”.
Como vemos, un postulado maravilloso. Ahora, la realidad nos muestra que estamos en un punto omega de inevitable y difícil consumación. Parece que el progreso de nuestro tiempo representa la denigración de la dignidad humana, estamos a la deriva ante los actos del hombre ya que factores exógenos y endógenos actúan en forma impredecible en la psiquis humana mostrándose como una caja de Pandora.
Vimos en los medios, en estos días, el comentario de un niño de 14 años: “Robo porque soy pobre, me drogo desde los 9 años, para no pensar en nada”.
Pobres de nosotros que como sociedad dejamos a la deriva a un niño, que lógicamente obtendremos como resultado una criminogénesis en potencia.
Pensamos que un delincuente es pobre, drogadicto, alcohólico, menor. La verdad es que si bien son factores que influyen y mucho, nos daremos cuenta que muchas personas son pobres y viven de la dignidad de su trabajo; algunas tienen problema con el alcohol, o las drogas, son menores y jamás tuvieron problemas judiciales.
Cuántos vemos con un estatus social considerablemente más alto (profesionales, empresarios, directivos de grandes corporaciones multinacionales) quienes hacen del ilícito su medio de vida, enmascarados tras elegantes trajes o rodeados de suntuosos escritorios.
Cuando vemos los causales, nos encontramos con un niño sin núcleo familiar, el primer templo de contención, sin posibilidades de inserción en una sociedad cada vez más exigente, marginado por una humanidad fría y despectiva.
El otro lado de la moneda nos brinda personas preparadas, con un estatus y roles diferenciados. Estadísticamente, veremos que somos más vapuleados por onerosos intereses de bancos, servicios, sistemas corruptos, dirigentes políticos, oportunistas, de quienes somos rehenes, que por un delincuente con cara de mendigo.
No se trata de impartir una idea pendulante con ideologías que van de muy duras a muy blandas, sino de lograr una sociedad más justa. Nuestro sistema jurídico está basado en la dignidad, la libertad y la igualdad de las personas. Esto debe ser reconocido como un derecho básico, necesario y fundamental. Las personas violentadas en sus derechos deben ser protegidas por las leyes y el Estado.
Fernando Marcelo Tisera.
Dip. En Criminalística – Pto. Exp. en Armamento
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