“He tenido, a lo largo de mi vida, mucho amor. Pero un amor auténtico, no como lo confunden ahora, con otro nombre, otro sentimiento. El amor ha sido la única riqueza que he tenido y la más importante.”
Blanca Olmos de Ardiles cumplió ayer nada menos que un siglo de vida. Cien años en los que el amor, tal como lo confesó a EL DIARIO, fue su motor, el sentido de su existencia.
Así lo dijo la abuelita al dialogar con este matutino, a poco de ingresar al restaurante de Alvear y San Luis donde, junto a sus tres hijas mujeres, celebró un cumpleaños más que especial y particular.
“Blanquita” llegó varios minutos después de lo pactado al almuerzo íntimo con sus herederas. “El remise tardó mucho en llegar”, se justificó al ingresar, abrigada para paliar la baja temperatura. Ni bien se sentó, besó afectuosa a este cronista y comenzaron las confesiones: “Me siento feliz. Todo esto me está dando felicidad”, expresó.
Enamoradas de su madre -sí, enamoradas, porque no hay otra palabra para expresar los gestos de cariño de sus hijas hacia ella- la rodearon Ruth, Marina y Josefa. Su único hijo varón, Sergio -“su debilidad”, dicen- no pudo estar presente.
“Miro por televisión mucho deporte. Es algo que me gusta demasiado y que sé que es bueno”, señaló la dama. Es hincha de Independiente -“aunque no anda muy bien, mi marido era de ese cuadro y yo lo soy”- y seguidora de los canales de televisión católicos.
Es que Blanquita es una gran creyente. Su compañero de toda la vida, José Manuel Ardiles, estuvo once años en el seminario porque quiso ser sacerdote. Dejó y se casó con ella. El matrimonio siempre se distinguió por ser muy católico.
José falleció a los 88 años, en 2000. Desde hacía doce años estaba hemipléjico y mudo, tras sufrir un ataque, aparentemente, por la diabetes.
“El era muy expresivo. Debe haber sufrido muy mucho por verse así”, recordaron sus hijas.


La abuela -que tiene 8 nietos y 11 bisnietos- nacida en el norte provincial y que creó una escuela rural en Arroyo Algodón, observa con buenos ojos la situación nacional. Y confesó que apoya la gestión de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner.
Con una lucidez admirable y una memoria prodigiosa, habló de algunos aspectos de la política y la economía. Así, no dejó pasar por alto el conflicto agropecuario que tuvo en vilo a la Nación por más de 100 días. “Estuve de acuerdo con la presidenta. Lo que ella planteaba y reclamaba me parecía bien”, dijo en alusión al objetivo esgrimido por el oficialismo de la distribución equitativa de la riqueza. “Los del campo reclamaban sólo para su bolsillo”, sostuvo la señora.
Ella, que fue docente de Nivel Primario, también abordó la educación en el presente y la violencia en las aulas. “Lo que ocurre hoy en las escuelas es consecuencia de la innovación que existió. Antes la maestra educaba y había disciplina. Después aparecieron nuevas tendencias. Hoy, los profesores deben respetar a los alumnos, pero pareciera que no es necesario que eso sea recíproco”, consideró.
“Veo que la juventud es impulsiva e inmadura. Se rebelan siempre, en vez de acomodarse a las normas. Se les ha dado libertad total y absoluta para todo”, opinó.

Feliz en su niñez

Blanquita tiene a buena parte de su familia lejos. Una de sus hijas reside en Buenos Aires, otra en Comodoro Rivadavia. Una habita en Villa Nueva. “Aunque tengo a mis nietos lejos, los quiero mucho a todos”, subrayó.
“En mi vida he tenido buenos y malos momentos. He luchado mucho. Si tengo que decir cuáles fueron mis etapas de mayor felicidad, rescato mi niñez. Y también cuando mis hijos eran niños”, confesó. Y luego destacó su paso por el colegio, como docente. “Fui muy feliz enseñando.”
Además de su pasión por el deporte -sobre todo por el fútbol- de su creencia en Dios y del amor por su familia, Blanca también escribe poemas.
Dueña de una memoria única, ayer le recitó a este matutino unos versos. Primero le costó, “por la gran emoción del momento”, pero luego soltó estrofas con espontaneidad y lucidez.
A cada una de las hijas le escribió un poema. Siempre le gustó la literatura. Cuando era chica había reuniones en que se leían obras literarias.
Afectuosa, amable, serena, Blanquita se sentó en el mediodía de ayer en una mesa íntima junto a sus más preciados tesoros: sus hijas. Y resaltó, quizás revelando cuál es el secreto para haber llegado tan bien al siglo de vida: “Siempre estuve rodeada por mucho amor. De mis hijos, de mi familia... de la gente”.