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Mauro Barrionuevo junto a su defensor, el asesor letrado Juan Rusconi. Al iniciarse la causa, el único sospechoso dijo que Lucrecia se suicidó y después guardó un hermético silencio |
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Luego de tan sólo dos jornadas de debate, no es descabellado pensar que la confusa muerte de Lucrecia Gómez termine sin ser debidamente esclarecida y el caso pase a engrosar la larga lista de crímenes impunes que -desde hace años- abochorna a la Justicia villamariense.
Claro que hay que hacer una salvedad (y no se trata de un detalle menor): el tribunal que lleva adelante el juicio mal puede castigar a alguien cuando la prueba colectada es insuficiente, sencillamente porque a esta altura del proceso no alcanza con indicios para imponer una sentencia condenatoria.
Y si a esto le sumamos que el principal sospechoso y único imputado que tiene la causa sigue guardando un hermético silencio, la tarea de impartir justicia se hace mucho más difícil.
Es cierto que a Mauro Barrionuevo (imputado como presunto autor de “homicidio simple, agravado por el uso de arma de fuego”) le asiste un derecho constitucional que no puede ser violado: el de abstenerse de declarar, sin que ello signifique presunción de culpabilidad. Además, la Carta Magna es muy explícita cuando precisa que nadie está obligado a declarar en su contra.
También es cierto que la estrategia de la defensa tiene fundamentos jurídicos, y en modo alguno se puede objetar su proceder, porque todo se hace en el estricto marco de la ley.
Pero... ¿cuál es la respuesta de la Justicia para una madre y un padre que quieren -y merecen- saber la verdad de lo que le pasó a su hija?
Porque sí, ¡no!
De igual modo, debe precisarse que es doblemente grave que se termine sancionando a alguien cuando las dudas hacen temblar el pulso de quien debe firmar la sentencia, y mucho más embarazoso que se condene para que el hecho investigado no quede impune.
“Impunidad no significa que un crimen no se esclarezca, sino que se condene a un inocente”, afirmó tiempo atrás un abogado del foro local al formular su alegato defensivo.
Está bien, pero... a nadie le quedan dudas que Barrionuevo sabe mucho, pero mucho más de lo poco que dijo al comenzar la causa, aquel jueves 4 de octubre de 2007 cuando Lucrecia murió de dos balazos en un descampado próximo a la Fábrica Militar.
Por entonces, el joven contó a su entorno más cercano, a un par de policías y al mismísimo fiscal que Lucrecia se había suicidado. Así de simple.
Sin embargo, nadie se quita la vida de dos disparos, y mucho menos descerrajándose un balazo en el parietal izquierdo siendo diestra, como lo era la víctima.
Esta y otras circunstancias no menos llamativas le agregan una dosis de desconcierto a la confusión generalizada que surge de, por ejemplo, las declaraciones de testigos que poco y nada se acuerdan de lo que expusieron durante la instrucción de la causa.
Está bien que ha pasado mucho tiempo desde el día del hecho hasta hoy (algo más de un año y siete meses), pero uno difícilmente se olvidaría de lo que dijo en la Justicia cuando le tocó declarar nada menos que en relación a un crimen o una muerte dudosa.
Varios testigos desmemoriados
Los siete testigos que declararon ayer por la mañana en la Cámara del Crimen lo hicieron con muchas dudas y una sorprendente falta de memoria.
A todos, en mayor o menor medida, tanto el fiscal Francisco Márquez como el defensor Juan Rusconi debieron recordarles lo que habían declarado oportunamente, y sólo leyéndoles parte de lo que dijeron en la Fiscalía pudieron ratificar aquellos dichos en la sala de audiencia.
Así sucedió con los testigos Ignacio Manzanares, Iván Maldonado, Julio César Fernández, Manuel Arredondo, Daniel Fardini, Mauricio Figueroa y Marcelo Luna, en su mayoría ex compañeros de Lucrecia y Barrionuevo en la cadetería donde ambos trabajaban al momento del hecho.
Por la tarde, en cambio, la cuestión fue diferente. De los otros siete testigos que comparecieron entre las 17 y las 19.30, sólo dos experimentaron una suerte de “desmemoritis aguda”, ya que el resto lo hizo con cierta firmeza en las palabras pese al tiempo transcurrido.
“A mí no medigás nada...”
Uno de los testimonios más importantes (y no por ello más esclarecedor) fue el que brindó Mauro Cordoni, dueño de la cadetería donde el acusado y Lucrecia trabajaban.
Tan olvidadizo como sus ex empleados que declararon por la mañana, el robusto comerciante titubeó más de la cuenta a la hora de recordar un significativo diálogo que había mantenido con Barrionuevo el día en que la joven murió.
Luego que el fiscal Márquez le refrescó la memoria, Cordoni admitió que aquella conversación con el supuesto homicida fue la siguiente:
- “¡Pasó algo con Lucrecia!”, le dijo Barrionuevo visiblemente nervioso y asustado.
- “¿Qué pasó?”, le preguntó Cordoni.
- “Algo, algo... ya te vas a enterar. No voy a poder ir más a la cadetería”, contestó el acusado.
- “Arreglá tus problemas... a mí no me digás nada. Andá a la Policía”, replicó el comerciante.
Al recordar ese diálogo, Cordoni añadió en la sala: “Yo no me quise ni enterar qué había pasado”.
El confuso relato llevó a la camarista Silvia Saslavsky de Camandone a preguntarle cómo es que le había sugerido que fuera a la Policía sin saber de qué estaba hablando Barrionuevo.
Después de algunas vacilaciones, Cordoni terminó aclarando que pensó que el muchacho y Lucrecia “habían peleado, que habían discutido y que (Barrionuevo) le había pegado a ella”, para luego precisar que sabía que ambos jóvenes “mantenían una relación amorosa desde hacía poco tiempo”.
Otros testigos
También comparecieron el policía retirado Duilio Diyorio, en su condición de armero y perito balístico; los agentes penitenciarios José Ricardo y José Oscar García (padre e hijo), amigos y vecinos de Barrionuevo desde la infancia; el pesista Oscar Soria (ver nota aparte) y los funcionarios policiales Javier Zanetti y Lucas Altamirano, que intervinieron tras el hecho.
De todos ellos, uno de los más relevantes fue el de García hijo, a quien el acusado le dijo que aquel jueves había salido en su moto junto a Lucrecia porque “ella quería fumar marihuana” (sic); que se fueron hasta un lugar más tranquilo, pasando la Fábrica Militar; que la joven le dijo que parara, que quería orinar; que cuando Lucrecia estaba entre unos arbustos, escuchó un disparo, y que luego de verla tirada en el suelo no supo qué hacer y se fue de ahí.
El juicio continuará hoy, a partir de las 8.30, con la recepción de nuevos testimonios, entre ellos el de un médico forense que vendrá desde Córdoba y los de otros dos oficiales de la Policía, apellidados Novarese y González, que curiosamente nunca fueron citados por el fiscal Gustavo Atienza para declarar durante la instrucción de la causa, pese a que tomaron contacto con Barrionuevo a poco de que se presentara en la Comisaría.
Daniel Rocha
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