Desde el lugar de ciudadanía y por respeto a las diferencias es que me hago eco de una experiencia de vida de un ciudadano villamariense que está sorteando una vida complicada, surcada por silencios y ausencias de colectivos humanos, de un etiquetamiento de “loco” que opera como un rótulo muy difícil de borrar.
Movilizada por un sentimiento humanitario y solidario hago explícitos los relatos y vivencias de un anciano hombre que lucha por ser reconocido desde su verdad como miembro de una comunidad fraterna y ciudadana surcada también por hostilidades diversas.
Considero que su historia, relatada tanto oral como escrita, alberga sentidos controvertidos cuando la fui descubriendo, interrogando, ampliando, contraponiendo con los relatos de figuras vinculadas a su propia vida desde el campo de lo psiquiátrico, lo familiar, lo religioso, lo médico, lo jurídico.
Bucear en las realidades conflictivas y plácidas de un colectivo familiar en donde se despliegan estelas del poder alrededor de riquezas materiales es introducirse en senderos con cornisas y acantilados como llanuras y mesetas de relaciones humanas que se acercan y se alejan, marcando a los hombres y mujeres que construyen esa historia con destinos que se enlazan estériles como fructíferos.
Cuando en los vínculos socio-afectivos-familiares existen tramas dominantes de exclusión de lo diferente, me pregunto: ¿es posible articular un discurso de identificación con la persona que sostiene ese lugar? ¿No es más tranquilizador el consenso latente y/o manifiesto de la mayoría que señala al otro como “loco/a”? ¿Es desde este discurso que irrumpe con otra voz, que delira al crear otra historia, la certeza de la existencia de un discurso dominante que lo señala con la no verdad?
Mirando en la diferencia de estos sentidos y retomando a Witold Gombrowicz en lo que expresa... “pues el hombre, en lo más profundo de su ser, depende de la imagen de sí mismo que se forma en el alma ajena, aunque esa alma sea cretina”. Entiéndase hombre, mujer u otras identidades, que en el cruce de miradas y no miradas, crean y recrean al otro/s desde la mismidad, o desde la representación de otro/s en la que despliegan su identidad.
Si analizo esta compleja problemática humana desde algunas nociones de la Filosofía de Nietzsche cuando aborda al lenguaje en su materialidad y como objeto de toda vida mental, individual y social, referencio a Jorge Larrosa en un texto sobre Lenguaje y Educación, cuando cita un hermoso texto de Nietzsche, de 1873, titulado “Sobre la verdad y la mentira en sentido extra moral”, sostiene que lo que hay en el inicio del lenguaje y del conocimiento es una especie de instinto ficcional, orientado a la conservación no sólo de la vida sino del poder.
Hipotetiza el contrato social original de fundación del grupo, el que lleva como condición del deber en adelante “de verdad, una designación de las cosas uniformemente válida y obligatoria” de la que se despliega por vez primera “el contraste entre verdad y mentira” (op. cit. página 88).
Desde un lenguaje natural identificado como una energía plástica original, libre y arbitraria, los hombres han ido construyendo lentamente conceptos, juicios y verdades y han ido constituyendo con ellos un lenguaje adecuado para la filosofía, para la ciencia, para la comunicación, y en síntesis, para los negocios de la vida.
Esta filosofía puede ser el páramo que posibilite aceptar inexorable y críticamente lo que fue, posibilitando un porvenir que ilumine lo sombrío.
D. E. M.
DNI 12672531
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