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Orlando Pfaffen se hallaba en Italia cuando tuvo lugar la charla, pero se prestó al diálogo a su regreso |
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-¿Por qué el Bicentenario nos encuentra sin un proyecto de país?
-Tenemos una historia de desencuentros y violencias, como los permanentes golpes de Estado (que no eran sólo de los militares; era un sector de la sociedad que reaccionaba contra otros sectores, desde estamentos intelectuales, industriales, gremiales...). Y luego, en el mundo, allá por los años ‘80, se comenzó a privilegiar la riqueza financiera, los paraísos fiscales, las multinacionales que se venden a cifras siderales cuando dan pérdida... En el mundo empezaron a valer más los papeles que los productos. Se privilegió todo eso y no el trabajo, el obrero, el capataz. Con la caída del Muro de Berlín se produjo un salto inimaginable. Hasta ese entonces el mundo estaba algo más polarizado, por así decirlo. Y se salió de la perspectiva de la guerra fría y se entró en la perspectiva de la guerra económica. La Argentina no escapó a todo eso y acá la gente empezó a vivir para zafar...
-¿Y la dirigencia?
-Primero digo que el origen está en la mediocridad de todos nosotros. Y luego digo que en ese sálvese quien pueda, los dirigentes ni lo percibieron, pero se dio la desnacionalización de las empresas que eran símbolo de la riqueza. Y una de las manifestaciones visibles es la pérdida del patrimonio nacional en manos de no se sabe quién. El Estado no tuvo reacción alguna. No se tomaron medidas como sí lo hizo Brasil. Acá no hay ley de tierras, no hay ley de recursos naturales, se violó la ley de cooperativas...
-No hay objetivos claros...
-Los objetivos se sectorizaron, se minimizaron los grandes objetivos. Y precisamente una sociedad se desarrolla cuando sus integrantes se sienten contenidos y están deseosos de alcanzar unos objetivos... No es destruyendo al otro como se crece. Hay que saber enriquecerse con los ideales del otro.
-Vamos al ámbito de la educación.
-Yo creo que la educación no se escapó a este proceso de deterioro de los últimos 30 años. Pero hay que diferenciar qué posibilidades tiene cada actor de la educación para incidir, para modificar. Hay que diferenciar entre primaria, secundaria, terciario, universitario. Son bien distintos los objetivos de cada una de estas estructuras... No es sólo a través de un conocimiento en una sola rama de la ciencia, no es ahí donde hay que buscar; debe apuntarse a una formación más amplia. Creo que dentro del sistema, el mayor retroceso se dio en el nivel superior, se perdió nivel científico y nivel de formación humanística. Las universidades son las que menos cumplieron para que tengamos un proyecto de país inclusivo, porque fueron perdiendo excelencia y los líderes se formaron en una universidad que ya no fue de excelencia.
-Estamos demasiado lejos de la vanguardia...
-Pero yo visualizo que donde más nos hemos distanciado de las sociedades más desarrolladas es en la sumatoria de las conductas sociales. Si uno observa a los países latinos de Europa, el desarrollo de la responsabilidad social es admirable, desde cómo se cuida el mobiliario urbano, hasta la necesidad del pago de los impuestos y cómo se privilegia a quienes en la cadena social tienen más problemas, las embarazadas, el anciano. Acá no hemos discutido aún cosas esenciales. Hay cosas que deben ponerse por delante.
-¿Cómo se ayuda a salir desde la educación?
-No es haciendo cambios de leyes de educación. No terminamos de aplicar una y ya viene la otra. No. La idea es ver cómo los protagonistas se ponen a estudiar un plan, copiando los procesos que han sido exitosos en el mundo, acordando cambios socialmente. Basta de crear organismos que van a revisar organismos. Y otra cosa: se discute a muerte la autonomía de la Universidad, pero no el resultado de esa autonomía... Pensemos qué queremos, cómo lo queremos hacer, de dónde vamos a sacar los recursos... Porque si no, se trata de una utopía, pero irrealizable.
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