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Juan Carlos Guevara, tambero y padre de ocho hijos, posó orgulloso junto a toda su familia en el Pasteur. En la otra foto, el orgulloso papá con su beba recién nacida, momentos antes de volver a Silvio Péllico |
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Según la última ecografía, tenía que nacer hoy, domingo 21 de junio, Día del Padre. Pero parece que ella quería conocer al viejo un poco antes y sobre todo, quería asegurarse un lugar en la mesa familiar de la casa de campo, allá en Silvio Péllico, donde trabajan y viven su papá, su mamá y sus siete hermanos, cuando le dieran el regalito y le dijeran "Feliz Día, papá".
Mirá si se iba a perder eso.
Juan Carlos Guevara, el padre, tiene las manos gruesas, fuertes, seguras; manos de tambero, manos obreras de campo adentro. Una mirada diáfana, tiene Juan Carlos y una sonrisa que se hace esperar. Hombre más bien serio y parco, como acostumbrado a rumiar sus pensamientos y emociones sin apuro, tal vez mientras acaricia el lomo de esa ternera que él conoce como nadie o mientras mira cómo sale el sol detrás del monte de eucaliptos. Bajo y morrudo, el tambero. Guevara lleva con modesto vigor sus 34 años y el porte de un hombre habituado a ponerle el cuerpo a las faenas duras sin chistar; a guapearla y encarar lo que haya que encarar, porque allá en el tambo, solo con su Carina Liciaga, esposa, compañera y madre de sus siete hijos y uno en camino, no hay mucho para elegir: hay que hace lo que haya que hacer.
Según la última ecografía, tenía que nacer hoy, pero si hay algo lindo que tienen los chicos es que no hacen caso, y mucho menos, a una ecografía. Y además, quería ponerlo a prueba al viejo, así, de entrada, como para definir los términos de la relación sin tanto bla bla, con hechos concretos. Así que decidió adelantarse un poco.
El miércoles 17, a la mañana, la familia Guevara arrancó temprano, como todos los días. Después de hacer el tambo de la madrugada, a eso de las 6.30, Juan Carlos se subió al viejo Peugeot 504 y se vino a Villa María, a traer hasta el colegio a su hija mayor, la de 16 años.
En la casa quedó Carina, con los otros seis: la de 12, los varones de 10 y 8, y las otras tres nenas, de 5, 3 y un año y medio.
"Ni bien se fue Juan Carlos empecé a sentir las contracciones", cuenta la experimentada madre, de 29 años, mientras le da la teta a la recién venida en la habitación de la Maternidad del Hospital Pasteur.
"Pensé que tenía tiempo, pero las contracciones eran cada vez más fuertes".
Y Juan Carlos tardaba en volver.
"Llegó a eso de las 8", cuenta Carina. "Pero hasta que me bañé y preparé las cosas... nos demoramos en salir. Yo siempre fui de llegar con lo justo".
Cuando todo estuvo listo, Juan Carlos cargó el bolso en el 504, acomodó a la nena más chiquita, la de un año y medio, en el asiento de atrás y ayudó a Carina a sentarse en el del acompañante.
Cada vez, las contracciones se hacían sentir con más fuerza.
Ansiedad.
Las manos fuertes, gruesas y seguras del tambero giraron la llave de contacto, pusieron primera y se aferraron al volante.
Juan Carlos Guevara, experimentado padre de siete hijos y uno en camino todavía no sospechaba que los 45 kilómetros que encaraba iban a ser unos de los más largos de su vida.
Según la última ecografía, tenía que nacer hoy, domingo 21 de junio, Día del Padre, pero ella, de puro caprichosa, de puro chúcara, de puro transgresora, decidió otra cosa.
"¿Cómo se llama?"
"No sabemos. Creíamos que iba a ser un varón y teníamos ganas de ponerle Valentín, pero ahora..."
"Pueden ponerle Valentina..."
"Podría ser; ya vamos a ver".
Las contracciones cada vez eran más fuertes.
Carina bromea mientras le da la teta a la que podría llamarse Valentina.
"Deben haber sido todos esos pozos que hay en el camino y que agarramos con el auto".
Las manos fuertes, gruesas y seguras de Juan Carlos Guevara, padre de siete hijos y uno en camino temblaron.
Ahora, en la pieza del Hospital Pasteur, con su octava hija en brazos, demora la sonrisa pero al final la suelta como un brillo, como un cristal de rocío a contraluz y dice: "La verdad es que estaba asustado, pero no había otra. Tuve que armarme de coraje y arremangarme. Tenía miedo, porque era la primera vez".
Lo que pasó fue que, tanto ripio, camino de tierra, traqueteo a bordo del 504 y las contracciones, cada vez más fuertes y seguidas, precipitaron los hechos.
"Cuando llegamos a la altura de la manisera Agribest, creo que así se llama, enfrente de Royal House, sobre la ruta 9, Carina me dijo 'Juan Carlos, creo que ya sale. Quise llamar a los Bomberos, pero me había quedado sin crédito en el celular. Entonces estacioné el auto en la banquina, me bajé y fui a pedir ayuda a la manisera."
"Yo estaba un poco asustada, pero creo que él estaba más asustado que yo. 'Pará, no lo hagás nacer', me dijo, 'esperá un poco'. Y se fue a pedir ayuda. La nena, que venía con nosotros, miraba todo con un susto bárbaro", recuerda Carina mientras vuelve a ver la espalda ancha de su marido que se aleja del auto en dirección a la manisera.
"Apenas alcancé a pedir que llamaran a los Bomberos, cuando escuché que mi esposa me llamaba. '¡Ya nace, ya nace!' me gritó. Salí corriendo."
El tambero Juan Carlos Guevara, padre de siete hijos y uno en camino - nunca tan apropiadamente dicho- llegó justo a tiempo para tender sus manos fuertes, gruesas y seguras, que ahora temblaban un poco, para recibir a la octava maravilla de su mundo familiar.
"Yo puse las manos para recibirla, pero ya había salido casi toda. La limpié con cuidado, la puse sobre el pecho de mi mujer y la tapé. Esperamos unos minutitos a los Bomberos pero como tardaban decidimos seguir solos", dice Guevara.
Ahí estaban las manos temblorosas de su padre, esperándola, cuando la octava hija de Guevara vino al mundo. Fueron su primera cuna.
Las manos fuertes y temblorosas del tambero, padre de ocho hijos, pusieron en marcha el 504. La hija que, hasta media hora antes había sido la menor pero ya no ostentaba más esa condición, seguía con el asombro y el susto pegados en el rostro, haciendo pucheritos, los acontecimientos de los que había sido testigo. Nada más y nada menos que el nacimiento de su hermanita menor.
La ansiedad, el silencio y la tensión, entremezcladas con la alegría - todo había salido bien hasta allí, en apariencia- ocuparon los lugares vacíos en el auto de Juan Carlos Guevara para recorrer los kilómetros que faltaban para llegar al Hospital.
En la puerta del Pasteur estaban esperando los médicos. Cortaron el cordón umbilical y se ocuparon del resto.
El jueves a la tarde, Juan Carlos Guevara, su esposa y sus ocho hijos posaron para la foto familiar en la sala de espera de la Maternidad del Hospital. Después, recogieron el bolso y pegaron la vuelta para el campo, allá en Silvio Péllico.
Es que el viernes había que madrugar, volver a hacer el tambo, porque la vida sigue, con sus maravillas y sus tropiezos, con sus vaivenes y sus matices, y ahora el hombre tiene una boca más que alimentar.
Según la última ecografía, tenía que nacer hoy, domingo 21 de junio, Día del Padre. Pero ella quería asegurarse un lugar en la mesa familiar cuando le dieran el regalito y le dijeran "Feliz Día, papá".
Mirá si se iba a perder eso.
Sergio Stocchero
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