La historia del cooperativismo tiene su origen en el Siglo XIX, como consecuencia de la Revolución Industrial.
Los cambios se ciñen a la revolución borguesa-liberal, pero las desigualdades sociales no se superan, por el contrario, se agigantan, como la brecha entre los muchos pobres y los pocos ricos.
La modernización de la producción transformó económica, social, política y culturalmente a Europa, primero, y al resto del mundo, después. Con ello, nuevos sectores sociales (entre ellos la burguesía industrial) remplazaron a otros en el poder, pero millones de personas quedaron al margen de las nuevas pautas de calidad de vida y se convirtieron en los nuevos súbditos de un sistema (el capitalista) donde predomina el individualismo, el fin es la acumulación de capital y el hombre es, ni más ni menos, que un “engranaje” más de la máquina que propone el sistema.
El ideario del movimiento cooperativo surgió precisamente como oposición a esta forma de deshumanización de la producción y, sustentado en los principios solidarios más profundos y aferrado a los valores más significativos de la vida, propuso un cambio de orientación a fin de convalidar el trabajo y la creatividad como los ejes fundamentales de la historia de los pueblos.
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