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Qué semana. A esta altura del partido hay tantas palabras y virus en el aire que uno no sabe bien qué manotear o esquivar primero.
Después de una campaña agotadora, de la sequía, del dengue, de la mala leche, de la leche derramada, de las cortinas de humo, de los globos de ensayo, de los vencedores sin carro y de los carros vencidos, de los datos truchos, de las truchas en comodatos, del mensaje de las urnas mal entendido o no entendido. Después del cianuro de las minas explotadas por la Barrick Gold, de la plata prestada a la General Motors, de animales políticos y políticos animales, llegó la influenza A que no tiene nada que ver con la influencia K, a pesar de que dichas rápidamente sin repetir y sin soplar pueden sonar parecidas.

Llegó y no vino sola. Trajo en su caja de Pandora, que alguien se encargó de abrir, miedo, psicosis, tardías decisiones y el fantasma de la muerte.
Llegó a invadirnos. Y de pronto, la ciudad empapelada con afiches de candidatos sonrientes prometiendo el oro, el moro y el loro, se convirtió en una especie de escenografía de ciencia ficción. Con la mordaza de los barbijos, las manos maniatadas por guantes y resecas por el alcohol. Nada de besos ni abrazos, nada de calor humano. Cualquier ser viviente que estornude puede ser un mensajero de la muerte.

De esa muerte que acecha, desde hace años, por los caminos del país sin que nunca se resolviera cerrar las rutas (como escribió un compañero en Facebook).
Esa muerte que acecha en el empedrado de los barrios pobres sin que nadie resolviera formar un comité de emergencia para terminar con la mortalidad infantil o combatir la pobreza.

Qué semana. El virus afectó de tal manera que en las últimas elecciones, ganadores y perdedores festejaron. Pocas veces se vio a un derrotado por la voz de las urnas celebrar la derrota y hacer oídos sordos al mensaje popular. Todos encontraron un motivo para la celebración. “Ganamos en el desierto de Sahara, nos votaron todos los camellos”, faltó que dijeran algunos candidatos para sentirse victoriosos.

Tantas palabras incoherentes tiradas a los cuatro vientos, sólo puede ser culpa del virus de la gripe A. Tanto delirio, sólo puede ser atribuido a la fiebre.
Qué semana. “Se viene la derecha”, gritaron algunos con el barbijo puesto para no contagiarse con la peste neoliberal.
“Se acabó el PJ”, saltaron otros que no entienden ni jota de peronismo. “Se viene el radicalismo”, celebraron los boinas blancas mientras su jefe principal luchaba con los síntomas de la influenza.
“Se viene el corredor de autos”, apuraron algunos de esos acostumbrados a correr apuestas y a veces la liebre.
“Se viene Cleto”, tiró un catador del buen vino.
Pero, entre tanta tierra estéril, muchos se aferraron a la esperanza y plantaron un Pino para la renovación.

Qué semana. Si hasta los jueces parecen salir de su letargo y apuntan su mira a ciertos peces gordos (esos que en vez de nadar, vuelan).
Tantas palabras y tantos virus en el aire y nosotros esquivando y a los manotazos. Limpiando con lavandina las superficies, campeando la crisis que se hace sentir tanto o más que la gripe.

Qué semana. La gripe tiene remedio.
Lo que no tiene remedio es la verdad.