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9 de Julio de 2009
Opiniones - Cartas - Debate
Es la hora de la política
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Escribe: Ernesto “Chueco” Fernández Núñez,
especial para EL DIARIO

La sombra de la derrota y la luz de la victoria, efímeras, transitorias y evanescentes las dos, han caído sobre el campo de batalla. Las elecciones y sus resultados, instrumentos insustituibles de nuestra adolescente democracia, muestran triunfadores y perdedores, algunos con caras viejas y métodos viejos y otros de caras nuevas devenidos en políticos como hobby para paliar el aburrimiento. Todos tenemos derecho a encontrarle un sentido a la vida, pero habiendo tantos deportes y obras de beneficencia, alguien tendría que decirles algo.

Una vez me dijo Raúl Alfonsín, que “la política es una carrera de resistencia, no de velocidad”.

No me voy a detener en la parafernalia de información que ha dejado el acto eleccionario; cifras, amenazas, presagios, colapsos, justificaciones, gurúes ilusionistas del porvenir que vaticinan catástrofes y pueden pedir hasta la vuelta del Austral. Son sicarios contratados por el “stablishmente” que gatillan sobre la cabeza de los argentinos amparados en la complicidad de varios medios de comunicación.

Prefiero hablar de una pequeña noticia que pasa desapercibida en cada acto eleccionario y que sucede muy a menudo durante las campañas y entiendo que tiene un valor simbólico inmenso: la caída de un ascensor.

Recuerdo el hecho más publicitado hace muchos años, la caída del ascensor de Ubaldini en plena campaña en un hotel de no recuerdo qué provincia. No hubo fallas mecánicas, simplemente el ascensor no aguantó el sobrepeso al que fue sometido. Evidentemente ninguno de los dirigentes se quería bajar, nadie quería quedarse afuera del ascensor. En pocas palabras, nadie quería quedarse afuera, de la misma manera que hoy nadie quiere quedarse afuera del poder, aunque el país se caiga a pedazos y no representen a nadie.

La política funcionando a medias, tiene capacidad para desprenderse de esos lastres; tenemos que creer en ella.

Cualquier político debería saber que si el día de las elecciones tiene mucho espacio en el ascensor, antes del recuento de votos tendría que pedir un micrófono y felicitar a su adversario, y sugiero a los encuestólogos implementar el “boca de ascensor”; les daría más exacto.

Voy a intentar una explicación a este fenómeno. Los políticos -no todos porque sería injusto meterlos en una misma bolsa- sufren de precariedad social; han construido un puente de una sola mano con la gente, porque han renegado de la verdadera política, la han perdido en el camino o la permutaron por una 4x4. La han dejado de valorizar como eje transformador de la sociedad, como instrumento de elevar la capacidad y el desarrollo del hombre o para encontrarle salida a los graves problemas sociales (por ejemplo, a los seis millones de argentinos que viven bajo la línea de pobreza), y la han convertido en una palabra sin contenido y sospechada de corrupción que produce temor en los jóvenes y los espanta.

La política se alimenta de la participación, el debate constante, la transparencia, el apego a la ley y en la confianza de quienes conducen y sostenerla es lo más parecido a un acto de fe.

Nada de esto funciona como debería, se ha banalizado la práctica política y nos hemos quedado sin su marco de referencia en un momento en que se avecinan nuevas generaciones de jóvenes “tinellizados” y descreídos de la política, pibes que encuentran en los mensajes de texto la manera de comunicarse y expresarse... Quedaron atrás las movilizaciones, las discusiones, la militancia, pero como virtud expresan un alto valor por la amistad, y cómo nuestra generación algo a hecho bien, proclaman una defensa a ultranza de los derechos humanos.

Se vislumbran dirigentes improvisados, catapultados a la fama por un colchón lleno de plata de dudosa procedencia que descreen de la política, comen con los banqueros en Puerto Madero y la hacen trabajar “en negro” a su empleada doméstica.

El pueblo votó y si alguna interpretación del mensaje de las urnas se me ocurre, es que los argentinos avisaron “que ningún político tiene la vaca atada”.

Todos los partidos deberán reconstruir su poder hasta 2011, nadie ha perforado el techo de la credibilidad en estas elecciones. Se me ocurre que los dirigentes tendrán que desempolvar los viejos manuales de la política y cumplirlos a rajatabla.

No es el caos lo que se avecina, tampoco lo desea nuestra querida Patria, es una nueva oportunidad, sólo aprovechable si tenemos la claridad de invitar como único pasajero del ascensor al sabio anciano que predica con el ejemplo.

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