La muerte venía buscándolo hace un largo rato, pero Alcides Rivera se negaba a viajar con ella.
Esa maldita enfermedad que soportó durante mucho tiempo, finalmente fue el árbitro que determinó quién iba a salirse con la suya.
Y ayer a la madrugada, el maestro de boxeo resignó su vida y nos ha dejado el inconfundible sabor de la tristeza.
Forjador de grandes boxeadores y apasionado del deporte de los puños, Alcides pasó con su sello y su trabajo los límites de la ciudad, la provincia y hasta del país, para ser reconocido internacionalmente.
Gustavo Ballas, Hugo Quartapelle, Santos Laciar, Sergio Merani y Jorge Daniel Bracamonte fueron apenas cinco de los rutilantes nombres con los que Alcides viajó por todo el mundo para sentarse en los rincones de los cuadriláteros y repartir sus sabias indicaciones.
Pero no sólo alcanzó veladas de gloria con esos grandes nombres que llegaron a conquistar el mundo del boxeo, sino que también paseó su vestimenta blanca por pueblos y ciudades de la Argentina, acompañando a novatos púgiles que, orgullosos, soñaban con ser pupilos del maestro.
De permanente sentido del humor, Alcides bromeó hasta el último momento de su vida con su propia enfermedad, que lo llevó prácticamente hasta la ceguera. Pero eso no le impedía ir todas las tardes al gimnasio de su propio nombre y ver en sombras a sus boxeadores, para corregirles errores y brindar sus consejos.
El hombre del rincón ha muerto y ha dejado su legado y enseñanzas a quien o a quienes tomarán su lugar. Pero el vacío será difícil de llenar.
Será casi imposible...
Raúl José