“Un robo más, uno de tantos, de los que cada día hay más en la ciudad. Hoy nos tocó a nosotros... ¡Qué le vamos a hacer!”, dice Carlos Serrano, panadero de segunda generación en la ciudad cuando abre la puerta de su casa ubicada sobre José Ingenieros, a unos 20 metros de la esquina de Vélez Sarsfield donde tiene su local comercial.
Era el mediodía de ayer. Hacía unas siete horas que los Serrano habían pasado 20 largos minutos de tensión y temor, encerrados en un dormitorio, con los cañones de las pistolas 32 apuntándoles a la cabeza.
Un cronista y un fotógrafo de EL DIARIO son recibidos por la familia víctima de los ladrones.
“Ustedes disculpen, pero yo voy a seguir tejiendo”, dice Patricia, la esposa de Carlos, y agrega que “todavía estoy muy nerviosa, y no hay mejor terapia que el tejido. Ni pastillas ni nada, el tejido”, explica y permanece en silencio durante el resto de la entrevista.

Encapuchados

Paola es quien toma la iniciativa para contar lo sucedido, a pesar de que ella llegó al lugar del hecho minutos después que los ladrones ya se habían ido, casi junto con la Policía: “Cuando sonó la alarma y vi que decía robo, supe que algo estaba pasando y salí enseguida para acá”, explicó la hija de Serrano.
“Eran alrededor de las 4.30 de la madrugada (de ayer) cuando cinco tipos armados, cuatro de ellos encapuchados, entraron a la cuadra por la puerta del frente, que da sobre calle Vélez Sarsfield. No sé si habrá estado abierta por un descuido nuestro o si habrá estado puesta la llave y la hicieron girar. La cuestión es que, en un momento mi hermano Maximiliano (panadero de tercera generación) salió al patio que comunica la cuadra con la casa y los vio, justo cuando se estaban poniendo las capuchas. Lo apuntaron, lo redujeron y lo metieron a la cuadra donde estaba el empleado, Marcelo Martínez”, narró Paola.
“De allí, los trajeron hasta la casa, donde mi papá, mi mamá y mi hermana dormían y les dijeron que los despertaran. Los encerraron a todos en la pieza. A mi hermano y al empleado les pegaron unos culatazos”, detalló la mujer.
A punta de pistola, los delincuentes exigían dinero.
“A mi papá le sacaron los anteojos. ‘No me mirés, no me mirés’, le decía uno, que era el único que no tenía capucha. ‘Dame la plata, la plata´, exigía, aunque sin una tremenda violencia. Los pusieron a todos con las cabezas mirando para abajo y revolvieron toda la casa en busca de cosas de valor. Incluso hasta en el sótano buscaron, donde lo único que tenemos son papeles del negocio”, explicó Paola.
Según el raconto de los propios damnificados, los asaltantes estuvieron dentro de la casa alrededor de 20 minutos, tras los cuales se llevaron algo más de tres mil pesos en efectivo, algunas alhajas (entre ellas los anillos de casamiento) y una notebook.
“Aunque no los golpearon ni los maltrataron, excepto a Maxi y al empleado, fue un momento de mucha tensión, en el que uno nunca sabe si se les va a escapar un tiro o no. No parecían estar nerviosos, a excepción del que no tenía capucha. Le dijo a papá que si no le daba la plata iba a violar a mi mamá adelante de él”, contó la hija del panadero.
“Quisieron llevarse la camioneta (una Toyota Hilux negra) pero mi hermano le dijo que estaba conectada a un sistema de seguridad y que los iban a detectar enseguida, por lo que desistieron y se fueron así nomás, poco después que, sin querer, activaron la alarma cuando atravesaron una puerta. Los dejaron a todos encerrados dentro de la pieza y huyeron. Cuando llegó la Policía, tuvo que romper la puerta de la habitación para sacarlos de ahí”, concluyó Paola.