Llegó a EL DIARIO con la bronca gateando en la garganta, con esa extraña sensación de estar perdida en una maraña burocrática que pocos pueden comprender, con la tristeza de las notas de un tango, tal vez del que dice “no me han dejado ni el pucho en la oreja”.
Llegó a EL DIARIO con un pedido de auxilio en la mirada. ¿Quién podrá ayudarme? En este desierto de la humildad, que aparece ante los ojos, sin horizonte.
Dijo su nombre: Cyntia Goroso, mientras mostraba la copia de la denuncia policial, el acta de una infracción y los recibos de pago de una multa que tenía adherida al precio, lágrimas de sangre de una familia humilde, muy humilde de Villa Nueva.
Tal vez una lágrima cayó sobre los papeles, o tal vez no llegó a tocarlos y quedó rodando en el borde de su mejilla.
“En el verano nos compramos un auto, el primero. En realidad, un Rastrojero. Lo necesitábamos para el trabajo de mi marido, es albañil y debía cargar con la hormigonera de un lado a otro. Mi mamá nos ayudó, cinco mil pesos nos costó...”
Se queda unos segundos en silencio, recordando seguramente la emoción de ese momento. De esas cuatro ruedas que para algunos es apenas un objeto que va de un lado a otro, y para el trabajador es acariciar un sueño.
“Cuando lo compramos el dueño lo tenía en un taller, lo habíamos arreglado y lo fuimos a buscar. Pero faltaba el paragolpe trasero... íbamos a la casa del dueño para colocarlo...”
Fue el primer viaje y el último. Poco, casi nada, duró la sensación del rodado propio. Del que ahora en más serviría para los tres trabajos que tiene el marido y para pasear en familia con el hijito.
Duró metros, hasta un operativo de tránsito en las inmediaciones del club Central Argentino. “Cuando íbamos a la casa que era en la costanera a buscar el paragolpe, nos paró Tránsito. Nos hicieron una multa y tenían razón. No llevaba la licencia, ni el seguro porque recién lo comprábamos, ni el paragolpe... Entonces nos quitaron el Rastrojero, nos hicieron seguir un agente hasta el galpón de ATGE en barrio Rivadavia, cerca de una embotelladora. Lo estacionamos en el interior del galpón con mucha pena pero con la seguridad que lo iban a vigilar”.
Cumplir un sueño para algunos es demasiado costoso. Para retirar el auto debían pagar la multa. Más de mil pesos. Pero no importa, en el Juzgado de Faltas le dijeron que si la abonaba de contado, le costaría $776,20, más la estadía del Rastrojero en el depósito. Una bicoca, para algunos. Una fortuna para el matrimonio. “Comenzamos con mucho esfuerzo a juntar el dinero, pesito por pesito. Nos llevó mucho tiempo, recién logramos juntarlo anteayer y con la ayuda de mis padres porque no llegábamos. Como ve, somos muy humildes...”
La bronca y el dolor se fundieron en un abrazo. Por unos minutos fueron el uno para el otro.
“Pagamos la multa en el Juzgado, aquí está el recibo, contratamos el seguro, hicimos todo lo que nos pidieron y nos fuimos al galpón a buscarlo lleno de ilusiones. Por fin, lo tendríamos después de tanto tiempo.”
Pero, no todo es lo que uno espera en la dimensión oficial. “Cuando llegamos al galpón nos dijeron que ya no estaba, que lo habían trasladado, que estaba allá atrás en un terreno contiguo de la Municipalidad.
“Les aguantamos el Rastrojero un mes pero el juez nos obligó a soltarlo. Ni lo vayan a buscar porque le debe faltar la batería”, nos dijo el empleado.
Otra lágrima pugnó por fugarse de sus ojos, “le juro que no dormí, el Rastrojero estaba tirado, todo desmantelado, le faltaba la batería, los cables, la bomba inyectora, el radiador, la rueda auxiliar, los aros de las luces... allí está todo en la denuncia policial. Pagamos hasta el último peso, nadie nos avisó que iban a tirar nuestro auto... ¿me entiende?, entiende cómo nos sentimos..”
Ayer, fue a la Municipalidad. “Cuando les mostré la denuncia, no me dejaron subir, la chica de la Mesa de la Entrada me dijo: ‘Mande una carta al intendente y cuando él tenga tiempo la leerá’”.
“Cuando el intendente tenga tiempo, eso me respondieron. No sé qué hacer. Queremos nuestro auto, así como lo dejamos. Es nuestro auto, nuestro sueño, nos costó tanto sacrificio...tanto...”
Se fue, con la bronca gateando en la garganta, con el dolor de quienes no entienden por qué pueden quitarle, sin más ni más, lo poco o nada que tienen. Se fue, esperando que alguien se haga cargo de las ilusiones robadas.
N.M.