Escribe
El peregrino impertinente
En la mítica Cuzco, al sur de Perú, la cultura Inca se respira en cada esquina. La ciudad fue la capital de aquel imperio, posiblemente el segundo más grande de la historia de nuestro continente.
Digo el segundo porque el primero todavía existe. No hace falta que les diga cuál es. Si se toman la molestia de mirar al norte del mapa se van a dar cuenta. Es un terrenito más o menos. Una pyme con sucursales y baterías antiaéreas en Colombia, Cuba, Alemania, Polonia, Iraq, Israel, Corea del Sur, Paraguay y en muchísimos, pero muchísimos lugares más.
Volviendo a Cuzco, no es de extrañar, como decíamos, que sus habitantes le rindan tributo permanente a los Incas. Allí, la gran mayoría se enorgullece de su pasado autóctono.
Diego, el joven guía
En ese fervor, los lugareños suelen hacer todo lo posible por diferenciarse de sus antónimos, los colonizadores del otro mundo, los españoles. Desde la perspectiva local, no hay peores palabras que Pizarro, De Almagro o Carlos V. Con los ibéricos contemporáneos esta todo bien, siempre y cuando dejen propina y compren algunas remeras de “Yo amo a Perú”.
Diego, un joven guía de la calle Atún Rumiyoc, se encarga de graficar esa diferencia entre incas y conquistadores. Ayudado por un palo, hace notar el contraste entre la pared de un lado de la calle, prolijamente levantada por la idoneidad incaica y la del otro costado, derruida e irregular, cimentada en la época de la colonia.
“Nosotros decimos que el muro de la derecha fue construido por los incas, y el de la izquierda, por los inca-paces”. Finalizada la frase, el pequeño suelta una sonrisa cargada de picardía.
Otras notas de la seccion El Diario Viajero
Una alternativa a Puerto Madryn
Lo árido y lo verde haciendo magia
Mortadela estaba el mar
La gran maravilla de Oceanía
Ver, sentir y admirar
|