Escribe: Jesús Chirino
El reconocido intelectual Jorge Lafforgue, que vivió y cursó sus estudios secundarios en Villa María, ha publicado un interesante material que permite repasar la producción de algunos intelectuales que, desde 1810 hasta los ‘40 del Siglo XX, pretendieron establecer los fundamentos de la nacionalidad. El nuevo libro de Lafforgue, profesor de filosofía de la Universidad Nacional de Buenos Aires, se denomina "Explicar la Argentina. Ensayos fundamentales", Editorial Taurus. Para la obra ha seleccionado textos de 19 intelectuales argentinos, desde Mariano Moreno hasta José Luis Romero. En cada caso los escritos están precedidos por datos fundamentales que permiten acceder a la vida y obra de esas figuras. También ha agregado una cronología de los procesos políticos y sociales, cuestión que colabora a la comprensión del contexto de producción de los mismos. Lafforgue, que se ha codeado con los hombres de letras más importante de la literatura de habla castellana, escribiendo ensayos sobre las obras de muchos de ellos, accedió a mantener la siguiente entrevista con EL Diario de su querida Villa María.
-Luego de su largo y fructífero camino intelectual nos entrega esta obra tan importante como "Explicar la Argentina", hace allí un interesante rescate de textos de pensadores argentinos. Algunos de ellos, según dice en la página 26 de su libro, los conoció en aquellas lecturas colegiales que realizó en Villa María. ¿Puede comentarnos algunos detalles de esa historia? - "La mayor parte de mi vida la he pasado en Buenos Aires, ciudad donde realicé mis estudios universitarios, me casé, tuve cuatro hijos y trabajé con mayor o menor empeño en varias actividades, fundamentalmente en tareas editoriales, a la vez que en la docencia y el periodismo cultural. Pero Buenos Aires es sólo una de las tres ciudades que me han marcado en forma indeleble. Las otras dos son Esquel y Villa María. En la primera nací y, durante los años de mi infancia, pasé las vacaciones en lo de mis abuelos maternos, transitando un radio mágico que iba de Esquel a Los Radales, a orillas del Futaleufú, pasando por Trevelín. Una magia distinta, pero igualmente entrañable, tienen los años de mi residencia villamariense durante el primer lustro de los cincuenta, en plena adolescencia. Junto al río Tercero (sé que luego le han restituido su nombre indígena) realicé mis estudios secundarios, competí en natación, concurrí a muchísimos bailes, fui en bicicleta hasta Tío Pujio y otras localidades cercanas, tuve mis primeras novias e inolvidables amigos (resumo la larga lista nombrando al más querido: Diego Sebastián Sobrino, el Coco), alimenté mi pasión por el cine (con nitidez recuerdo el impacto de Kurosawa, ‘Rashomon’ sobre todo, y también de los filmes de Vittorio De Sica) y, para no fatigar, sólo agregaré que era buen alumno y que leía mucho. Dadas estas circunstancias, en absoluto debe extrañar que tanto Esquel como Villa María aparezcan mencionadas en mis libros, con alguna frecuencia y siempre con mucho cariño. En ‘Explicar la Argentina’ hay un tan nostálgico como merecido agradecimiento para la biblioteca del Rivadavia, en tanto lugar de mis primeras lecturas de varios de los escritores a los que he vuelto más de una vez, sobre todo al preparar este libro, Por ejemplo, recuerdo haber consultado las obras completas de Joaquín V. González, tal vez impulsado por la lectura de ‘Mis montañas’; haber tenido mis primeros contactos con los cuentos de Eduardo Wilde en los gruesos tomos de la edición oficial de sus obras. También recuerdo las partidas de ajedrez en las largas mesas de la biblioteca y muchísimas otras cosas muy gratas." -Para el libro ha elegido 19 ensayos, mostrando algunos debates fundamentales que atravesaron nuestra sociedad, desde 1810 hasta el surgimiento del peronismo. ¿Qué relaciones pueden establecerse entre aquellos debates y las discusiones que en la actualidad desarrollan tanto los políticos como los intelectuales argentinos? - "Espero que cuando aparezca el segundo tomo de este libro los lectores puedan responder a tu pregunta por sí mismos. En general, la pregunta que me formulás o sus variantes suelen cobijar una respuesta implícita, pues al leer a aquellos grandes batalladores del pasado -de Mariano Moreno a José Luis Romero- y recordar su accionar (a este fin apuntan las notas con que he precedido los textos) uno recibe cierto impacto, cierto deslumbramiento ante el formidable empeño de esos hombres, más allá de que comulguemos o no con sus ideas y sus haceres. A la vez que si se focaliza el presente la visión por lo general tiende a ser negativa, a poner el acento en los asuntos oscuros: corrupción, inseguridad, declinación, crisis, caos. De lo cual se infiere un pasado glorioso, cuasi inmaculado, y un presente de características muy negativas, ruinoso. Quiero aclarar este punto, porque más de una vez se ha deslizado que pongo sobre el tapete esa contrapartida. Un ejemplo extremo es la nota que el 20 de junio publicó Norberto Firpo en ‘Rigurosamente incierto’, su columna semanal en el diario La Nación. Más allá del elogio hacia mi persona y el contenido del libro, en el centro del comentario se lee: ‘El libro recupera los valores sustentados por visionarios profundos y sinceros, por señores abonados a la ilusión de que estaban echando los cimientos de una Nación del todo libre, del todo soberana, con muchas ganas de resultar gloriosa. Pero la cuestión de fondo que plantea el libro es otra, la de advertir cuán lejanas se han vuelto aquellas esperanzas, cuán desperdigados en el estéril paisaje de las torpezas, indecisiones y salvajadas institucionales duermen aquellos sueños’. Pues no. Disiento con el amigo Firpo; porque si bien es cierto que el presente no merece aplausos irrestrictos, tampoco nos parece deleznable. Justamente, estudiar nuestra historia (el comportamiento de nuestros antepasados, los problemas que enfrentaron y las luchas que sostuvieron para solucionarlos) es un aprendizaje de nuestro presente. Quiero decir, el pasado sólo sirve en función del presente, para aprender de él y religarlo a nuestras conductas. Nuestra historia no es un lecho de rosas; por el contrario, está llena de hechos que mueven al debate y aún al rechazo (¿o alguien puede ver positiva y alegremente la Guerra de la Triple Alianza contra el aguerrido pueblo paraguayo?). A lo largo de todo el libro hago hincapié e insisto en lo controversial de la ensayística nacional, en el apasionamiento con que se debate, en oposiciones que suelen ser hasta sangrientas (basta recordar el asesinato del Chacho Peñaloza). La comparación entre el ayer y el ahora pareciera ser siempre favorable al primero, pero este espejismo se debe a la falta de perspectiva histórica para juzgar el hacer actual. Frente a Mitre, Roca o Yrigoyen sin duda Perón no es una figura menor ¿o cabe alguna duda?" -En el libro describe algunos de los criterios usados para la selección de textos, como la representatividad de los ensayistas elegidos y explica por qué ha elegido esos y no otros. Si bien en las notas introductorias a cada texto no descuida el rol de las mujeres -por ejemplo en el caso de Borges menciona aquellas que tanto colaboraron con él, sólo ha seleccionado textos de hombres. Puede comentar, para los lectores de EL DIARIO, las razones de esta particularidad. - "Ciertamente puedo haberme equivocado en la elección de los ensayistas, pero he sido muy cuidadoso al hacerlo. El libro incluye a diecinueve de una lista originaria que triplicaba esa cifra; y seguramente varios de los ausentes merecerían también figurar. Sin embargo toda antología tiene mucho de azar, y la mía no es una excepción. Tras una rigurosa y larga confrontación aposté y apuesto a los seleccionados, lo cual -reitero- no quiere decir que otros, con entera justicia, no pudieran integrar el grupo. En las palabras introductorias he puntualizado los criterios que me guiaron: representatividad ideológica, incidencia en el proceso histórico o formativo de nuestra Nación, escritura cautivante, junto con otras características del gran ensayo. El arco temporal va de 1810 a 1945, por lo que bien podemos hablar de un período clásico. Extensamente puedo argumentar sobre las muchas razones que me llevaron a establecer el corte en esa fecha; pero prefiero esgrimir sólo una de índole personal: el 17 de octubre del ‘45 yo tenía nueve años, de manera tal que el arco histórico que abarcará el segundo volumen se entrama con mi propia vida sin medias tintas. Revisar ese período supone, en buena medida, una revisión de mi inserción en el contexto histórico nacional. En cuanto a por qué no incluyo ensayistas mujeres, te devuelvo la pregunta ¿cuáles? Si se tratara de la narrativa, por ejemplo, sin duda tendría que evaluar a Juana Manuela Gorriti, a Eduarda Mansilla, a Silvina Ocampo, a Norah Lange, entre otras narradoras de fuste. Pero, frente al ensayo, mi única duda fue Victoria Ocampo, que en el período delimitado publicó las dos primeras series de sus "Testimonios" e impulsó Sur, tanto la revista como la editorial."
(la segunda parte de este reportaje será publicada en el Diario Cultura del domingo próximo)
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