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Ricardo Cavallo decidió vender el tambo que había fundado su abuelo. Hoy es un agricultor por obligación |
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Los dos son productores, criados en el campo con amor por los animales y dedicación hacia la producción láctea. No se conocen entre sí, pero sus historias son semejantes. Marcos Conrero, uno de los productores que relató su historia, va a mantener su tambo hasta setiembre, cuando venza el contrato de alquiler de las 156 hectáreas en las que produce alrededor de 1.000 litros diarios de leche y se dedicará, con pesar, a la agricultura.
Ricardo Cavallo ya tomó la decisión y volteó todas las instalaciones que había iniciado su abuelo en su campo de Tío Pujio. Ya no pueden seguir perdiendo plata.
Las estadísticas de algunas organizaciones hablan del cierre de tres tambos por día o de que aquí a fin de año la provincia de Córdoba perderá 600 unidades productivas lecheras. En esta nota, los nombres y rostros de esos productores de los que hablan las estadísticas.
Sin alternativas
Marcos Conrero tiene 29 años, está casado y su mujer espera el primer hijo de ambos. Había armado sus proyectos en torno al tambo “porque igual que a mi mamá, siempre me gustaron los animales”.
Recuerda que con apenas cinco años, ya vacunaba las vacas del tambo que explotaba su abuelo.
Formaron una sociedad con el padre y el hermano para dedicarse a dos rubros: contratistas y tambo.
“Sin darnos cuenta, veníamos sacando plata de las campañas para ponerla en el tambo, pero este año, que no hubo una hectárea para sembrar de trigo nos dimos cuenta que no puede ser así. No podemos mantener el tambo a pérdida”, indicó.
Uno de los principales problemas es que su explotación lechera está sobre un campo alquilado. “Yo pago 10 quintales más impuestos, lo que hace un total de 12 quintales. Es altísimo para lechería y te obligan a volcarte a la agricultura”, indicó.
El dueño de la tierra le exige pagarle en efectivo y en negro. “No entiendo cómo la AFIP nos persigue a nosotros por una vaca y no controla la renta de quien es propietario de esas hectáreas de campo”, dijo, un poco indignado con esa situación.
Recuerda que no siempre fue así. Por ejemplo, entre 2005 y 2007 “podíamos juntar una moneda”. En esa época, pagaban 7 quintales la hectárea y los insumos estaban más baratos.
Hoy, haciendo números, ya sabe que no puede seguir. “Imagínese: nos quedan 150 vacas, porque nos fuimos achicando. Cada vaca, por día, insume sólo en alimentos, entre 8 y 11 pesos. A eso hay que sumarle sanidad, veterinario y alquiler y cuando vas a vender la leche, cada vaca te da 12 pesos por día. Si pensás en la billetera, no podés seguir”, señaló.
No puede ocultar la tristeza que le dio su madre, que el último mes casi llora porque tras recaudar y pagar, decidieron repartirse los sueldos de 1.500 pesos cada uno que se asignan como ingreso básico. “Nos alcanzó a nosotros -los hijos- y no le quedó nada a mis viejos. No puede seguir así”, lamentó.
Está cansado de escuchar soluciones de los gobiernos provincial y nacional de la mano de subsidios. “El subsidio no sabés nunca cuando llega, y si llega. Por ejemplo, el de la provincia, que dijeron que iba a estar los primeros días de julio, todavía no llegó”.
Finalmente, dijo que le molesta cuando se refieren a los productores como hombres “de renta extraordinaria”. “Empecé a hacer mi casa en Silvio Péllico y no la pude terminar. Vivo de mis suegros”.
Por eso hoy considera que no tiene alternativa y se volcará a la agricultura.
El y su familia seguirán trabajando, pero sabe que la familia de tamberos que hace 15 años que trabaja en el lugar, tendrá menos chance de seguir adelante.
Una decisión
sin retorno
Ricardo Cavallo tiene 43 años y conservó hasta mayo de 2009 el tambo que había fundado su abuelo. Pero finalmente lo tuvo que vender.
“Fue una decisión difícil. Mi papá quería venderlo el año pasado y yo le pedí un tiempo más. Pero no, no hubo caso, no se puede seguir trabajando a pérdida”, relató.
El dolor fue inmenso. “Por ejemplo, mi papá que fue el que no dudaba en venderlo, no pudo ir el día que cargaron las vacas porque le iba a hacer mal”, recordó.
Esas vacas fueron a parar a un tambo más grande. “Es probable que no se pierdan litros, pero lo que es claro es que se concentra en pocas manos. Los tambos chicos tienden a desaparecer y lo que es peor, cuando uno toma la decisión de cerrar el tambo, no lo puede abrir nunca más. Es una decisión sin retorno”.
Dice que en épocas anteriores también hubo problemas. “Trabajábamos a pérdida y como teníamos producción mixta, sacábamos de la cosecha para poner en el tambo. Pero la diferencia es que en esos tiempos había perspectivas. Sabíamos que si esperábamos unos meses, después las cosas cambiaban. Ahora no, no se ve una salida a corto, mediano ni a largo plazo”, dijo.
Su tambo no era de los más grandes. Cavallo contaba con 80 vacas y producía 1.500 litros diarios. “Imaginate que según los casos, se está perdiendo entre 10 y 20 centavos por litro. Calcule la plata que se hace de deuda a fin de mes”, afirmó.
“Uno quiere a los animales, así nos enseñaron. Desde que nací tenemos tambo. Igual mi papá, con 69 años. Además, somos los últimos cavallos en desprendernos del tambo porque estamos muy arraigados a la actividad. Pero este Gobierno que demonizó la soja, te empuja para que seas sojero”, relató el hombre de campo.
“El problema, no es que la soja sea mala o buena. El problema es que para hacer soja, comprás los insumos y las semillas, sembrás y después la vas a cosechar. El tambo reparte más. Nosotros todos los días teníamos que invertir en veterinario, alimentos, salud. Además, vivía el tambero, su familia y un montón de gente como el camionero que lleva la leche todos los días, la fábrica de quesos a la que por años le entregué y sus empleados. Todo eso se va perdiendo”, concluyó.
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