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26 de Julio de 2009
Susana Giraudo - Cielo de acuarela
Mar de poesía
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—¿Hace mucho que pintás en acuarela?
—Hace veinte años, debo ser la única mujer acuarelista de la ciudad. Es una técnica muy difícil, pero hay que tener un sentimiento poético de la apreciación visual, uno mira… pero hay que mirar a la acuarela con mirada de poeta, es indisoluble la poesía de la acuarela, están unidos los dos mundos.

—¿Creés en la inspiración?
—No, yo creo en la provocación, creo que la inspiración es un eufemismo, un manejo hasta demodé de la inspiración. Más vale creo que estamos viviendo en un mundo que nos provoca de manera permanente, el mundo en el que crecemos, el mundo de la memoria y el mundo del futuro viven provocándonos; ese pegarnos en la cabeza produce el deseo de escribir. Que después uno lo poetice o lo convierta en prosa o en un ensayo filosófico, todo depende de cómo uno lo toma, cómo lo quiere arrojar fuera de sí. Es precioso tener esa compañía, hay personas que no saben convivir consigo mismas, pero si uno descubre que está acompañado de estas cosas, es algo muy bello que produce un profundo agradecimiento.

—¿Por qué esa demora entre tus anteriores libros y el reciente “Monedas en el agua de una fuente”?
—En 2002 salió “La armonía de las desarmonías”, pasaron siete años. La demora es porque los poetas tenemos una vida, respiramos, sufrimos, latimos, disfrutamos; y yo tuve de golpe, en diez años, todas las vivencias por las que puede pasar alguien: sufrí mucho, dejé sedimentar el dolor, lo dejé descansar, me afiancé en un lugar justo para que no duela tanto (valga la redundancia), y me recuperé; fue como una terapia, y el alma y el corazón hicieron un solo, porque es humano hacerlo. Y después tuve un momento de descubrimiento de otras cosas y quise vivirlas para que no se escapen, porque la vida es corta y uno se pone a fabricar libros y se pierde de vivir, se pierde de nutrirse también para seguir creando. Hay que vivir, porque si no se produce una especie de frustración y de amargura muy grande, y todo hay que saberlo armonizar.

—¿Considerás que la literatura local está pasando por un buen momento?
—Sí, cuando terminaron las mesas de lectura que hice el sábado 27 de junio, me di cuenta de la cantidad de omisiones que realicé y me sentí muy mortificada, pero muy mortificada. Todavía hoy me siento culpable, porque tendría que haber organizado tres o cuatro mesas más y que no me importara que fuera un emprendimiento que yo lidero con mis amigas, no me atrevo a decir mis alumnas, porque tengo unas poetas extraordinarias.

—Contanos sobre tu tertulia literaria.
—Tertulia es antiguo, son charlas literarias. Le pusimos Paco Urondo, porque tengo una especial admiración por este revolucionario que por pensar como pensaba, vimos cómo su obra no fue reconocida, no estuvo en el lugar que necesitaba estar Francisco Urondo, uno de los grandes de la poesía argentina.
No sé ubicarlo tampoco, porque no lo dejaron ser, en una palabra. Como toda esa generación que sufrió tanto, Jorge Madrazo nos decía que se fue exiliado, Marcos Silber también, son del grupo de Juan Gelman, que a fuerza de estar exiliado ya se quedó directamente afuera, y hay tantos y tantos que tuvieron que irse por pensar. Estos 50 años de la Argentina tan tumultuosa y tan cambiante, tan perseguidora por momentos de la persona que piensa y tiene autonomía de pensamiento y que se atreve a manifestarse. Especialmente se ensañaron con los artistas, porque somos un poco anárquicos, es que necesitamos ser así, si no cómo podríamos crear. La creatividad no tiene reglamentos ni tiene gobiernos. Por ejemplo, en la época del proceso, sí que había artistas, pero había artistas obsecuentes, así no quedaron registrados, había predilectos del poder de los militares que nosotros no reconocíamos, porque ese no era momento de manifestar el arte, era un momento de un tremendo dolor, dolor personal, dolor generacional, dolor histórico… entonces muchos artistas callamos o hemos escrito lo que luego se dio a conocer.

—Hay muchos textos sobre esa temática que están saliendo ahora, “Videla”, de Alejandro Schmidt; “Flores del bien”, de Griselda Gómez, Fernando de Zárate también trabaja en esa línea.
—“Videla” es un libro necesario, las personas de la edad de él en adelante, lo consideramos así, creo que ese libro tenía que estar y gracias a Dios, está. Como un montón de trabajos de Alejandro, no todo, porque sería obsecuencia, hay alguno que me llega más que otro, eso depende también de la sensibilidad y el gusto. Fernando es un poetazo y está trabajando con el tema. Es importante decir que el poeta no escribe para que los demás lo califiquen y lo encasillen, el poeta escribe porque escribe y nada más.

—¿Notás mucho ego en el ambiente literario local?
—Te voy a contestar con algo que te va a dar risa. Yo los comprendo, porque me ha quedado prendida en el alma y el corazón, relacionándolo con la admiración que siento por él, el ego de Federico García Lorca. Era un ego sano, un ego feliz, un ego digno de quedar en la historia de la literatura. Si todos tuviéramos un ego así, mitad niño, mitad hombre, mitad rama, mitad felicidad, ese ego es un buen ego; como todo lo que se relaciona con el revés y el derecho, la oscuridad y la luz de las personas, no es tan malo tener ego; lo es cuando es gigantesco como una figura de Botero, no deja espacios a los demás; hay que tener un ego chiquitito y que se junte con otros egos también, y de ahí salen las cosas buenas. Esa es la magia, a eso apuntaba con las mesas de lectura, a quebrar un poco eso de los ghetos, de los grupos elitistas, ¡¿pero quién es elite?! Pero si de esto no se come, fuera que ganáramos plata y mantuviéramos una familia con la poesía, pero ¡pobre poesía! Es la pariente pobre de la literatura y es la más rica de todas.

—Has hecho traducciones literarias, ¿qué particularidades tiene este arte?
—Muchas veces los poetas brasileños, portugueses, algún poeta italiano, me buscan para que con mi condición de poeta interprete y con mis precarios conocimientos de idiomas pueda pasarlos al español. Sucede que a veces, en lugar de ser una traición (traduttore-traditore, traidor en italiano), en nosotros los poetas no hay traición, hay un aporte, le damos esa cosa que tenemos adentro, esa llama al otro que no se puede expresar en nuestro idioma. Somos respetuosos, yo no me atrevo a traducir a poetas que hayan muerto: más vale hago traducciones de gente con la que pueda tener un coloquio y consultar con enorme respeto y explicarles con otras palabras, hasta que los hago llegar a lo que yo interpreté y si es cierto o no a dónde llegué. Es algo maravilloso, como tomar un rompecabezas y armarlo con la ayuda del otro que está frente de uno. Es muy difícil y enriquecedor.

—¿Cómo podrías definirnos la escritura y la pintura?
—Siempre recupero una imagen de una canción italiana muy bonita que dice algo así como, “cada vez que veo el mar me doy cuenta que a su final se inicia el cielo”, y es el azul contra el azul, y eso me produce una cosa que es como un estado de suspiro hondo, porque no puedo estar ahí donde se une. No hay separación. Justamente elegí esto porque la acuarela es la más poética de las técnicas de la plástica y la poesía es la más transparente de las técnicas de las ramas de la literatura. Yo uní esas dos cosas y me siento que nado pecho y espalda ahí, entre esas dos aguas, que son dos fuentes en las que me nutro, de las que estoy cómoda y feliz. Yo vivo unos momentos de felicidad inefables, no los puedo contar, y eso me convierte en la más egoísta de los poetas; en vez de preocuparme por ocupar un espacio muy grande ante los ojos de los demás, yo me preocupo de que la poesía ocupe un lugar muy grande en mi corazón, en mi vida. Vivo en estado de acuarela y vivo en estado de poesía; quiero sentirme húmeda por la acuarela y las posibilidades que ella da, tan bella, tan dúctil y quiero sentirme tan bien como cuando la poesía me fluye. Soy una agradecida.
@ Por Darío Falconi (eldiariocultura@gmail.com)

Es una apasionada.
Pintora, poeta, ensayista, traductora… artista en definitiva.
Una mujer que se deja llevar por la niña que habita en su interior y que la provoca a hacer cosas.
Mamó de su madre el gusto por la pintura y escritura. Luego de experimentar con todas las técnicas y materiales se decidió por la acuarela. Ella es así, le gusta el desafío, no busca dominarla porque sabe que esa no es la manera. Como en la vida misma, busca amarla, acompañar la conducta del líquido sobre el papel y lograr así las más bellas creaciones. Muchas veces, mientras pinta, el pájaro de la poesía la picotea y le reclama atención; ella deja el pincel un minuto para grabar en su ordenador la idea de lo que a fuerza de “pico y pala” podrá ser un poema.
Es una amante de la pintura, de la poesía, de la familia, de todos los afectos y de la vida misma como expresión globalizadora.
El mes pasado presentó su sexto libro de poesías titulado “Monedas en el agua de una fuente” matizado por acuarelas solidarias y poemas mañaneros.
Entre el mar y el cielo, entre la pintura y la poesía, entre esos dos mundos, se desarrollará nuestra charla.

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