Por Darío Falconi
Entra. Atraviesa el umbral y apoya algunas cosas sobre la mesa.
Está rodeado de libros que se acomodan perfectamente a su rededor y a los que tiene ordenados con criterio de bibliotecario. Descansan allí los clásicos de la literatura universal y argentina, los textos de filosofía y religión, los inhallables y todos aquellos que deben estar siempre a mano. No falta el espacio destinado a la literatura local, Alejandro, quien trabaja infatigablemente por las letras de la ciudad, es feliz cuando agrega un volumen más a esa colección.
No pretendo obviar su abultado currículum, pero basta mencionar su nombre y poesía para saber que hablamos de Alejandro Schmidt. En su persona está concentrada la poesía y el placer que lo llevó a tomarla de todas las maneras posibles: como poeta, editor, periodista, bloggero, dictando charlas y cursos…
Recientemente, y como una marca personal en su actividad literaria, publicó dos libros de poemas: “60 poemas breves” y “Videla” (Recovecos, 2009). Libros que brillan por la calidad y contundencia con que están escritos. El primer volumen desperdiga su contenido en todas direcciones, como un enjambre que se nos abalanza y deja su aguijón en algún poema inesperado. “Videla”, por su parte, nos sacude a interrogantes, nos cuestiona sobre un pasado argentino y personal del que todos (de alguna manera) hemos sido parte.
Alejandro conserva todos sus escritos prolijamente guardados. Sabe que su vida está contada en los versos que marcan su camino.
Pero volvamos a la habitación antes descrita, a su biblioteca… Está ahí, me lo imagino ahí… A su costado derecho se encuentra una ventana que conecta con el mundo y al lado, la computadora que dispone a encender.
Se acomoda y saca un atado de Philip Morris. Toma el cigarrillo. Lo enciende. Abre su casilla de correo electrónico y contesta, con admirable prontitud, nuestros interrogantes.
—Teniendo en cuenta que es recurrente en vos el hecho de publicar de a dos libros por vez, ¿a qué estímulos obedece esta actitud?
—Escribo permanentemente, los textos se acumulan, en cuatro años publiqué ocho libros, en ese mismo tiempo escribí casi diez ¿qué puedo hacer? publico para ir dejando, al menos, una parte de la obra afuera, atrás.
— El hecho de que “Videla” se haya publicado recientemente ¿obedece a alguna decisión o momento en particular?
—No, son poemas escritos desde el golpe del ‘76 en adelante.
—En “24 de marzo de 1976” decís “yo tenía todo el fracaso que llegó / yo tenía que ir hacia la nada / y allí fui.”, ¿qué era la nada en ese entonces? ¿Cómo ves ese momento hoy cuando han transcurrido más de tres décadas?
—La nada era todo lo que se vivió en la dictadura, el asesinato de tanta gente maravillosa, los exilios, la opresión, el achatamiento, la censura, la mentira sistemática, la destrucción de la economía, etcétera.
Impera todavía la visión maniqueísta, falta matizar, atreverse a enriquecer eso de los buenos y los malos, preguntarse por qué. Este libro de poemas, sesgado y contaminado por la lírica intenta eso, poner en cuestión, en crisis, tantos discursos cómodos de un lado y del otro.
—Siempre decís que lo que escribís lo conservás porque son momentos del alma, ¿cómo es el alma de Alejandro Schmidt?
—Si yo pudiera saber cómo es mi alma no tendría necesidad de escribir.
—Después de haber publicado tantos libros, ¿qué sensaciones experimentás cuando publicás un nuevo trabajo en tapas duras?
—El alivio de haber soltado esas palabras al mundo y el impulso de seguir escribiendo; nunca me releo, siempre estoy en el poema que vendrá, o no vendrá, mañana.
Como una tormenta que va y viene, Alejandro carga y descarga esos “relámpagos, pequeños flashes” sobre el papel, que no sabe por qué, pero que llegan y se estampan para dar cuenta de una situación, de un estado, de esos “momentos del alma”. Escribe mucho y publica mucho. En otra oportunidad lo recuerdo decirme, “el gran antólogo es el tiempo, él es el que dice que queda o no; un autor puede sentir muchas cosas, pero el tiempo sepulta la obra o la mantiene vigente.” También se aparece en mi conciencia cuando me confesó sentirse más libre al publicar, “cantidad no es calidad, ojalá lo fuera, es una cuestión de temperamento, soy así, me siento y escribo lo que puedo”.
—¿Para que sirve la poesía, Alejandro?
—Juan L. Ortiz lo dijo por todos: “La poesía no es útil, es necesaria”.
—En todos estos años has publicado cerca de 40 textos de poesía, ¿con qué libro te quedás de todo lo que has producido? ¿En qué publicación considerás que salió lo mejor de tu poesía y por qué?
—Tres títulos: “Serie Americana”, “En un puño oscuro” y “El patronato”, en ellos desarrollé algunos temas y algunas estructuras que me acompañaron desde el comienzo (allá por mis trece años) a saber: lo cotidiano, la pobreza, lo siniestro, lo fantástico, la luz, la cultura popular norteamericana que se irradió para el mundo a partir de la posguerra, la lírica, el fraseo musical de las vanguardias, las escenas teatrales de lo onírico.
—Vos que has viajado por diversas partes del país y publicado a distintos poetas de la Argentina, ¿qué nombres de escritores de la ciudad reconocen fuera de estos límites? ¿A qué creés que se debe?
—No hace falta viajar para saber eso, basta leer la crítica en los medios nacionales y estar actualizado con la investigación de los centros de estudios literarios…Edith Vera y Marcelo Dughetti son dos nombres de proyección nacional.
—Ultimamente estás incursionando en la publicación de blogs, ¿qué beneficios tiene esta nueva modalidad de difundir poesía? ¿Qué opinión te merecen los libros electrónicos, los e-reader y toda esa nueva movida informática?
—Estoy desarrollando diez blogs desde diciembre de 2008, con el beneficio de la rapidez y la liberación de andar pidiendo dinero para hacer revistas (mendigué durante 20 años para editar a medio millar de poetas del país y el mundo). Veo con entusiasmo todo recurso que sirva para leer, sentir, pensar.
Además de su poesía, si hay algo que me sorprende y admiro de Alejandro Schmidt es su constancia, esa fuerza interna que no cesa, que no decae, esa militancia literaria que durante cuatro décadas cultiva día a día. Un tipo que continuamente está leyendo, trabajando y publicando. Hay en él una desesperada avidez de conocimiento, de estar al día con la literatura, pero también con la realidad. No han sido pocas las veces en que lo he visto desayunar antes de las 7 en un café céntrico y leerse todos los diarios antes de irse a trabajar.
—¿Cuál es la clave para mantener esa constancia de escritura, de lectura… de militancia literaria?
—La fe en la belleza, el amor a la palabra, mucha obstinación y buena salud.
—Sos un referente inevitable de las letras locales, esto a mucha gente le gusta y a mucha otra le pesa; ¿qué opinás de las envidias y los egos en las letras locales?
—Decía José Ingenieros: “Las murmuraciones de los envidiosos siempre han sido el pedestal de un monumento”; en todos los órdenes de la vida, las negaciones, las maledicencias y tantas mezquindades son el peaje a pagar para quien hace algo más que ganarse la vida o dedicarse a inflar su ego. A lo largo de 40 años con la poesía tuve el privilegio de conocer y tratar a prácticamente todos los poetas valiosos del país, los más trascendentes, inevitablemente, fueron los más generosos y desinteresados.
Y en ese instante, mientras coloca el punto final, me lo imagino adjuntando el archivo en su correo personal. Lo hago presente justo cuando teclea “enviar”. En la habitación, las últimas volutas desprendidas de retorcidas colillas, ponen fin a este momento.
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