Era una tarde más del año 2004, los alumnos de la Escuela Normal Víctor Mercante volvían a sus aulas luego de la diversión del recreo. Mientras esto ocurría un niño seguía atentamente con la mirada una escena.
"Cuando veía como subían (entre tres) a una compañera en sillas de ruedas por las escaleras de la escuela , sentí como una puntada en el pecho... pensé que no podía ser más así, algo tenía que hacer. Me puso muy mal ver eso."
Sin pausa, Alejandro Montiel (de nueve años de edad) desde ese día, puso manos a la obra junto a su compañero de grado Santiago Tais, en el diseño y proyección de una visión que persigue en su esencia una sola meta, ayudar al otro.
El deseo de aquellos niños, hoy adolescentes, creció hasta transformarse cinco años después, en realidad: un ascensor para personas con alguna discapacidad motriz y otros que eventualmente lo necesiten, en el patio de la escuela.
En el trayecto, docentes directivos y alumnos aportaron, brindaron consejos, escucharon y se sumaron al empuje de los estudiantes.

Un camino, mil aprendizajes

Tocaron cien puertas, rehicieron formatos y términos del proyecto. “Santi” y “Ale” insistieron una y otra vez para ser escuchados, sin perder de vista a los que necesitan de un gesto solidario.
“No podía dejar de pensar en el proyecto y hasta me enojé mucho cuando veía que la cosa no marchaba. De todos modos, entendí que había que esperar e ir paso a paso ”, dice Alejandro en diálogo con EL DIARIO.
“Es un servicio que necesita la escuela, se va a solucionar un problema. Yo diría que una necesidad muy importante va a ser cubierta”, agrega Santiago.
Dos niños (jóvenes), una motivación y toda la voluntad del mundo para lograrlo. ¿Quién puede resistirse?
De hecho, el destino no pudo y el elevador será parte del edificio escolar a partir de marzo del próximo año.
Más de treinta alumnos con problemas motrices podrán acceder a todos los espacios educativos de la institución que se erige en Sobral y Tucumán.
“Estamos muy contentos pero hay que seguir trabajando. La semana que viene se va a entregar una tómbola y se van a juntar firmas entre los alumnos”, coincidieron en señalar, Alejandro y Santiago dueños de un ejemplo para valorar, seguir y multiplicar.

La historia de Alejandro y Santiago brilla entre tanto gris cotidiano, tanto vacío y desencanto.
Ganarle la pulseada al egoísmo, torcerle el brazo a la mezquindad y al individualismo, bien se merece un recuadro aparte.
Extender la mano, no perder de vista los gestos solidarios y sumar nuestra voluntad para que más proyectos de este estilo se concreten es, sin dudas, obligación.
Una frase nos llama a la reflexión: “Las discapacidades pueden cambiar nuestra manera de ver el mundo. Pueden limitar nuestras capacidades a la hora de aprender cosas, de entenderlas o hacerlas, pero nunca nos anulan ni nos disminuyen como personas”. Gracias.