"Con angustia, dolor profundo y desesperación perpetua, hemos tomado la decisión de dirigimos a la comunidad en que nacimos y desarrollamos nuestras vidas, a fin de hacer conocer hechos de los que resultamos víctimas, en tanto hemos sido dañados de manera inconmensurable e irreparable por actos negligentes y desidiosos, plasmados por profesionales de la salud, de un modo tal que terminaron cobrando de manera insensata la vida de nuestro amado hijo, Vittorio Paviolo Huzuliak, quien a la fecha de su fallecimiento contaba con tan sólo siete meses de edad.
Y ante tamaña tragedia, aunque quizás resulte un tema menor, también afirmamos que esos hechos también cobraron para siempre nuestra armonía y sereno bienestar, en tanto junto a Vittorio, ese modo de obrar nos llevó para siempre nuestras mejores energías y expectativas frente a la vida. Queda claro que tras la muerte de un hijo luego nada será igual. Pero aparece como más claro aún, que ante la muerte absurda de un hijo, la vida apenas será tolerable, ya que los días transcurren y transcurrirán de un solo modo: repasando el pasado, preguntándonos por qué.
Nos sobra daño y dolor para arremeter de todas las maneras; nos sobra daño y dolor para calificar actos y conductas que nos han dañado irreparablemente; frente a ello, decidimos que un modo válido de honrar la memoria de nuestro hijo, será si presentamos a consideración de ustedes los hechos como han sucedido; dicho de otra manera: ponemos a consideración de ustedes lo que constituye nuestra tragedia.
El día viernes 16 de enero de 2009, nuestro hijo Vittorio comenzó a tener fiebre. Esa tarde llamamos a su médico pediatra el doctor Omar Litterini. Este indicó que le suministráramos Termofren e Ibupirac. El día sábado 17 Vittorio amaneció bien; ello nos animó para que asistiera al cumpleaños de una amiguita. Luego de transcurridas las primeras horas del día domingo, Vittorio comenzó a manifestar un leve deterioro en su estado de salud, ya que presentaba diarreas aisladas y su cutis se veía algo pálido. Siendo aproximadamente la hora 20 del mismo día, Vittorio comenzó a llorar y a manifestar síntomas de dolor. Esa misma noche un médico amigo revisó los signos, sugiriéndonos que podían ser cólicos, por lo que recetó Carbogasol, aclarándonos que si seguían esos síntomas debía acudir sin tardanza en consulta con el médico pediatra.
Como los síntomas no cesaban, el día lunes a primera hora llevamos al niño en consulta con el doctor Litterini, relatándole lo sucedido. Al examinarlo constató lo que él denominó “leves signos de deshidratación”, y prescribió el suministro de Reliveran -vía oral- para cortar los vómitos, y Paracetamol para contrarrestar los fuertes cólicos; seguidamente nos dijo que regresáramos a nuestro domicilio con la siguiente indicación: “Le dan las gotitas de Reliveran, y a la hora le das cucharaditas de líquido para ver si lo tolera; si ves que no lo tolera te volvés a la tarde ya que esto es una gastroenteritis, tu nene va a estar unos días con fiebre, unos días con vómito, unos días con diarrea y va a ir mejorando”.
A la hora 15.30, del mismo día Vittorio comenzó nuevamente a presentar los signos anteriores, pero con mayor intensidad, ya que se lo veía muy débil; entonces lo llevamos rápidamente al pediatra, quien al examinarlo nuevamente constató que la deshidratación había empeorado; en lugar de ingresarlo en una clínica, indicó que le colocáramos Reliveran inyectable, y que “constatáramos” su evolución; la inyección le fue colocada en la Asistencia Pública. Como no evolucionaba favorablemente, decidimos llamar a una bioquímica amiga para que hiciera análisis. Mientras tanto, llamé por teléfono al doctor Litterini para que me diera instrucciones sobre lo que había que analizar. A la hora 21.30, aproximadamente, salimos nuevamente hacia el consultorio del pediatra; en ese momento recibí el llamado de la bioquímica, informándome telefónicamente los resultados, por lo que pasé la comunicación al médico, quien consideró que los resultados estaban bien, no obstante que decidió derivarlo para su internación en una habitación común, a fin de hidratarlo oralmente. La derivación fue indicada hacia la Clínica de Especialidades de esta ciudad, porque el profesional consideró que era la mejor, “ya que tenía una muy buena Neonatología y Pediatría”. Pero al llegar al lugar nos encontramos conque el espacio estaba cerrado por vacaciones.
Entonces comenzó a gestarse lo que en definitiva constituye una tragedia. Nos explayamos: decidimos buscar un lugar adecuado y nos constituimos en la Clínica Dr. Gregorio Marañón, de esta ciudad. En el lugar fuimos atendidos por la doctora Tais y la doctora Calvo. Las mismas decidieron su internación. Lo evaluaron y dispusieron hidratarlo a través de una canalización. En ese estado, nuestro hijo pasó la noche molesto, sin sueño, y con náuseas. Siendo aproximadamente la hora 6.20 del día siguiente, comenzaron nuevamente los vómitos; más tarde, siendo la hora 8, aproximadamente, se hizo presente el doctor Litterini, quien no revisó al niño, pero hizo unas preguntas y se fue. En ese momento me recosté al lado de mi hijo y percibí que el corazón le latía muy rápido, muy fuerte, de modo tal que me levanté y llame al office de Enfermería correspondiente a Pediatría, para que vinieran a atender urgente al niño, porque además me parecía que estaba con fiebre; seguidamente le tomaron la temperatura, y me dijeron que “estaba normal”, y se fueron. No satisfecha con la respuesta, solicité un termómetro en el mismo office de Enfermería, y luego que me fuera proporcionado, constaté que mi hijo estaba con 38,1 grados de fiebre. Entonces procedí a llamar nuevamente al personal médico para que lo atendieran. La enfermera constató que tenía fiebre, y le suministraron medicación. En ese estado, era evidente que a Vittorio le costaba respirar. Entonces apareció la doctora Calvo, y ante mi planteo, sin revisar a Vittorio, comenzó a darme explicaciones científicas. Azorada le corté su pretensiosa explicación, y le dije: ¿me va a decir que el chico está hiperventilado? “Sí, mamá”, respondió la doctora, y haciendo un gestito con la mano, se retiró.
Había pasado casi una hora desde que le habían colocado la medicación para bajar la fiebre, y como ese estado no cesaba, volví a llamar al personal que lo atendía; entonces la doctora Calvo se presentó en la habitación con los resultados de los análisis, y arrojándolos en un extremo de la cama en que estaba Vittorio, dijo: “Mirá, mamá, a mí los análisis me dan bien, así que esto sigue igual, con suero antibiótico por dos días, y el chico se va a su casa”. Sólo atiné a decirle que mi hijo seguía con fiebre. Contestándome, la doctora dijo: “Mamá, ya le hicimos la medicación correspondiente, hay que esperar; si querés ya te mando paños para que le hagas paños fríos”. Seguidamente juntó los resultados de los análisis y se fue.
Poco tiempo después volví a llamar, porque Vittorio presentaba su vientre hinchado. Entonces regresó la doctora Calvo, arrastrando sus zuecos, y evidenciando hastío, se paró en la puerta de la habitación, luego nos miró largamente, y mostrando su habitual gesto manual, dijo: que eso era “propio del cuadro de gastroenteritis” que tenía. Luego se dio vuelta, para no regresar jamás. Ante la falta de respuestas adecuadas, y por el ya grave estado que presentaba nuestro hijo, llamé desesperadamente al médico pediatra, doctor Litterini, quien se encontraba trabajando a la vuelta de la clínica donde estaba internado Vittorio; entonces le dije: “Omar, por favor, vení, el Vitto está mal, y no me dan bola”. Entonces el doctor preguntó: “¿Qué tiene?”; y le respondí que estaba mal, que no podía respirar, y que tenía la frecuencia cardíaca alta y la panza hinchada. Nuevamente le pedí que viniera. Entonces el doctor Litterini preguntó: “¿Cómo la panza hinchada, si estaba bien?”. Entonces, desesperada le dije: “Omar, vení” y el doctor respondió: “Termino y voy”. Quedamos aguardando impacientemente, pensando vendría de manera urgente, pero ello no ocurrió de ese modo.
Después comprendí que cuando me dijo: “Termino y voy”, se refería al horario habitual de sus actividades. De ese modo, el doctor de cabecera de Vittorio recién concurrió a la clínica a la hora 13.30 ó 13.40 aproximadamente, y al constatar el estado que presentaba nuestro hijo, inmediatamente se dio cuenta de que la situación era muy grave, y que el diagnóstico por él efectuado había sido errado.
Realizó actos médicos acompañado por la enfermera de turno, que había estado a la mañana. Mientras revisaba a nuestro hijo, preguntó a la enfermera “¿Dónde está Patricia?” (por la doctora Calvo). Entonces la enfermera le contestó que la doctora ya se había retirado.
Seguidamente, el doctor Litterini nos dijo que lo que Vittorio tenía no era gastroenteritis, y que era “otra cosa”. “¿Cómo otra cosa?”, le respondí. “Sí”, dijo. Y agregó: “Mirá, si fuera gastroenteritis habría ruido a líquido; el ruido que hacen los intestinos cuando estás mal de la panza, pero acá, en el caso del Vitto, no se escucha ruido, están paralizados los intestinos, no hay movimiento”. Después sentenció: “Vamos a esperar que se hagan las 4.30 para llamar a la Patricia, para que venga y pida una ‘directa de abdomen y una ecografía abdominal’, y pedirle que haga una consulta con el cirujano pediátrico”. “¿Cómo que el cirujano pediátrico?”, le inquirí. “Sí -respondió Litterini- esto es otra cosa”, retirándose con la enfermera, dejando a nuestro hijo librado a las manos de Dios.
En el momento en que se retiraba el pediatra, llega al lugar una amiga, de profesión bioquímica, que había realizado los análisis del día anterior. Al ver el estado que presentaba nuestro hijo, se puso a llorar; entonces comencé a contarle lo que había manifestado el doctor Litterini y, antes de concluir, llamó al cirujano pediátrico, doctor Pablo Lucarelli.
Agrego que mientras tanto, Vittorio seguía vomitando y el color de su piel era muy pálido, sus labios estaban sin color y tenía los piecitos y las manitos frías.
La bioquímica amiga le pidió al doctor Lucarelli que le hiciera la atención y pasara a ver al hijo de un amigo que estaba mal y a medida que le entregaba telefónicamente los datos de los análisis, y le describía el cuadro que presentaba Vittorio, el doctor Lucarelli diagnosticó inmediatamente invaginación intestinal. Consecuente, probo, responsable, el doctor Lucarelli acudió de inmediato a la Clínica Marañón, ordenando además, la presencia urgente en el lugar del técnico radiólogo y de un ecógrafo.
Entonces se realizaron los estudios pertinentes, comprobándose que Vittorio presentaba el cuadro descripto. Llamé al doctor Litterini - el pediatra de cabecera- para avisarle que todo estaba muy mal, pero siempre fui atendida por el contestador de su teléfono; intenté varias veces más, hasta que descorazonada, y con el alma puesta en nuestro hijo, tuve que desistir.
Como el diagnóstico resultó ser muy grave, Vittorio debió ser intervenido quirúrgicamente con urgencia. Tan grave era el estado, que sin ambulancia a nuestro alcance, nos encontramos obligados a trasladar a nuestro hijo a la Clínica de Especialidades en el auto de la bioquímica, acompañados por un residente de la clínica. La última vez que lo vimos con vida a Vittorio fue cuando entró al quirófano; después, poco más tarde, nos entregaron su cuerpecito sin vida. Era la hora 18, aproximadamente, del día 20 de enero de este año.
Hasta aquí los hechos que motivaron la pérdida de la vida de nuestro amado hijo; también se puede decir de otra manera: si la tragedia posee estructura, los hechos relatados la conforman.
No se puede concluir este relato sin resaltar la nobleza, entrega, y probidad que en distintos momentos nos proporcionaron los doctores Gabriel Plazza, Natalia Sodero y Pablo Lucarelli y su equipo. Ellos, sólo ellos y sus actos, nos otorgan un hálito de esperanza en el medio de la tragedia que nos sumerge y embarga.
Y a los amigos, que permanentemente nos brindaron su apoyo."
Leonardo Paviolo
DNI 21153447
Ivana Huzuliak
DNI 26380971
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