Para los trabajadores autogestionados fue una de las grandes noticias de la semana: la ex Zanón quedó en manos, definitivamente, de los más de 400 trabajadores que a través de la Cooperativa Fasinpat la pusieron en marcha nuevamente hace ocho años.
La Legislatura de Neuquén, con el aval del gobernador Jorge Sapag convirtió en ley la expropiación y comienza un nuevo capítulo para quienes decidieron con orgullo, esfuerzo y una alta cuota de dignidad tomar el toro por las astas y evitar el final de la reconocida fábrica de cerámicas.

No es un hecho más. Es un paso significativo que alienta a tantas otras cooperativas que están esperando decisiones políticas para terminar con la incertidumbre que les provoca el remate de las instalaciones que utilizan
para cumplir con una de las misiones más dignas: trabajar por el capital humano y no por el financiero.
Lo que está ocurriendo en estos tiempos no es casualidad. El mundo está poniendo los ojos en la economía social. El Parlamento Europeo (PE) a principios de año, adoptó, por 580 votos a favor (27 en contra y 44 abstenciones), una resolución que establece en uno de sus pasajes que “es necesario el reconocimiento de los estatutos europeos para las asociaciones, las mutuales y las fundaciones, para garantizar un tratamiento igualitario para las empresas de la economía social dentro de las reglas del mercado interno”.

La economía social. Esa frase que durante años fue subestimada y hasta vapuleada por la mayoría de la clase política. En Estados Unidos, Barak Obama, anunció una millonaria inversión para promover la creación de emprendimientos relacionados con el cooperativismo y el mutualismo. ¿Qué está pasando?

Sin duda, es la crisis. La crisis del capitalismo es una buena matriz para “reconciliar la economía con la sociedad”. Un principio de la economía social.
El cooperativismo (no para crear emprendimientos fantasmas que permitan tener trabajadores en negro) es una herramienta fundamental en el equilibrio de un sistema. Es, además, un modo de vida que coloca al hombre y su familia en primer plano.
Las cooperativas se apartan de la lógica capitalista. La acumulación de ganancia no está en su espíritu, a pesar que debe generarla para asegurar la estabilidad financiera y la permanencia de la estructura.

Las empresas recuperadas que surgieron de la crisis de 2001, son una muestra cabal de la capacidad de gestión de sus obreros. Hombres y mujeres que no bajaron los brazos, que defendieron con uñas y dientes el trabajo y realizaron un destacado aporte a la vida económica de un país sumido “en el infierno”.

“La economía social siempre estuvo en el mercado, pero no en el monetario. Los que pretenden descuartizarla entre lo mercantil y lo no mercantil no han comprendido su naturaleza.” Las palabras pertenecen al director General de la red europea que agrupa a cooperativas y mutuales, Thierry Jeantet.
“Las reglas (cooperativas) implican el florecimiento de la persona, la adhesión libre, la distribución justa de la riqueza generada, la independencia respecto a los Estados, los valores colectivos de solidaridad, la gestión equitativa. Cada persona equivale a un voto, a diferencia de las sociedades, donde cada acción equivale a un voto”.
Un concepto que resume la raíz del pensamiento económico social.
Las cooperativas deben ser vistas como una de las patas de la economía, respetadas como tal y con una legislación acorde a los tiempos que vivimos. No sólo por lo que pueden aportar productivamente a un país, sino por su valor agregado: la dignidad del hombre y el camino de la solidaridad.