Soñado: ¡en el baño hay señal de Internet!
Saliendo, la conexión continúa. La hay en el comedor, el patio y la cocina. En la mesada en donde están picando cebollas, hay wi-fi. También en el automóvil, mientras se mueve por la ciudad de San Luis.
En la vereda se puede navegar por la web, siempre que se esté en lugar seguro y no corra riesgo la seguridad de la computadora.
Todo el mundo habla del wi-fi, aunque cada uno a su manera. “Tenemos webfaiv”, nos cuenta Nora, ama de casa de 42 años, orgullosa, mientras señala una vieja PC apagada en la cocina, como si fuese suficiente su imagen para graficar la novedad.
Leandro, de 17 años, lleva su máquina como si estuviese encarnada y no hay Dios que se la quite. La mira, bajo el brazo, y sonríe, más que satisfecho. Feliz, si pudiese levantar las manos (que las tiene ocupadas abrazando a la máquina) las mostraría de color celeste, de tanto tocar el cielo.
Mientras tanto, Dorita, 64, jubilada pero activa parlamentaria social de peluquería, cuenta que está en un círculo para comprarle una máquina a su hijo Marcelo, de 32, sin actividad conocida, quien le aseguró que con una computadora más el wi-fi puntano, sabrá conseguir frutos para ayudar a la economía familiar. La madre ahorrativa no explica cómo porque no lo sabe, pero cree que su hijo “la tiene clara”. “Yo no sé nada de computadoras”, se justifica ante las amigas que la miran de reojo.
El “güifi” es “el tema”. E inunda todo tipo de diálogo: se habla del wi-fi en la iglesia, en donde la cofradía ya diseña su web site con la ayuda de un par de nietos comedidos; es el tema en los bares, en donde la gente saca a pasear sus notebooks o las flamantes netbooks, más pequeñas. Algunos padres llevan una cada uno y su hijo, ¡la propia!, entregada por el Gobierno para trabajar en la escuela.
En El Volcán doña Amira, 81, mira desconfiada esa antena y protesta: “Vaya a saber qué le provocará a la salud tanto interné que hay por todos lados” y maldice en voz baja. En la misma zona cunde la bronca porque hay “alguien” que tiene más señal que otros y es un empresario adinerado que, “si quisiera, podría pagarse mil antenas de esas”, según la voz de Adolfo que se llama igual (y hasta tiene cierto parecido físico y verbal con el otro) pero que no es El Adolfo.
Cada tanto, en la calle, los niños y también las abuelas señalan para arriba, como quien vio un ovni y quiere compartir el hallazgo. Pero no, se trata de algo más sutil y terráqueo: son las antenas que distribuyen la señal por todos lados, el motor del orgullo puntano de estos días y los arquetipos del nuevo paisaje, tanto en el centro de la ciudad, en los barrios circundantes o en el campo, en las serranías y hasta en los pueblos lejanos.
No se le conoce color a la señal de wi-fi, pero de tenerlo, seguramente no sería rosa. Es que el asunto también alimenta las disputas políticas y las intrigas vecinales. “Allá le han puesto porque vive uno de la Municipalidad”, comenta el portero de un edifico de la avenida Lafinur, señalando antena, casa y auto nuevo.
Mientras, en el barrio Los Horneros, “del otro lado” del río, una familia tiene la máquina encendida full-full junto a la ventana y tiene tantos hijos que siempre alguno está pendiente por si llega la señal. “Es que está en la esquina y acá hay mucho cemento, cuesta enganchar…pero es gratis”, indica Miriam, 38, madre de Irina, Matías, Luciano y Johana, todos ellos, usuarios de Messenger en una misma notebook por cuyo uso se pelean permanentemente. Esta situación sólo concluye cuando llega Roberto, 39, padre de familia. No bien regresa de trabajar hace un ademán de saludo, cabecea hacia la máquina como preguntando “¿y..?¿como anduvo la piba?”, esperando siempre que le digan que “¡bien!” y le cuenten las novedades que se enteraron por chat, lo único que le usan al servicio y que, además, los satisface por demás. Dicho y pensado todo esto, Roberto, lógicamente, se sienta junto a la ventana, dispuesto a chatear mientras espera que le lleven hasta allí la comida. Fuente:mdzol.com