Escribe: Raúl Olcelli
Enviado especial

“Cantando con tu recuerdo, florece mi corazón", dijeron las cinco mil personas que se dieron cita en el Orfeo el pasado sábado junto al regreso triunfal de Los Olimareños en Córdoba. La vuelta se hizo esperar mucho aquí, decían entre los pasillos del estadio los fanáticos del dúo uruguayo, porque fue precisamente en la otra orilla que regresaron primero al estadio Centenario y al Luna Park porteño después.
Fue con “El Templao”, que se dio señal de largada para un público ansioso de remontar una de las mejores poesías latinoamericanas que echaron a volar y anidaron en cada uno de sus seguidores. Y fueron 26 canciones del repertorio de Pepe Guerra y Braulio López que nos llevaron desde el Río Grande mexicano hasta nuestro mismísimo sur argentino, el más exquisito cancionero; el deleite de los fanáticos que unidos ya en tres generaciones vivaron una tras otra cada trabajo del dúo.
Le siguió “La sencillita” aquella postal tan perfecta que nos pintaba a Villa Pancha la que nos remontaba a cada uno al pueblo natal. Y luego “No lo conoce a Juan”, “Pobre Joaquín”, “Junto al Jaguey”. Posteriormente una etapa más intimista que nos cantaron versos profundos, cantados con amor y dolor como “La niña de Guatemala” o “El beso que te di”. O el verso "es mentira olvidar cuando se ama", como lo manifiestan en “Vivian”.
“El dinero”, “A Simón Bolívar”, “El campo grande”, “Milonga del Fusilado” hacían estallar el estadio que parecía decir que cada interpretación tenía tanta vigencia como en los combativos ‘60 ó ‘70. Precisamente “Cielito del ‘69” parecía que estaba compuesto el año pasado, como “Angelitos Negros”, como “El Orejano” o “Los grandes caballeros”. La popular se vino abajo cuando hicieron “Los dos gallos”, ni qué hablar cuando con sones de primavera cubana rememoraron el himno de Carlos Puebla: “Hasta siempre”. Ya se iban despidiendo cuando arrancaron con el inconfundible joropo venezolano “El Gavilán”, indicándonos cómo se come al ganado y con una metáfora se fueron con “Ya comienza". Un dato peculiar: no hubo un “gracias totales”, es decir que no se despidieron.
Por un momento Violeta Parra parecía estar sentada al lado nuestro, aplaudiendo, tejiendo, vivando y recordándonos que con semejante mensaje hecho melodía, desde cada tierra o rincón nos indica aquello de que “Latinoamérica es una sola casa, sólo que está dividida por habitaciones”, como lo recrearon “Los Olima” con su cancionero del alma.