Mientras en el ámbito nacional resuena con fuerza el proceso judicial por la tragedia en el boliche bailable Cromagnón, donde perdieron la vida 194 personas, en Villa María y Villa Nueva el fantasma de la inseguridad parece encontrar sustento debido a los escasos controles oficiales y la aparente irresponsabilidad de algunos empresarios de la noche local.
Para hablar sobre la temática, EL DIARIO pudo obtener el testimonio de un joven villanovense que cuenta "desde adentro" los riesgos, que muchas veces encierra, una simple salida a bailar.

Un motociclista preocupado

"Soy un joven motociclista más de los que a diario nos sentimos asediados por los incesantes controles por parte de la Municipalidad de Villa María y Villa Nueva con respecto al casco, la música, la papelería y al ruido y humo de los escapes", se presentó el joven Juan Eduardo Salgado quien se expresó ante este medio por la realidad de los espacios bailables locales.
"El sábado pasado asistí a una confitería de la costanera, pagué mi entrada y la de mi novia con el objetivo que tiene concurrir a un boliche bailable: bailar, pero como viene sucediendo cada fin de semana en todos los locales de la Villa, me sentí nuevamente estafado, ya que tuvimos que conformarnos solamente con escuchar música amontonados, apretados y parados", manifestó con preocupación el muchacho.
El exceso en la capacidad en los centros de diversión siempre han sido motivo de discusión entre autoridades y bolicheros.
Sin embargo, y a pesar de la exigente legislación que rige al respecto, a la hora de abrir las puertas a los que buscan divertirse, las limitaciones parecen esfumarse.
"Somos cientos de jóvenes en un lugar que rebasa la capacidad permitida, y con el peligro de que acontezca cualquier accidente", agregó a su relato el joven.
"Pude contar aproximadamente entre nueve y diez personas por metro cuadrado, cuando creo que lo permitido son cuatro por metro cuadrado", estimó el motociclista.
"Entonces sin poder bailar ni moverse cómodamente, sofocados por los apretujones ¿qué hacen los asistentes? ¡tomar alcohol! y esto bien sabemos los problemas que después acarrea", añadió el hombre ante ese matutino.

Riesgo de desastre

"Por momentos no quería imaginarme lo que ocurriría en caso de un desastre, de un incendio o de cualquier infortunio", prosiguió Salgado.
¿Adónde nos meteríamos si la única salida de emergencia (en alguno de los casos) es un balcón donde no caben más de veinte personas?, se preguntó el joven para después agregar: ¿Y desde allí qué? ¿Qué pensarán los propietarios? ¿Qué nos arrojemos a la deriva por ese balcón o que intentemos competir una maratón bajando las escaleras a ver quién gana primero la misma puerta por la que ingresamos?".
"Agradecemos al municipio que nos cuiden la vida en la calles (como nos dicen), controlándonos y aplicando fuertes multas si estamos en infracción con las motos, pero también exigimos que nos cuiden la vida dentro de esos locales por el cual pagamos sólo para divertirnos y por el cual a los concesionarios les reditúa sus jugosas ganancias", insistió el hombre.
"A los inspectores se los suele ver dentro de los boliches, calculo que controlando las luces y el volumen; ¿pero no ven acaso que ni ellos pueden moverse allí adentro?", acotó.
"A veces preferiría volverme a casa por no poder entrar por falta de capacidad, el sentirme estafado abonando una entrada y no poder cumplir con el objetivo por el cual asistí que es el de entretenerme sanamente", reflexionó el entrevistado.
"¡Por favor! Por la salud, el dinero, la diversión y la vida de miles de jóvenes de esta hermosa ciudad, hagan algo y así evitaremos tal vez un futuro Cromagnón villamariense", concluyó el joven.