Juan José Campanella propone uno de los mejores filmes del año, para hablar del amor con mayúscula cruzado por un furibundo crimen. La clave de los ojos surca toda la pantalla en primer plano. Es en las miradas donde corre la trama: el asesino es reconocido en una fotografía por la forma de mirar a la víctima, de la que estuvo enamorado. La ausencia de un amor perdido se observa en los ojos desolados de Morales (Pablo Rago), el viudo. Benjamín Espósito (Darín), el funcionario judicial, toma posesión de un caso cuando observa la mirada de la víctima, a la que luego un ayudante de forense se encarga de cerrarlos. Mira como un cíclope a Soledad Villamil (la jueza Irene), de la que está enamoradísimo y a quien nunca se lo declaró; mirada que también es correspondida por la dama. Sólo es esquiva la mirada de Sandoval (Guillermo Francella), un perdedor abrazado a la bebida que se esconde tras sus gafas. Si bien ese es el eje para contar la trama, el filme contextualiza la época, un sesgo premonitório de lo que estaba por venir. Así se observa cómo un ministro de Bienestar Social de 1974 acredita impunidad, la ineficiencia de una justicia abarrotada de expedientes y los "perejiles" que van presos por ser pobres. Cabe señalar que estamos acostumbrados a que el autor y director involucre la realidad histórica dentro de sus filmes. Como en "El mismo amor, la misma Lluvia", donde refleja a través de una botella de alcohol, un Galtieri en la TV en blanco y negro, en la plaza mayor tan deseada por los dictadores. O en "El hijo de la novia" con la "rumfla" privatizadora del momento, donde el protagonista finalmente decide vender su tradicional comedor familiar a unos italianos. Y más fuerte aún, en "Luna de Avellaneda", donde el antiguo club social es privatizado, cuando en el país todo dejaba de ser público.
@La letra que faltaba
La película también es un gran homenaje a la novela y su escritura (de hecho, el filme está inspirado en la novela de Eduardo Sacheri). Y si hasta parece "cursi" la despedida de la estación de trenes, lo que es adrede es una clara aceptación del melodrama (fiel al estilo de Corín Tellado). Valorizar la palabra, contar despaciosamente, sugerir y coser (como los expedientes) con textura y densidad, que también se intercala con recuerdos del pasado y del presente. A partir de una Olivetti vieja donde siempre estuvo ausente la "A" (y como un acertijo), al final el protagonista vence al temor para decir lo que nunca se había animado. Como así también llevar su obsesión por el crimen hasta sus últimas consecuencias, hasta la resolución inesperada, sorpresiva.
Víctor Alvez
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