(Primera parte). En la actualidad lo más frecuente es ver a chicos de corta edad corriendo alrededor de las canchas, sin saber por qué lo hacen, a cargo de algún improvisado que se puso título de entrenador, dirigentes que quieren ganar o ganar, cualquiera sea el precio, padres con sueños “maradonianos” que quieren cumplir a través de sus hijos sus propios sueños incumplidos y a veces oportunidades económicas disparatadas.
Corran, metan, saquen, tírenla afuera o a cualquier lado, cuando no un “bajalo” o “matalo”, son frases que a menudo se escuchan en el fútbol infantil. Y cuando las cosas no salen como pensaron, se empieza a hablar de “volver a las fuentes del fútbol”. Término mediático que hoy se escucha reiteradamente, porque el mundo del fútbol es así, propenso a incorporar modismos de manera muy fácil.
Si algún entrenador toma agua en el banco, la mayoría comienza a tomar agua, sin fuma todos fuman. Ahora, es una muy buena medida de la FIFA prohibir el cigarrillo y todos han empezado con los chupetines. Sería interesante también que con el mismo entusiasmo observáramos los sistemas de trabajo, para ser mejores y enriquecer nuestros conocimientos.
Las fuentes del fútbol, entendida como la esencia del deporte, tuvieron un fiel reflejo en los futbolistas argentinos de otras épocas que lograron una calidad técnica que siempre distinguió al fútbol argentino y sudamericano. Eran grupos que trabajaban en el desarrollo y perfeccionamiento de la técnica. ¿Cómo lo hacían?... apenas se juntaban los primeros en llegar, jugaban uno contra uno, dos contra uno o dos contra dos y así sucesivamente hasta que llegaran todos y se armara el partido tan esperado.
O el encuentro en el campito del barrio, para jugar a la cabeceada, un arco a arco, al loco y tantos juegos inventados, pero siempre con la pelota como protagonista.
Si cuidáramos cada semilla como se debe, si respetáramos los procesos biológicos, seguramente veríamos que, como pasa en el colegio, niños que en la primaria eran muy inteligentes, que tenían futuro de profesionales, a veces no lograban superar el secundario, o en el fútbol mismo, ese chico de las inferiores con el que no pasaba nada, pero que con constancia y dedicación llegó a primera.
Por eso no seamos futurólogos, respetemos las ilusiones de la niñez, el futuro en ellos es más amplio que el nuestro. No dejemos de lado al de físico menudo por el grandote que saca provecho de su físico más desarrollado, no sabemos si en el futuro podrá seguir sacando esa ventaja.
Tampoco busquemos sólo a los talentosos, un equipo no se conforma sólo con ellos, un equipo es el acúmulo de diferentes modos de jugar al fútbol, con mayor y menor técnica. Pensemos más en la cantidad que en la calidad, todos pueden mejorar sus atributos técnicos y recordemos cuántos con todo el talento quedan en el camino por distintas causas, entre ellas, la desmotivación, la falta de perserverancia y ganas por jugar saturados por la presión a la que son sometidos.
Después de los Juegos Olímpicos, le preguntaron a Emanuel Ginóbili y José Sánchez, integrantes del plantel argentino de básquet que logró la medalla dorada en Atenas, desde cuándo jugaban juntos. “Desde chicos”, respondieron. El periodista entonces sonriendo preguntó: “¿Con ustedes dos sus equipos ganaban siempre?”, riendo ambos deportistas de elite respondieron, “no, en infantiles perdíamos siempre”. Un ejemplo más de cómo la formación, el tiempo y el trabajo perseverante forman verdaderos campeones.
(*) En la edición de sábado próximo seguirá la segunda parte.
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