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Ramón Carrillo (foto superior junto a Perón) y Arturo Oñativia (foto inferior a la derecha de Illia) ejecutaron los dos únicos planes serios de salud en el país |
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Erente a la tristeza, la angustia y el infortunio social de los pueblos, los microbios como causas de enfermedades, son unas pobres causas. “Dr. Ramón Carrillo”
La salud es como la libertad, sólo se la aprecia cuando se la pierde.
En nuestro país, sólo dos gobiernos tuvieron planes de salud serios y coherentes: lo pusieron en práctica. En el primer Gobierno peronista (1946 -1952) Evita y su ministro de Salud, el neurocirujano santiagueño Ramón Carrillo, ejecutaron el Plan Nacional de Salud, que por su proyección médica, social y humana no tuvo parangón, ni antes ni después. La transformación alcanzó a la educación. Fuimos pioneros en Latinoamérica. Después vendría la Revolución Cubana.
Arturo Illia (presidente entre 1963 -1966) con la experiencia y la sensibilidad de haber sido médico del empobrecido y olvidado noroeste cordobés, promulgó la Ley de Medicamentos -más conocida como Ley Oñativia- pues consideraba que los sectores más pobres, gastaban más en medicamentos que en médicos. Por primera vez se declara a los medicamentos un bien social, medida revolucionaria y de permanente actualidad. A través de un comité de control, se congelan precios y se reducen de treinta y tres mil a diecisiete mil por su ineficiencia terapéutica. El Estado controla todo lo referente a los medicamentos.
La poderosísima industria farmacológica internacional, reacciona al ver afectados sus intereses. Sus aliados de siempre y fundamentalmente la prensa, lo atacan despiadadamente. El 28 de junio de 1966, el Ejército lo derroca en forma vil, está solo, acompañado por un pequeño grupo de correligionarios, amigos y familiares, demostrando como Salvador Allende, una hombría y una consecuencia con sus ideales, que lo hacen imperecedero. Son esas heridas de las democracias que siguen doliendo.
Fueron los históricos buitres golpistas que en 1930 derrocaron a Yrigoyen, en 1955 a Perón, en 1962 a Frondizi y en 1976 a Isabel Perón. Son los mismos que hoy hunden sus garras en Honduras y que revolotean sobre la Argentina.
La Medicina argentina tiene historia y lustre; premios Nobel como Houssay, Milstein y Leloir, y una interminable lista de médicos que honraron a la ciencia y a los valores humanos; que nos hacen merecedores de una mejor salud pública.
Lamentablemente hoy no hay planes de salud, todos son parches e improvisaciones. El presupuesto y la decisión política a nivel nacional de una verdadera transformación sanitaria, brillan por su ausencia.
Sin censos y estadísticas confiables sobre la desnutrición y mortalidad infantil, la situación sociosanitaria de la ancianidad; de las madres adolescentes, de enfermedades endémicas como chagas y tuberculosis, de adicciones al alcohol, drogas, alimenticias, el juego; de enfermedades mentales y neurológicas, de discapacitados mentales, es poco lo que se puede hacer y proyectar en planes de trabajo y solución.
Han sido designados ministros de Salud que no han sido médicos, y muchos con una incapacidad para tan alta función. Esto quedó demostrado en las recientes epidemias de dengue y de gripe.
Los hospitales y centros de salud a lo largo y ancho del país son insuficientes, obsoletos, mal equipados, con falta de personal profesional, técnico y de mantenimiento; con sueldos y condiciones de trabajos indignos.
El Estado debe apoyar a las universidades, la capacitación y la investigación, y volver a poner en marcha la Ley Oñativia, declarando a los medicamentos un bien social. La sociedad, en su mayoría, pondría el hombro en esta empresa.
En lo que respecta a la salud mental, tanto a nivel nacional como provincial, nada destacable se ha hecho en los últimos cincuenta años. Como muestra, se pueden mencionar los neurosiquiátricos de Buenos Aires, como el Borda y el Moyano, en total abandono y decrepitud. Al jefe de la ciudad, Mauricio Macri, sólo le interesa el valor inmobiliario de los mismos, desnaturalizándose su importantísima función, desnudando la filosofía neoliberal capitalista, totalmente deshumanizada.
En Córdoba capital, el único Hospital Neurosiquiátrico, cuando éramos estudiantes, hace cuarenta años, ya era insuficiente y vetusto. El tercer patio, donde se alojaba a los enfermos judicializados o considerados peligrosos, no resistiría el menor examen de los derechos humanos. Los funcionarios están interesados en su venta por el valor inmobiliario, pero nada se ha hecho para la construcción de uno nuevo, acorde a las necesidades de una gran ciudad.
En la provincia, los hospitales de Santa María y Oliva, están condenados al abandono y la decrepitud. Hermosos edificios con amplios parques arbolados.
Hace aproximadamente tres años, atendí profesionalmente a un colega, cirujano de Villa María, que estando de guardia, él solo, tenía a cargo a novecientos pacientes, cuando lo normal debería ser un médico cada cincuenta enfermos. Debe operar de urgencia a un enfermo. Por complicaciones y falta de elementos, el internado fallece. Ese médico fue llevado a los tribunales y juzgado por mala praxis. Previo vía crucis, fue absuelto.
En realidad, quienes tendrían que haber sido condenados por mala praxis política y por incumplimiento de los deberes públicos, al permitir que un hospital de tan magnitud, funcione en tales irregulares condiciones, deberían haber sido el gobernador José Manuel de la Sota y su ministro de Salud, Oscar González.
El Asilo Colonial Mixto de Alienados de Oliva, nombre inicial, fue inaugurado el 4 de julio de 1914. Contaba con treinta amplios pabellones, hoy muchos cerrados y semidestruidos.Parcela para huertas, cocina, lavadero, talleres de herrería, carpintería, electricidad, pintura y talleres de costuras para mujeres. Sus seiscientas hectáreas se cultivaban. El hospital se autoabastecía, llegando a contar cuatro mil enfermos de distintas partes del país.
El director, los médicos y muchos empleados vivían dentro del mismo predio, en total armonía. Muchos niños recuerdan con felicidad esa época, que de adultos fueron médicos del hospital donde crecieron. La verdura que no se utilizaba se repartía en la ciudad de Oliva.
En épocas de dictaduras militares se persiguió a profesionales y empleados por el pecado de pensar y querer modificar estructuras sociales arcaicas y ultramontanas. La Aeronáutica se apropió de setenta y cinco hectáreas y las cedió para el Aero Club.
En 1973, por resolución ministerial se designó Colonia Nacional Dr. Emilio Vidal Abal, y en mayo de 1981, este hospital junto al de Santa María y el Alborada de Bell Ville pasaron al ámbito provincial. Allí comienza su lenta agonía y decadencia. El tiro de gracia se lo dio la nefasta y cipaya era menemista con todas las privatizaciones.
El Hospital Vidal Abal también ha funcionado como escuela de Enfermería y formadora de especialistas en Psiquiatría, por lo que revalora y engrandece su razón de ser.
El libro de Eduardo Galeano, “Patas arribas”, tiene aquí vigencia, porque los que gobiernan son los alienados, con su desmanejo de la salud mental, pensando sólo en vender sus tierras, alumnos dilectos del neoliberalismo.
Nuestra ciudad de Villa María se caracteriza por su constante transformación y progreso; está bella, moderna y agradable. Quienes hemos venido de otros lares, la hemos adoptado como propia, y nos sentimos orgullosos de mostrarla, o hablar de ella a quienes no la conocen.
En materia de Salud Mental y Neurología no podemos decir lo mismo. En la gestión municipal anterior se desmanteló el Centro de Salud Mental, que fue creado en 1972 por Domingo Monesterolo y Walter Frutos; prestigiosos psiquiatras, injustamente olvidados.
Este centro llegó a contar con psiquiatras, médico clínico, neurólogo (quien esto escribe), psicólogos, psicopedagogas, maestra diferencial, asistente social y secretaria. Un verdadero centro neuropsiquiátrico para niños y adultos de la ciudad y región.
Se trabajaba en interrelación con las escuelas y la jueza de Menores, por la problemática infantojuvenil.
Los enfermos y sus familias estaban tratadas, y contenidas, dándosele además los medicamentos en forma gratuita, era todo un equipo multidisciplinario que trabajaba con total dedicación y entrega.
Hoy a los enfermos se los ve deambular para que algún profesional se digne a atenderlos, generalmente no profesionales, que con el inconveniente para ambos, teniendo en cuenta que muchos pacientes deben ser medicados de por vida, con fármacos específicos que sólo el especialista maneja.
Falta un tomógrafo computado, tan necesario desde hace muchísimos años, de uso múltiple en Medicina, pero indispensable en los traumatismos craneoencefalicos graves, ocasionados por los permanentes accidentes de tránsito. En los primeros treinta minutos el estudio tomográfico es indispensable para su diagnóstico y tratamiento, especialmente para los casos quirúrgicos, allí se juega la vida del paciente. Su ausencia es injustificable y ningún argumento es valedero para no contar con el mismo.
Tampoco es justificable la ausencia de un electroencefalógrafo, necesario para determinadas enfermedades neurológicas, insustituible en las epilepsias. Es el método para el diagnóstico de muerte cerebral, requisito indispensable para los transplantes.
La inteligencia en sus múltiples funciones, tiene la capacidad de comprender los errores y enmendarlos y si además se le agrega la grandeza de alma y compromiso social, los dirigentes que conduzcan la salud pública y la salud mental, podrán darse por satisfechos.
Siempre será insuficiente lo que hagamos por aquellas personas que no pidieron vivir en la oscuridad de sus mentes o con sus cerebros dañados, y que necesitan de ayuda para salir de ese laberinto, que muchas veces termina en la degradación o en la muerte, que es compartida y sufrida por su familia.
Nunca podremos cambiar la sociedad del país y la Patria grande latinoamericana que anhelamos, sino empezando por la nuestra, la pequeña, la cotidiana.
Dignificar la vida es un compromiso permanente e irrenunciable.
José A. Argarate
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