A mediados de la década del ‘50, comencé a concurrir a los famosos “matiné” que ofrecía el Cine Monumental, que estaba en la calle General Paz, entre Santa Fe y Catamarca.
En esas funciones llegábamos a ver dos películas de la época, fundamentalmente los western que nos mostraban a tremendos actores como John Wayne y Gregory Peck entre otras rutilantes estrellas del séptimo arte.
Ibamos con mi hermano José Alberto (el Cacho, bah), mis primos los Pérez, el “Sapito” Juárez, el “Feñaño” Figueroa, el “Pito” Scavarda (todo un personaje) y otros vándolos de la barra, todos de riguroso pantalón cortito y las championes de lona Pampero.
Y después de las dos películas centrales, en las que se mezclaban los tiros interminables de los revólveres y Winchester con los granos de maíz disparados por las “mini gomeras” que de los más grandotes, los de pantalones largos, venía la yapa en forma de episodios breves (uno por domingo), también con historias del Far West.
Era este, aunque cueste imaginarse, el momento de la velada más esperado por nosotros, esos minutos en que ya no quedaban caramelos Sugus ni turrones con qué combatir la ansiedad cuando se venían los indios amenazando el destino del “muchachito” que nunca se despeinaba, ni Chinchibira que calmara la sed que transmitían los paisajes del Gran Cañón bajo el impiadoso sol en el que se recortaban las siluetas de los buitres. Era el momento en que astutamente, don Bautista Fiorano disponía que se proyectaran aquellos diez minutos que, si bien nos revelaba los misterios del episodio de la semana anterior, nos volvían a “tirar el lazo” y nos dejaban con la intriga hasta la semana siguiente. Así se aseguraba nuestra religiosa concurrencia y puntualidad en la taquilla.
Con los ojos llenos de balas y la inquietud de qué le iría a ocurrir al “muchatito” de los episodios, salíamos de la penumbra de la sala y, encandilados por el resplandor furioso del sol de la siesta, nos refugiábamos en la pizzería del lado, la de don Gagliardi: ¡Qué pizza!
Aquello, al menos para quien suscribe y su hermano, no era únicamente entretenimiento. Era, además, una forma de moldear el temperamento, de aprender que convenía portarse bien o que si te portabas mal durante la semana convenía que no se enteraran tus viejos. Porque si te agarraban, te perdías las dos películas centrales, el episodio semanal y la pizza. Un precio demasiado alto para una travesura.
Crisol
Otras notas de la seccion Suplementos especiales
“Es necesario que los trabajadores sean blanqueados”
Grupo colombiano toma el control de Libertad
Fuerte contrapunto entre la UIA y la CAME por los datos
Córdoba recibió 297,3 millones más que el año pasado
Nueva forma para buscar "laburo"
|