Ir al centro con mi papá y con mi mamá era el mejor paseo del mundo, porque por aquellos años sesenta y setenta no se usaba tanto la costanera. Cuando íbamos con los dos, mi hermana se iba con mamá a comprar en grandes tiendas del momento, como Baravalle, Cabezón, Los Vascos, Beige o Al Gran Chic, y yo me quedaba con mi papá en el Ichi Ban o el Copetín al Paso, siempre por ahí cerca de la esquina de las calles Corrientes y San Martín. A él le gustaba estar “en el centro del centro”.
Cuando las mujeres se demoraban, mi padre se pedía otro vaso de Fernet, que por ese entonces se tomaba con soda, no con Coca Cola como ahora.
Yo casi siempre tomaba una Seven Up, pero una sola. Si tenía más sed, él me convidaba con Fernet, que era muy pero muy amargo.
Mi viejo tenía una chata Ford de color cremita, una de las primeras del barrio, casi uno de los primeros vehículos de la cuadra, y entonces nos sacaba a pasear a todos los chicos.
Más de una vez, antes de irse, tenía que darnos una vuelta a la manzana porque si no no nos bajábamos de la parte de atrás de la chata.
Era así de simple el divertimento familiar. Era como si se viviera de una manera más relajada. Era otra vida.
Carlos Pérez M.
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