Nunca pensamos que el Turco se casaría. No había mujer que se le resistiera ni madrugada que no lo encontrara acurrucado en su seno. Genial como pocos, amigo como ninguno. Era el líder del grupo, con una sonrisa permanente en los labios, con la palabra justa para valorizar las buenas y encontrarle la vuelta a las malas y un experto a la hora de hablar de amor.
Pero como todos, o casi todos, un día quedó atrapado en unos ojos café, en la dulzura de una mujer que supo bancarlo hasta el infinito. Y beso a beso se fue metiendo, casi sin darse cuenta, en el camino hacia el altar.
A pesar de que estaba fijada la fecha, repartidas las tarjetas y todas esas yerbas formales del matrimonio, seguíamos pensando sin repetirlo en voz alta que podría arrepentirse a último momento.
El día llegó, indefectiblemente, como llegan todos los días. Llegó con el helado clima de julio. El frío y el viento golpeaba de pleno en el rostro de los invitados que en pocos minutos colmaron la capacidad de la capilla.
El sacerdote con una máquina de escribir en el altar y usando dos dedos tomaba nota de los datos del novio y de la novia mientras el monaguillo le cantaba las letras. El Turco caminaba de un lado a otro mientras respondía la pregunta del padre que en pocos minutos le pondría en la frente el sello de “casado”.
En la puerta, la novia muy elegante, con un sombrerito negro y un tul en la cara trataba de disimular el temblor de sus piernas. Todo se complotaba en ese momento, el frío, la emoción y el padrino que no llegaba.
“Pongan la música, que entre la novia”, gritó el sacerdote preparado para el ritual.
“El padrino no llegó, está viniendo de viaje”, gritaron desde la puerta.
“Paren la música…”.
Los minutos pasaban y el novio estaba impaciente, el cura se acomodaba los anteojos y los invitados hacían bromas sobre la demora. “Capaz que el Turco se salva”, dijo uno de sus amigos y las carcajadas invadieron el templo.
“Con padrino o sin padrino que entre la novia”, gritó el padre.
El tío de la chica se ofreció a acompañarla al altar y comenzó la entrada triunfal.
“Pongan la música”, ordenó el jefe de la ceremonia religiosa.
Apenas hicieron unos metros, cuando desde la puerta se escuchó un grito: “Llegó el padrino…”.
“Paren la música”.
La novia y su tío dieron marcha atrás en cuestión de segundos.
El padrino ya estaba acomodándose el saco y el nudo de la corbata, un tanto agitado.
“Pongan la música...”
Mientras la novia se dirigía al altar, el padrino iba explicando a los invitados las complicaciones que tuvo en la ruta, con el tránsito, que no encontraba lugar para estacionar, etcétera, etcétera.
Por fin los novios se encontraron y se inició el ritual sin inconvenientes.
Pero no todo había terminado. El padre pidió los anillos..
“Los anillos….”. Y rápido como un rayo el novio salió corriendo de la iglesia rumbo a la calle.
“Paren la música”, vociferó el sacerdote..
Todos quedaron en silencio, desde el fondo se escuchó una voz : “Te dije que a último momento se iba a arrepentir”.
Fueron apenas unos minutos, nadie entendía nada. De pronto, la figura del novio se dibujó en la puerta. “Me había olvidado los anillos en el auto….”, dijo sonriendo mientras mostraba el estuche de la joyería.
“Pongan la música”, dijo el padre.
Y con una velocidad sorprendente movió las manos y con voz potente dijo: “Los declaro marido y mujer, pueden irse en paz”.
“Paren la música”.
C.N.
PD: El Turco y la Gallega llevan 20 años de casados,tienen tres hijos y siempre recuerdan con simpatía su boda.
Otras notas de la seccion Suplementos especiales
“Es necesario que los trabajadores sean blanqueados”
Grupo colombiano toma el control de Libertad
Fuerte contrapunto entre la UIA y la CAME por los datos
Córdoba recibió 297,3 millones más que el año pasado
Nueva forma para buscar "laburo"
|