Soy la hija de aquel bondadoso y sabio personaje ruso, Jacobo, que vivió por los años '50 en bulevar Vélez Sarsfield al 600, en una casona con perros de policía, rodeada de frutales y con una higuera en la vereda. En esa esquina teníamos un almacén con piso de madera adoquinado, estantes con golosinas, etcétera, etcétera... por esas callejas de tierra, rodeadas de altos eucaliptos, transitaban diariamente arrieros con su ganado, carromatos con gitanos, areneros que en los calurosos atardeceres se detenían a tomar un "vinacho" en lo del Ruso (así lo llamaban).
Era común ver a grupos de gitanas caminar por las veredas con sus hijos a cuestas, desaliñados y descalzos, solicitando a los vecinos la mano para predecirles el futuro. Cerca del mediodía solían entrar a nuestro negocio pidiendo permiso para sentarse en el suelo; pedían queso, mortadela y pan y así mitigaban ellos y sus hijos el apetito.
Ningún almacenero del barrio las dejaba entrar. Solamente mi padre con su gran sentido de la solidaridad les permitía un rato de descanso. Las gitanas, agradecidas, a veces cantaban canciones y hacían bailar a sus gitanillos descalzos, que contentos saltaban y comían.
Cierto día llegó al grupo un gitano de muy buen porte, que dirigiéndose a mi padre le dijo:
-Jacobo, te compro este frasco de vidrio con confites, que me gusta mucho.
Mi padre, sorprendido, le respondió que no estaba en venta. El gitano llamó a un gitanillo bailarín que tendría seis o siete años, lo llevó ante el vendedor y reiteró el pedido:
-Vos que sos bueno con los chicos, vendeme ese frasco para ellos.
Mi padre, al observar los ojos del gitanillo que apenas asomaba la naricita encima del mostrador, hizo el trato. El gitano, contento con su compra, dio medio giro y levantando el brazo le acomodó un tremendo bofetón al pobre pibe bailarín, que cayó al suelo y lloró.
-¡Gitano bruto! ¿Por qué pega al pobre chico?, bramó mi padre.
-No te enojes, Rusito -exclamó el gitano- le pegué para que sepa lo que le va a pasar si rompe el frasco.
Hoy que tengo más de setenta pirulos recuerdo ese momento que me ha acompañado toda mi vida. Suelo pensar a veces, observando ciertas actitudes, si aquel gitano no tuvo un poco de razón.
Es para reflexionar, ¿no?
Amanda Teresa B.
de Palacios
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