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27 de Septiembre de 2009
142 Aniversario de Villa María - El andén, el tren...
Y aquel maquinista al que esperábamos tanto
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Cómo olvidar cada semana nuestra salida obligada. Mi hermano mayor iba a averiguar cuándo llegaba papá. Y nos preparábamos los tres (con mi madre, por supuesto).
Cruzábamos tooooda la ciudad. En ese entonces vivíamos en barrio Lamadrid, ¡nos quedaba tan lejos el centro! Cruzábamos corriendo el túnel -que siempre nos contaban era peligroso, pero nosotros nunca tuvimos problemas-. Sí, se olfateaban olores de noches de trasnochados. Pasábamos la primera escalera y corriendo los menores subíamos ansiosos y esperábamos en el andén hasta ver aparecer el tren. Generalmente, el Viejo llegaba de nochecita, con las luces de la máquina prendidas y poco a poco divisábamos las tiras de caramelos que nos traía.
Hoy no sé si la emoción sobrevenía en aquellos niños que éramos por las golosinas que traía papá, por escuchar el ruido o la bocina del tren... Sí sabíamos que papá llegaba de nuevo a casa.
Juntos regresábamos al hogar, aunque no sin antes revisar la valija del Viejo, que siempre traía más golosinas escondidas.
El pasaba unos días en casa, y de nuevo a salir. Yo, como única nena, me acuerdo que preparaba su equipo de mate, le ponía yerba, azúcar y poleo; era como un ritual, porque seguro que esa noche el "Llamador" (como decía mi padre) vendría a llamarlo. Golpearía la ventana y:
-¡Chueco, a las tres de la mañana tomás servicio para Gálvez!
Si algo aprendí de mi Viejo, es que jamás llegó tarde o faltó a su trabajo.
Cómo olvidar que mi vieja pasó sola nacimientos, bautismos, comuniones, fiestas, farándulas sola, siempre sola, porque mi viejo estaba de viaje.
Cómo olvidar que ya de grande, en el último año de laburo suyo y de secundario mío, cada vez que pasaba por el cole Rivadavia a la mañana, tocaba bocina como un loco y yo me asomaba por las ventanas del primer piso de la calle Sobral, y era él que me saludaba desde la máquina del tren.
Cómo olvidar... Ya de grandes no lo íbamos a esperar, pero cuando despertábamos teníamos una golosina en la mesita de luz.
El ferrocarril, el andén, el tren... Qué tristeza luego, con el paso de los años saber que el ferrocarril ya no era nuestro. Sí, porque así lo sentíamos. Y de pronto ya no nos pertenecía. Menos mal que mi viejo ya se había jubilado y luego había partido hacia otro viaje más largo...
Cómo no sentirme villamariense igual que mis hermanos, aunque cuando miramos nuestro documento diga que nacimos en Las Varillas, porque al Viejo, que sí nació acá, en esos años lo habían trasladado a ese ramal.
Cómo olvidar al maquinista que siempre tenía una historia que contar, una anécdota vivida, con los foguistas o con las comidas que se hacían en las piezas (así les llamaban a las casas que el ferrocarril alquilaba en distintas localidades para que ellos descansaran y luego pudieran regresar a sus hogares.)
Cómo olvidar... tantos recuerdos que me vienen a la memoria y, ¡qué paradoja, las vueltas de la vida!, todas las mañanas cruzo el ferrocarril para ir al trabajo. Y siempre se me escapa una lágrima cada vez que escucho a Jairo cantar "mi viejo, el ferroviario".
Hoy haciendo, un paralelo en mi vida, cada año trabajo con los niños la importancia del ferrocarril para los comienzos de nuestra ciudad. El ferrocarril, propulsor del progreso y sin darme cuenta hoy siento lo importante que fue para toda mi familia.
Hoy nos separa, nos divide, nos refleja lo pasado, lo antiguo, lo vivido ayer, lo nacional, con el hoy de lo privado, lo nuevo, la arquitectura de la medioteca, el subnivel, construidos a su margen. Pero él sigue allí, mirando pasar el tiempo, dando ilusiones y haciéndonos recordar a los que somos hijos, nietos de ferroviarios, a los ferroviarios vivos, a los que quizás el ferrocarril nos llevó un poco de nuestros seres queridos, pero allí sigue con un atisbo de nostalgia, con un cómo olvidar... si formaste parte de mi vida, de mi familia y la de muchos villamarienses.

Marisa Díaz

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