La mejor historia que pasamos en nuestro barrio allá por los años 1956 y 1957, cuando se llamaba La Francesa y todavía no era Almirante Brown, fue escrita por una de las barras más grandes con las que contaba la ciudad. Eramos entre 20 y 30 muchachos que nos juntábamos en la esquina de Lisandro de la Torre y la calle 13.
Nos dividíamos en dos bandas. Una se quedaba en la esquina y los integrantes de la otra se escondían en las cuatro cuadras de la manzana repleta de eucaliptos. Los que se habían quedado, al cabo de quince minutos los salían a buscar. Sobre el bulevar Vélez Sarsfield se encontraba la Empresa Manelli y yo y otro amigo nos escondíamos dentro de los depósitos de los ataúdes, uno en cada cajón. No nos encontraban nunca. Otros se subían a los eucaliptos clavando herraduras para llegar a lo más alto.
El otro juego era el del cinto, que era el más común y siempre en aquella misma esquina. Claro que algunas veces se nos ocurrían cosas fuera de lo común, como cuando construimos un túnel con una puerta de entrada por la que había que pasar de rodillas.
Eran tardes enteras, a veces hasta las doce de la noche, llenas de amistad, que hoy se vuelven como una de las historias más lindas que se me ocurren contar como un aporte al suplemento de regalo a nuestra ciudad.
César Miguel Sassia
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