Nací en la ciudad de Río Tercero hace unos cuantos años, ya que mis padres y tíos, con sus respectivas familias recién formadas, habían "emigrado" del campo y de pequeños poblados vecinos en busca de un mejor porvenir. Estos hombres de campo se dedicaban a la albañilería que era el oficio que, después de las tareas rurales, habían aprendido. Pasó algún tiempo y la familia se hizo grande con el nacimiento de todos los primos mayores, entre ellos, yo. Cuando el trabajo comenzó a escasear llegaron noticias de que en Villa María, próspera población, se estaba construyendo mucho aprovechando la facilidad de créditos que otorgaba el Gobierno y que era un incentivo para lograr la tan ansiada casa propia.
Entonces hacia acá nos vinimos. Toda una odisea para esa época significó traer niños y bártulos en el tren, pero la tenacidad de aquellos seres acostumbrados al sacrificio logró el objetivo. Ni bien llegamos fuimos a vivir a unos departamentos en la calle Buenos Aires, enfrente del Instituto de las Hermanas Rosarinas, que era una pequeña construcción a la que asistían sólo niñas y a mí me gustaba sentarme en el cordón de la vereda, que era muy alta, a ver cómo izaban la Bandera, ataviadas con un uniforme que me encantaba, todas con un gorrito o boina en la cabeza. También disfrutaba mucho ir con mi mamá al Mercado de Abasto (hoy Salón de los Deportes), que en la época que estoy evocando era muy nuevo y brillante, con todos los puestos bien arreglados, donde se exhibía toda clase de verduras, frutas, carnes, pescados... Esa salida para hacer "las compras" resultaba sumamente pintoresca porque en el mercado conocí a varios famosos "personajes" de la Villa. Una mujer que se paseaba entre los puesteros cantando a viva voz los tangos de la época, la llamaban "La loca Teresa"; una señora que atendía la venta de pescados y voceaba su mercadería; un linyera o "croto", como se le decía en esa época a los que pedían limosnas, denominado "Fausto", al que le faltaba un ojo y que tenía un perro negro que me llenaba de miedo. También de esa época evoco a un señor que repartía el pan a domicilio, el que en una "jardinera" vendía, de acuerdo al clima, helados o "pururú", el recuerdo de la plaza del centro (hoy Centenario), que cierta vez para un carnaval, fue cercada para realizar los "corsos" en los que desfilaron carrozas con sus respectivas reinas, que creo eran de la Vendimia de Mendoza, adonde también íbamos los domingos a dar "la vuelta del perro" o a escuchar por altoparlante los encendidos discursos de "Evita".
Al cabo de unos años mi padre junto con mis tíos construyeron las casas nuevas y nos mudamos de barrio, allí comencé a ir a la escuela Juan Bautista Alberdi, en donde cursé el Primer Grado Inferior, cuya maestra era Elina Nievas de Arce, y a ese grado pertenece la foto que ilustra la nota. Luego, nuevamente por cuestiones laborales, mis padres, mi hermana y yo volvimos a mi Río Tercero natal y durante más de veinte años permanecimos en ese lugar, en donde mi padre trabajó en uno de los tantos establecimientos fabriles que se habían instalado y que tanto progreso le dieron al pequeño poblado.
Siempre veníamos de visita porque el resto de la familia permanecía en la Villa. Otros problemas y circunstancias nos trajeron de vuelta a la ciudad y aquí estoy relatando estos recuerdos para celebrar su cumpleaños.
Elizabetta Ostera
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