Yo conocí al león de Villa María, el Carlón. El Turco Deiver me mandaba los sábados a la tarde al Zoológico para que tomara el burro (al que ya le había colocado los arneses el señor Moyano u otro señor de ahí) y sacara a pasear a los chicos pobres que se acercaran. Así que salía con el burro de tiro a pasear a los pibes. Me acuerdo que pasaba al lado del Rosedal (por toda esa zona en la que ahora se encuentra la estación de servicio de Ramonda).
Recuerdo muy bien el día en que el Turco ingresó descalzo, apenas con medias, a la Imprenta Mariño. Le preguntamos por sus zapatos y nos contestó que en la cuadra anterior, es decir, Mendoza al 1000, se había encontrado con una persona no pudiente que le había preguntado si no tenía algo para darle.
Yo era quien escribía la pizarra del diario Tercero Abajo, que se encontraba ubicada más o menos donde tenía la peluquería don Gómez, o sea, pegadito a donde se encontraba el bar La Esperanza (hoy Bar Argentino). Cuando yo subía a escribirla, tenía no menos de cincuenta personas detrás de mí para leerla, ya que algunas sobresalían por la picardía que le poníamos al redactarlas. Otra de mis tareas en el diario era la de numerar con pintura blanca los clisés. Cierto día sábado, como yo tenía las llaves de la casa donde vivía el Turco con doña Julia (General Paz 273), con los amigos dejamos las bicicletas arriba. (Los sábados él viajaba generalmente a Córdoba, ya que tenía una casa en el barrio General Cabrera). Y cuando volvimos como a la una de la mañana, el Turco estaba y se asustó. Entonces pegó un grito:
-¿Quién anda ahí?
Nosotros también nos asustamos, quedamos paralizados, por lo que tardamos en contestar. Y entonces... tiró un tiro que agujereó el techo de la pieza. Ahí sí, rápidamente dijimos: "Somos nosotros, Salomón".
Cuando entré a trabajar a la Municipalidad, en el año 1958, me había puesto en la puerta siempre abierta de su despacho para que le anunciara todas las personas que venían. Adentro estaba siempre con su mate, la yerba y el azúcar.
Y cuando no estaba, lo iba a buscar al bar Fujiyama, que se encontraba en la calle San Martín, por ahí al lado de la farmacia Botiller, seguro que jugando al dominó.
Como no me queda mucho hilo en el carretel, me animé a contar estas pequeñas cosas que son parte de la gran historia de la ciudad.
René Ramón Pérez
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