Escribe: Pepo Garay
Especial para EL DIARIO

Rosario siempre ha sido identificada con la producción nacional. Su posición privilegiada en el mapa le permitió desarrollar un carácter decididamente exportador, a partir del puerto que tutela sobre el Paraná. Este perfil ha sido garabateado desde los albores de la Patria, aunque el labrado definitivo llegó en los últimos años, a partir del boom sojero y la vigencia de las demás oleaginosas.
Quizás sea por esos rasgos tan ligados a la economía que nos cueste reconocer en la ciudad santafesina un destino turístico. Lo cierto es que de mantener estrecha la perspectiva seguiremos desperdiciando un sitio sumamente apetecible para el viajero. Veamos, pues, qué se trae entre manos.

Señor monumento

La primera escala del recorrido resulta obvia. El Monumento a la Bandera aparece como la obra cumbre de Rosario. Sin nada que envidiarle a los grandes monumentos europeos, el complejo se luce con una larga explanada de mármol que conduce hasta el panteón central. Allí, la llama eterna del soldado desconocido vigila la majestuosa torre. De fondo, un río cargado de barcos completa la visual ideal, que se enriquece más aún en compañía de la noche.
Para llegar hasta allí habrá que atravesar la peatonal de calle Córdoba. Sobre la misma calzada se encuentran bellas plazas como la Pringles o la San Martín, con el edificio de Tribunales. La plaza 25 de Mayo cierra el circuito, con la iglesia Catedral y el Palacio Municipal a su lado.
Todo el casco está recubierto por bellísimas construcciones, antiguas y muy bien conservadas. El resultado es una afortunada superposición de clasicismo y modernidad. Para incrementar el atractivo de la zona, aparece en las cercanías el Parque Independencia con su célebre lago y el elegante bulevar Oroño, endulzado de palmeras.

El encanto de la costanera

Retomando el Paraná, descubrimos una costanera magnifica. Allí, los días soleados se disfrutan sobre el césped, a mate limpio, o en la mesa de alguno de los muchos cafés y restaurantes que pueblan el lugar. Luego, la senda nos guiará al paseo, depositándonos en las doradas playas de La Florida. En ese sector reina la figura del puente Rosario-Victoria. Sobre el otro costado descubrimos, allá a lo lejos, la estampa del centro con sus gigantescos edificios. Seductora postal.
Volviendo sobre las huellas, el barrio de Arroyito se torna parada obligada. En el tradicional arrabal se respira herencia rosarina y fiebre futbolera. El azul y amarillo, los colores de Central, están por todas partes. Fanáticos del fútbol, los rosarinos son expertos en el arte de exteriorizar sentimientos. A juzgar por lo que se ve en la ciudad, los “canallas” les llevan una importante ventaja a sus archienemigos de “la lepra”.

Dos Negros y un Che

Pero además de los atractivos físicos, Rosario conquista a partir de su apabullante identidad. Su cultura, su vida nocturna y sus costumbres urbanas vienen a ofrecer testimonio de ello. Sin embargo, son sus íconos populares quienes le imprimen la distinción definitiva.
Dos Negros y un Che (o Fontanarrosa, Olmedo y Guevara, como más le guste) rubrican en el imaginario local el “ser rosarino”. Idolos de masas, los tres son venerados por la población. Diversos monumentos, pinturas y demás estandartes dan fe de dichas alabanzas.
Mientras los ciudadanos continúan forjando su idiosincrasia, los barcos-monstruo siguen atravesando las aguas del Paraná. Buscan mil destinos diferentes, allende las costas sudamericanas. Pero antes, disfrutan de un merecido descanso. En las riberas de Rosario, se dan el último recreo visual.

RUTA ALTERNATIVA
Sorpresas demasiado crueles

Escribe: El peregrino impertinente

El viajero siempre está en búsqueda de lo diferente. El factor sorpresa es un elemento vital a la hora de descubrir otras culturas, otras formas de vida. Cuando experimenta realidades que le son ajenas, y muchas veces extrañas, las escruta de manera punzante.
Así, y sólo así, encuentra particularidades que le ayudarán a comprender un poco mejor este mundo en el que vivimos. Aquellas lecciones no se consiguen yendo al secundario ni a la universidad. No importa si hemos sido criados bajo el influjo del dinosaurio Barney o de Dora la Exploradora, personajes infantiles persuasivos y sumamente pedagógicos. Lo que se aprende viajando, sólo se aprende viajando.

Manifestaciones en la ciudad

Hace algunos días me encontré con una alemana que estaba de visita por Argentina. Me mostró algunas fotos, y me llamó la atención la cantidad que había tomado de los recientes conflictos gremiales en Córdoba. Tenía decenas sobre el suceso. Todas reflejaban los destrozos y la violencia desatada en la capital provincial durante la semana.
Quise saber qué la motivó a captar esas imágenes con tanto afán. No sé, pensé que quizás la chica era periodista o antropóloga. Hasta se me ocurrió que podía ser bióloga, y estaba realizando un trabajo sobre el comportamiento animal mediterráneo.
Pero resultó que no. “Simplemente saqué estas fotos porque me sorprendieron. En Alemania no se ven estas cosas”, argumentó la blonda en un castellano poco vertebrado. “¿Pero cómo?¿No hay manifestaciones allá?”, inquirí nuevamente. “Sí, manifestaciones hay, pero no son tan… ¿cómo decirlo?…tan crueles”.
La declaración me provocó una carcajada considerable. “Crueles”. La chica, entre sus problemas con el idioma, había encontrado un término sumamente significativo. Su accionar fue casi poético. Después de unos minutos me puse a pensar más detenidamente y ya no me reí más. Era la hora del remordimiento.

(www.viajesimpertinentes.blogspot.com)