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Silvina junto a Grabriela Halac, Eloísa Oliva, Paula Oyárzabal, Romina Freschi y Jorge Naparstek |
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Por Darío Falconi
eldiariocultura@gmail.com
Nació en la capital provincial y estudió Comunicación Social en la UNC. Es docente auxiliar concursada en la UNVM, donde dicta el “Módulo de Realidad”. Además posee dos cátedras obtenidas también por concurso en la Lic. en Comunicación, “Seminario de Políticas de Comunicación y Cultura” y “Comunicación y Procesos Culturales”.
Publicó en la recordada Editorial La Creciente su primer libro “Nupciario” (2007) y acaba de aparecer por el novísimo sello Caballo Negro Editora su segunda publicación, que dio en llamar “Acuario de la morsa” (2009). Nos contactamos con Silvina, motivados por la presentación de este texto, que se realizará dentro del marco de la Feria del Libro local, el viernes 9 a las 20 con la lectura de poemas de Elena Anníbali (Oliva). Previo a dicho “acto social” se presentará (a las 19) la editorial que tuvo a su cuidado la edición del libro; leerán en esa oportunidad: Alejo Carbonell (Cba.), Lucas Tejerina (Cba.) y José Di Marco (Río Cuarto).
“Acuario de la morsa” es un libro extraño, que puede tomar al lector desprevenido o desnutrido de lecturas. Un libro que, como un cofre cerrado, busca que el lector encuentre la llave para abrirlo y descubra allí todo ese tesoro que nos brinda la palabra.
A pocos días de su socialización en Villa María, Silvina, nos hace un tiempo para contestar estos interrogantes.
—Si tuvieras que titular y definir de otra manera a “Acuario de la morsa”, ¿cómo lo harías?
—Es difícil titular de otra manera el “Acuario…”. Por lo general, en mis títulos busco resolver algunos problemas vinculados con el corpus de poemitas que pretendo abarcar. En todo caso, puedo intentar poner patas para arriba el poemario, y proponer algunos títulos que funcionen a modo de degradaciones lúdicas e intertextuales: “El juego de las decapitaciones”, o “La vida acuática”, o “La misa acuática”, o en vez del poema carrolliano “La morsa y el carpintero”: “Carpintería de la morsa”, o con Felisberto Hernández de “Muebles El Canario” pasar a “Carpintería La Morsa”.
—¿Cómo se relaciona este texto con su anterior “Nupciario” y el próximo “El jardín colgante”?
—“El jardín colgante” es el libro ausente en estas escrituras que, espero, no guarden una relación de identidad entre sí. En todo caso, la relación es de proceso, de poner en movimiento el acto de escribir. Hablo de libro ausente porque es anterior, y no creo que alcance su publicación, funciona más bien como una especie de campo gravitacional. Algo de esto dije en una lectura del “Acuario de la morsa”, retomando una idea de la física. En la física es posible pensar la posibilidad de que un campo gravitacional, generado por un objeto, pueda seguir existiendo en ausencia del objeto. La relación es de procedencia, de un acto de escritura que potenció o hizo posible nuevas formas de “inscripción”, si se piensa que escribir es trazar huellas o marcas con el lenguaje.
—A juzgar por tus dos libros editos, podríamos decir que Lewis Carroll ha impregnado tu escritura, ¿esto es así? ¿Qué rescatás de él? ¿Qué otras influencias fuertes podés reconocer?
—En el “Acuario de la morsa” hay algunos elementos del sueño carrolliano, pero están pulverizados para producir una lectura indicial, que sea capaz de seguir el rastro, siempre diferido, que intenta generar algo diferente a partir de una apropiación. La influencia es relativa a las marcas que se pueden reconocer: el conejo, la reina, los cuerpos mudables, una morsa. También pensado como proto-surrealismo, que otorga entidad y realidad a los fenómenos oníricos, y exhibe la contracara de la vida diurna. Si “la vida es sueño”, como quería un español, hay que seguir la pista de los trabajos del día en los mapas nocturnos del sueño. El “Nupciario” está construido con otros elementos que están lejos del nonsense de Carroll, allí todo busca producir sentido, en cambio en el “Acuario…” el sentido se derrumba, y lo imposible relumbra con un efecto de extrañamiento que muestra la fallida racionalidad que intenta imponerse en nuestra relación con el mundo. No todo es cosmos y sentido, también hay caos y nonsense. Las influencias son diversas, y se pueden reconocer en los epígrafes que son umbral del poemario: proverbios surrealistas y metamorfosis leminskiana del imaginario griego.
—Tu libro es un tanto críptico (si se me permite el término), presenta cierta complejidad de lectura, ¿qué llave podrías darnos para poder ingresar en ese mundo? ¿Considerás que es importante aportar estas “ayudas de lectura”?
—Si se me permite la reversión, diría que más que críptico el libro es hermético, y se sitúa así en una vieja tradición (acaso algo olvidada en los tiempos contemporáneos del objetivismo y coloquialismo) de la poesía moderna: de pérdida de referencialidad del lenguaje, y potenciamiento de la forma. Toda vanguardia tiene algo arcaico, o bien la búsqueda de una forma nueva reclama cierto primitivismo. El viejo Hermes nos recuerda que el poeta es un mensajero que porta una vara mágica, y la hermeneútica que toda interpretación es una serpiente que se muerde la cola. Me parece que una ayuda insuperable se encuentra en la contratapa: Silvio Mattoni hace su propia, y muy proteica, lectura del “Acuario…”. Cito: “¿Y qué dicen la morsa o el reptil, es decir, el sueño placentero o la pesadilla? Por momentos, más allá de jugarse en su cantinela, en su sistema de asociaciones, se diría que piensan, contemplan la teoría de los objetos transicionales, el goce, la ausencia del sexo”. Y luego: “Lo preverbal, si existe, llámese cuerpo, deseo, infancia, repetición, logra en esta poética
una gracia que expresa lo menos familiar, la ominosa sustracción del individuo demasiado humano, al mismo tiempo que hace saltar el idioma hasta los colmillos inocentes de un ser que sólo habla en sueños”. ¿Qué puedo decir de mi poemario? Prefiero que cada lector siga su propia trayectoria, sin indicaciones de sentido, o llavecitas. Cuando Alicia alcanza la forma, al fin puede abrir la puerta que conduce al jardín.
—No se te ve muy seguido en el ambiente literario local, ¿un escritor debe dedicarse solamente a construir su obra? ¿Creés en las presentaciones de libros?
—El escritor no hace “obra”. Es una idea institucional de la escritura que sólo aspira a lo trascendente, y toda aspiración de trascendencia resulta opresiva, porque olvida que es la vida: pura inmanencia, lo que en verdad importa. Mallarmé decía algo interesante al respecto: “la obra es la máscara mortuoria de su concepción”. Es lo acabado, lo que se muestra cerrado e impenetrable, en cambio el momento de la creación es lo contrario, pura deriva, lo inacabado, y la pulsión de la forma que quizás motiva todo proceso creativo. Si “no se me ve en el ambiente literario local”, no es porque esté dedicada a construir “obra”, es simplemente porque algo de vida, con sus avatares, me coloca en otro lugar.
Por último, las presentaciones de libros son sólo un acto social, e inaugural, en el que todos aceptamos de manera tácita la necesidad de socializar nuestro trabajo, un momento de economía política de la poesía: su puesta en circulación, que bien podría tener un carácter festivo, derroche de la palabra que no se subordina al mercado. Pero nada de eso sucede, o sucede de manera muy esporádica, cuando una lectura o presentación nos conmueve, y logra movilizar o trastocar nuestros sentidos.
—Recientemente salió publicado un libro en el que decís: “la poesía no es una carrera, no es una velocidad, es una quietud a conquistar”; ¿cuál es tu manera de calmar esas aguas?
—Sí, te referís a la encuesta de “Tinta de poetas”. Si digo que la poesía no es una carrera, o una velocidad, es porque la pienso de manera insistente como “más vida”, que alienada aspiración de trascendencia. En la idea de “carrera” además está implícito el pensarse como un profesional de la escritura. Y no tengo una carrera con la poesía, y sus escalafones dependientes del reconocimiento, el hechizo social de los capitales. En mi caso, la vida profesional pasa por otro lado, por las actividades más vinculadas de manera directa con la obtención de un salario.
—¿Te sentís más cercana a los poetas de Córdoba que a los de Villa María? ¿Por qué?
—No entiendo bien la pregunta. O mejor dicho ¿Por qué me debería sentir más cercana a los poetas de Córdoba? Hace por lo menos diez años que tengo una vida “entre” Córdoba y Villa María, desde mi retorno que estuvo marcado por el trabajo (y otras cuestiones más personales), jamás me despegué de la ciudad en la que hice mis estudios universitarios y comencé mi vida profesional. Además, siempre he tenido contacto con los poetas locales. Dolly Pagani me estimuló y animó a publicar en las ediciones de “los Nuevos” de la Sade. Normand Argarate y Susana Giraudo, en algunas ahora lejanas tardes de amistosa “tertulia” me contagiaron cierto entusiasmo por las actividades inútiles (o la belleza de los gestos inútiles). Y hace poquito tuve un encuentro muy agradable, una charla de café, con Gustavo Borga y Fabián Clementi, con quienes intercambiamos libros, especie de santo y seña de los grupos de afinidad.
—¿Para qué escribís, Silvina? ¿Por qué la poesía y no otro género?
—Ya está dicho. A riesgo de repetirme, creo que bien lo expresé en la encuesta a los poetas: para mí escribir es la difícil construcción de un espacio de autonomía y libertad. Y a la vez un devenir minoritario, un apartarse del despotismo de las mayorías, y reconocerse parte de un pueblo menor, como quería Rimbaud: “Soy de raza inferior por toda la eternidad”, y “pertenezco a la raza que cantaba en el suplicio”. Por otra parte, la poesía me permite un trabajo más puntilloso con la forma, y sus desviaciones, aunque ahora escribo unas prosas poéticas que no sé en qué pueden derivar. También escribo en otros géneros, pero para el circuito (¿también algo inútil?) del ensayismo académico.
Poemas de “Acuario de la morsa”
de Silvina Mercadal
En mi parque hicimos el acuario
bajo la fronda líquida
de remotas playas extensibles
llamada a su veloz contagio
la curiosa morsa vino
me regaló música de cajas
y luego cambió de hábitos.
En crujientes témpanos
tan sólo somos
cortes prematuros.
* * * * * * * * * * * * * * *
Una vez dijo
“en tu vida quiero vivir”
o “tu vida quiero”
no recuerdo exacto
recuerdo brusco.
¿La tuya comenzaba
cuando me hicieron?
O ¿me hicieron
para que te comenzara?
* * * * * * * * * * * * * * * * *
En la inmóvil siesta
un rasgueo bajo la puerta
del mensajero, ya dentro
del sobre me hunde
lacerante goce
de tus versiones.
En ambiguo roce estuve
con tus visiones
a mi cuerpo filtraba
tan góticos como tóxicos
derrumbes, tan insensato
siempre irreversible.
En mi siesta alucinada
el tiempo es reversible.
* * * * * * * * * * * * * * *
A ella los sueños traen
ardida melena de medusa
y es ella espiral incesante
caracoles en el sueño
en cristaleras
la ascienden.
Sólo en sueños así vista.
Acaso del día es médium
de partes de mí. Ya no
me encuentra sino
en superficie sumergida.
Agua electrizada
toda vigilia cuando
a espejos oscuros atrae.
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