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7 de Octubre de 2009
Embrujo de parque y zanjón, de río, vino y amistad
Villa Nueva es magia
"Ya ni me acuerdo que no nací en Villa Nueva, porque me siento ella. Ella es mágica por lo que fue y por lo que es"
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µCuando navegamos hacia lo profundo. Cuando examinamos la entraña misma de nuestro ser, ni siquiera pensamos que estamos en busca de la identidad. Ella no nos inquieta.
¿Saben por qué? Porque la tenemos desde el primer día que pusimos los pies en esta Villa, en el caso mío, o desde el instante de emitir el primer vagido, en aquellos que tienen el orgullo de haber nacido en Villa Nueva.
¿Qué tiene que nos seduce, que nos atrapa como esas legendarias plantas carnívoras que se apropian de sus seducidas? Creo que son muchas cosas, que ahora trataré de resumir.
Desde que me di cuenta de ello, he podido definir a Villa Nueva con una sola palabra: Grimorio.
Grimorio, libro antiguo de la magia.
Todo es magia. En primer lugar las páginas de su historia. Pero no sólo las que están en viejos papeles, sino también en otro lugar invalorable que es la memoria.
En mis años de la infancia, recogí yo misma cada hoja, cada semilla, cada aroma del parque con lo que aprendí a amarla aspirando sus olores, mezclado con el de las galletas que comíamos con mi abuela en la glorieta. Aquellos galletones que hacía ese mago de los panes, don Gabetta, en la esquina de Marcos Juárez y Lima.
Y el río, que por entonces llegaba hasta lo que hoy es la barranca, bañando las moreras y el berro de su orilla, donde hundíamos los pies de pistacho en ese pasto oloroso y brillante.
Esos caminitos, por donde volábamos en aquella bicicleta con “guardapolleras” de hilos de colores, entre los canteros de coronas de novias florecidas.
Hay lugares pero también emblemas. Como el sitio que a partir de 1700 se lo llamaría Posta de Ferreira, lugar de verdad y leyenda. Tomando de boca de los primeros hombres que la pisaron, nombres viejos y nuevos, las Conchas, cuando el río era brioso y avasallaba islas y barrancas dejando a su orilla los caparazones.
Luego Estancia de San Francisco, rancho de barazón de sauces con sus corrales, donde indios mansos y algunos negros esclavos veían dibujarse las cabriolas de sus cabritas y el corral de la vaquita de don Juan de Miranda, y su horno y sus manos en la masa.
Un pasaje de la historia grande y otro de las tantas historias de este lugar, de su gente, envuelta en la magia de las cosas contadas, de la memoria oral de sus habitantes que cuentan a la siguiente generación, lo que le contaron y lo que seguramente pasarán a otros.
Esa es Villa Nueva, la leyenda del Zanjón, donde salía la viuda al anochecer y asustaba a grandes y chicos… pero los chicos se arriesgaban a vivir esa aventura.
Cuando penetramos en el cuaderno de los años que se fueron, sólo corremos la cortina; hasta nos parece que aún podemos vivir todo aquello, porque está ahí, tan cerca, que todavía vemos la tristeza de los chicos “en pata” mirando con desencanto al circo que se iba.
¿Por qué Villa Nueva es mágica?
Por lo que fue y por lo que es.
Nos sentamos en la puerta, en el sillón o en el umbral... la calle se nos bajó y quedó colgada la casa con sus rejas de antaño... y a veces caminamos gozando de sus cosas: la plaza con su quietud, interrumpida por el ruido de las motos de los chicos, de los autos de la gente volviendo del trabajo; con ese árbol de caprichosa forma y vemos la fuente que ya no está.
Es maravilloso ver lo de hoy y lo de ayer. Todo es lo nuestro. Ya ni me acuerdo que no nací en Villa Nueva porque me siento ella.
Creo que es bueno caminar por esas calles...
que algunas veces duermen
Y bajar… y subir por sus veredas
añorando la arena de otros tiempos
Es bueno meditar
En la pausa distendida de estos años
Cuando vemos las casas
olvidadas de las manos de sus dueños
Es bueno caminar… y detenerse
admirando las rejas que han quedado
al fondo del zaguán desdibujado
Yo las quiero llevar a mis solares
Para hacerles justicia una mañana
despertando, al lado de las mías.

Carlota Moreno
Escritora



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