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Foto de Mercedes Sosa |
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Obligado a permanecer en casa más de la cuenta por cuestiones de salud, decidí dar una vueltita al mundo para ver cómo había transitado Mercedes Sosa la ruta definitiva, su gira de despedida, sin necesidad de más canciones, recogiendo las flores y los aplausos.
Y en Portugal me encontré a Joan Manuel Serrat, diciendo a los medios que “la voz de Mercedes era fantástica, afinada, pero no hubiese valido de nada sin un corazón semejante que la empujara”. Sencilla y maravillosa apreciación del catalán.
Ya por España, pude leer en el diario El Mundo un recuerdo especial de sus años de exilio. Lo entregaba la memoria de alguien que jamás pudo olvidar el día que la escuchó cantar Serenata para la tierra de uno, de María Elena Walsh (“…porque me duele si me quedo, pero me muero si me voy…”). “No hacían falta más explicaciones”, decía el autor de la nota evocativa, que no tenía firma.
En la página del diario El País algún cibernauta anónimo había dejado el siguiente comentario: “Gracias, Mecha, hasta que Dios me permita verte y escucharte nuevamente…”.
Repasando más sitios, descubrí que otro anónimo se había encargado de ingresar a varios medios para escribir: “Buen viaje Negrita... Cinco sirenitas te llevarán, por caminos de algas y de coral, y fosforescentes caballos marinos harán una ronda a tu lado... ¡Gracias!”.
Había otras oraciones de quienes fueron simplemente público: “Me enamoré de ella cuando vino por primera vez, en 1983. Desde ese momento su voz entró en mi corazón como nada había entrado. Hoy no está su presencia, pero vuela por todo el mundo y en todos los corazones. La encantadora de almas se ha ido. Vuela. Siente tu nueva libertad. Gracias. Con mil amores, desde Telde, Gran Canaria”. Y “Mercedes Sosa, te vamos a echar de menos, amiga. Nos enseñaste a todos el idioma de la libertad... Aprendimos contigo, lloramos contigo y sentimos la libertad contigo... Descansa en tu camino, porque ya lo merecías, un beso muy fuerte… En España te querremos siempre”.
Más acá, en Brasil, el ministro de Cultura Juca Ferreira afirmaba que la de Mercedes “es una voz inmortal que continuará en nuestras voces… Una voz potente que al demoler fronteras nos enseñó algo más allá de territorios y banderas…”.
En Chile, “nuestro” Héctor Alterio, que coincidió con La Negra en Madrid durante su exilio, la reivindicó sin poner fronteras a los elogios.
También en Chile se expresó el Gobierno, como lo hicieron el de Ecuador y el de Venezuela, este último recordándola como “íntegra, combativa y gigantesca”, “fiel a la causa, siempre al lado del pueblo”.
En Colombia repetían la frase de un turista de ese país que se hallaba en Buenos Aires, un tal Jorge Quintero, quien desde su flamante fama decía que no quería “perder la oportunidad de vivir un momento histórico” y despedir a una artista “muy querida también en Colombia; un icono, con una voz inigualable”.
Por muchos otros sitios de Internet rebotó el pelotazo de Diego Maradona, que la llamó "diosa de la libertad”.
“¡No se va, La Negra no se va!”, resonaba en las esquinas de Buenos Aires al paso del cortejo, y el canto popular de despedida se copiaba y pegaba en las páginas de la red, como en el titular de la crónica enviada por la periodista Soledad Gallego-Díaz al Viejo Mundo.
Además, por lo que se pudo ver, las agencias noticiosas se encargaron de traducir a varios idiomas la conquista de La Negra de los públicos más variados en el Carnegie Hall de Nueva York, el Coliseo de Roma, el Mogador de París, la Quinta Vergara de Chile... Sus duetos con Alfredo Kraus, Joan Baez, Luciano Pavarotti, Shakira y con todos los nuestros. Sus premios, como el Grammy Latino en 2000, el Konex de Plata y de Brillantes por mejor cantante folclórica y mejor artista popular de la década del ‘90… Tradujeron con justicia hasta la frase de Jaime Torres: “Mercedes recibió el premio Gardel de Oro y, si hubiesen sido distintos los tiempos, a la inversa, a Gardel le hubieran entregado el Mercedes Sosa de Oro”.
Muy buena también la crónica abundante en recuerdos de Ramy Gurgaft: “…había personas de todas las edades, muchos movían los labios como si rezaran y el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Daniel Scioli, le había prestado su pañuelo a una dama que lloraba en silencio, como otros tantos. Una pareja de ancianos, de rostros curtidos y de ojos rasgados como los de Mercedes, se había arrodillado frente al ataúd… Otros habían traído una guitarra y un bombo y se pusieron luego a cantar. La canción me trasladó a los días de mi infancia en Chile, cuando uno de mis hermanos, que recibía lecciones de guitarra, ensayaba esa canción y otras que formaron parte el repertorio de Mercedes. Cuando nos instalamos en Israel, encargábamos a los familiares que venían de visita, que nos trajeran esa música. Nuestros hijos, nacidos en ese país, aprendieron el español con la ayuda de Mercedes Sosa y mi cuñado que no entendía una sílaba, también se unía al coro...”.
Acompañar a Mercedes Sosa esta última gira mundial fue un deleite. Aunque confieso que de todo lo espiado, me quedo con la frase que un argentino escribió sobre un papel, para pegarla luego en las paredes del Congreso. La mostró Ariel Lima con la cámara de Canal 7. “Duerme, negrita”.
Sergio Vaudagnotto
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