Confunden la visión con la televisión y la tele con una opción. El consumo con los insumos. Confunden la doctrina con el dogma, el dogma con el fanatismo, el fanatismo con la fe y la fe con la fuerza (que es precisamente lo contrario de la fe). El paradigma con el estigma.
Confunden la quietud con la paz, la paz con la pereza.
Confunden a su puñado de amigos, enemigos, conocidos, usando la frase “todo el mundo” y alzan el dedito, satisfechos, saben, ellos del mundo, todo.
Confunden las artes con los artistas, los artistas con los medios, los medios con los enteros.
Lo idéntico y lo parecido… lo obtenido y lo merecido… lo precioso y lo apreciado.
Piden a los santos, a los muertos a un Dios de mostrador, a los políticos, los ricos, los parientes; confunden la esperanza en su ganancia.
Creen que puede haber luz sin sombra, virtud sin vicio, verdad sin ambages, amor con garantías… son los creyentes de un horizonte corto que termina a sus pies y sin embargo, les queda lejos… lejos (porque confunden la topografía con la geografía y la filosofía con la palabrería).
Embrollan el derecho con las obligaciones, el soborno con las convicciones…
El reloj con el tiempo, el tiempo con la historia, la historia con su memoria.
Confunden el matrimonio con el patrimonio, el médico con la cura, la ciencia con la conciencia.
Defienden cualquier cosa que se acerque a su manual de ignorancia, prejuicio o pánico y a todo eso o aquellos que defienden le llaman YO.
Confunde la tara y el tarado, la puta y el que paga, la flor con la maceta…
Son los dueños de las generalizaciones, los dictadores de entrecasa, del trabajo, del club, de la República… Les gusta definir, limitar, precisar; confunden su miedo con el alambre y al alambre con el ferretero y, sobre todo, con el portero, ése, que no deja pasar a nadie al pensamiento.
Confunden lo que digo con lo que le dijeron, la audición con la interpretación.
Y, de tanto confundirse, se vuelven transparentes falsarios de sí mismos, peritos de la duda, razón de propagandas…
Y un día, a casi todos, se les acaba el tiempo, el parecer, las ganas de joder y de joderse y entonces se confunden con la muerte y dicen su frase verdadera: no sé, nunca supe, ya no sabré.
Alejandro Schmidt
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